EUROPA REFUERZA SUS MURALLAS

Reportaje

“Toda persona tiene derecho a circular libremente
y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.”
Artículo 13. N 1, Declaración Universal de los Derechos Humanos


Veronica acaba de cumplir un año de vida y no comprende los problemas de sus padres. Pero los siente, especialmente ahora que su padre ya no llega a casa por las tardes. “Todavía se despierta de madrugada buscando a su padre, tiene su cunita, pero siempre dormía entre nosotros”, relata Leidy Gutiérrez, madre de la pequeña Verónica. La niña tiene nacionalidad española y su padre, Boliviano, tiene una ordén de expulsión en apicación de la Ley de Extranjería por no tener “papeles”.
El pasado 29 de sepriembre, Ramiro Perales Chejo salía de una de las estaciones del metro del barrio de Santa Coloma, una babel de africanos, chinos, rumanos y latinoamericanos no incluida en las rutas turisticas. Un arrabal de indocumentados que alimentan la economía subterranea de la capital catalana. Como cada tarde, Ramiro se dirigía a su casa cuando lo detuvo la Policía y desde entonces se encuentra recluído en el Centro de Internamiento para Extranjeros de la zona franca de Barcelona, donde espera su expulsión. Aunque la normativa legal permite que se presente un recurso para suspenderla, de poco ha servido que su abogada, Johana Logroño, ponga sobre la mesa el DNI (la targeta nacional de identidad) español y el Registro Civil de su hija. Para Logroño, “es como si el juez no hubiera leido la documentación”. “Si una ciudadana española no vale para demostrar el arraigo y la dependencia económica de su padre, no entiendo qué más es necesario”, concluye.
Pero el juzgado Administrativo número 3 de Barcelona fue claro el pasado 7 de octubre: “No queda acreditado el pretendido arraigo del recurrente ni en el ámbito social, ni el familiar”.
Ramiro de 34 años, y Leidy de 26, vivían juntos ya en Cochabamba (Bolivia), de donde emigró él en junio de 2006. Ella lo hizo cuatro meses después. “Nuestro sueño era trabajar por unos años y volver a mi país”, explica Leidy que, sin los ingresos de Ramiro, pasó de los ahorros a la caridad: “Cada quince días voy a Cáritas por algo de grano y leche”. Esto choca con otro de los argumentos del juzgado, para quien el boliviano aún debe “probar adecuadamente qué daños y perjuicios de reparación imposible concurren en el caso”.
Desde el Centro de Internamiento, Ramiro explica por teléfono que durante su estancia ha visto pasar a dos extranjeros en su misma situación: “Un venezolano que tiene tres hijos aquí, dos de ellos españoles, aunque a este ya lo repatriaron. También un brasileño que tiene un hijo con una mujer española. Es como si no les importaran las diferencias entre uno u otro caso. ¿Acaso hay que tener papeles para ser padre?”.
Distinguir estas diferencias es lo que reclama la letrada Logroño. Para ella, es difícil sostener que mientras son liberadas otras personas detenidas portando documentación falsa, al mismo tiempo se ordenan expulsiones que producen “la separación de familias”.
La comunidad latinoamericana está desconcertada con este caso. La Federación de Entidades Latinoamericanas (FEDELATINA) solicitó el permiso para realizar una manifestación el mismo día del cumpleaños de la niña, el 14 de octubre. Pero no fue aceptada porque el Ayuntamiento de Barcelona exige que dichas solicitudes sean tramitadas diez días antes.
Mientras Leidy cuenta su historia, Verónica gatea por los 40 metros cuadrados del ático donde vive la famila por 340 euros mensuales (unos $238.ooo). La vida de esta madre y su hija procura no alejarse del barrio, por el temor de que a ella le toque la misma suerte. “Un policía me dijo un día que tuviera cuidado, porque si me cojían en la calle, no me creerían que tengo una niña y me expulsarían también. Por eso tengo miedo cada vez que voy a visitar a mi marido al Centro de Internamiento”.
En cada visita, Leidy lleva a Ramiro algo para que pase el tiempo: música o algún libro de informática, rubro en el que Ramiro trabajaba en Barcelona. Las visitas duran cinco minutos, asegura, lo suficiente para desatar el llanto de Verónica, que trata inútilmente atravesar la mampara de acrílico para abrazar a su padre. Pero el caso de Ramiro Perales es una muestra, y el resultado, de las nuevas políticas de inmigración que ya han comenzado a aplicarse en los países miembros de la Unión Europea. La mayoría de ellos gobernados por fuerzas políticas de derecha, la que se empeña en criminalizar a los extranjeros sin papeles radicados en los 27 países de la Unión.

Crecen las murallas


En junio (en la reunión de Cannes, Francia), los ministros del Interior de la Unión Europea (UE) aprobaron de forma generalizada un gran pacto comunitario sobre inmigración y asilo, que promueve el movimiento migratorio laboral a la carta y refuerza la expulsión de irregulares. La propuesta, iniciativa de la presidencia francesa de la UE, detalla las obligaciones que deben respetar los inmigrantes y veta las regularizaciones generales de sin papeles. "Nada será como antes", afirmó en dicha reunión el ministro francés de Inmigración, Brice Hortefeux, para destacar que a partir de ahora la UE actuará de forma coordinada en una cuestión tan esencial como la inmigración. El pacto establece el compromiso de organizar la inmigración legal según las necesidades y capacidades de acogida de cada país; perseguir la inmigración irregular y asegurar la expulsión de los sin papeles, reforzar el control de las fronteras y establecer una política común de asilo. Una normativa que faculta a la autoridad administrativa a encerrar a los ilegales para asegurar su expulsión. Postulados que germinaron en los programas de los partidos de derecha xenófoba y que han sido asumidos por una derecha populista, la de Sarkozy en Francia y la de Berlusconi en Italia, por la conservadora Angela Merkel en Alemania, y la izquierda de la “tercera vía” de Gordon Brown en Inglaterra, y que no disgusta al socialismo español de Rodríguez Zapatero.

En la cita de Cannes, Los Veintisiete (número de países integrantes de la unión), según el documento, elaboraron una política de inmigración profesional en función de sus necesidades laborales, que dará preferencia a los trabajadores comunitarios, potenciará la captación de personas altamente cualificadas y favorecerá que la inmigración extracomunitaria sea sólo temporal. El texto reafirma las competencias nacionales exclusivas de cada estado sobre las condiciones y el número de inmigrantes que admiten en su territorio.La agrupación familiar de inmigrantes se restringirá conforme a la "capacidad de acogida" de los Estados y la "capacidad de integración" de los afectados, en función de sus recursos, de sus condiciones de alojamiento y de "su conocimiento de la lengua del país". También se decreta el no realizar en el futuro regularizaciones generales de sin papeles, como hizo España, y a limitarse sólo a "regularizaciones caso por caso" por motivos humanitarios o económicos. El pacto establece que la política migratoria de cada estado "tendrá en cuenta el impacto que pueda tener en los demás países de la UE". Asimismo, subraya que "es imperativo que cada Estado tenga en cuenta los intereses de sus socios europeos en la definición y aplicación de sus políticas de inmigración, integración y asilo", además de establecer los visados biométricos y un control electrónico de entradas y salidas de visitantes en la UE en el 2012, y a fomentar acuerdos de readmisión con los países de origen. El pacto también incluye el establecimiento de un procedimiento único de asilo en el 2012 y la creación de una oficina europea para la gestión de las demandas de asilo.El término "contrato de integración" propuesto por Francia, ha sido sustituido por el concepto "integración armoniosa", la que pondrá en marcha "medidas específicas" para asegurar que los inmigrantes aprenden la lengua del país y cumplen sus leyes. Esas medidas, precisa el texto, "pondrán el acento sobre el respeto a las identidades de los estados y de la UE, además de sus valores fundamentales, entre ellos los derechos humanos, la libertad de expresión, la tolerancia, la igualdad entre hombres y mujeres”.
Pero se borra con el codo lo que se ha escrito con la mano, sentencia la expresión popular: en las calles de las ciudades europeas personas que en rigor no han cometido delito son objeto de detención e internamiento en lugares que no son cárceles, por un plazo que va entre 6 y 18 meses para finalmente ser expulsadas con prohibición expresa de retornar en un periodo de cinco años.
Lo que la vieja Europa combatió en décadas pasadas con su “altura moral”, ahora nos hace revivir las figuras seudo-jurídicas aplicadas por las dictaduras militares del Cono Sur latinoamericano. Entonces, en nuestros países se invocaba la “seguridad nacional” ante la “insurrección del comunismo internacional”. La Europa del siglo XXI apela a una “seguridad policial” ante el “caos”, “la delincuencia”, y la amenaza a las tradiciones y costumbres occidentales frente a la “contaminación cultural” proveniente del mundo latinoamericano, africano, árabe e islámico.

En España, por ejemplo, de los 3 millones 124 mil 625 extranjeros no comunitarios actualmente empadronados, por lo menos el 76% de éstos llegaron sin papeles. Posteriormente fueron favorecidos por los procesos de regularizaciones de los gobiernos de Felipe González, desde 1986, de José María Aznar y de Rodríguez Zapatero, hasta el 2005, mediante los cuales consiguieron permisos de residencia y de trabajo. Ha sido esta forma “clandestina” -como ahora subraya el gobierno- y no la llegada de inmigrantes con contrato de trabajo bajo el brazo, lo que ha beneficiado a España: “en los últimos seis años el 38% del crecimiento del PIB de España se debe a la inmigración. Los inmigrantes aportan ya el 7,4% de las cotizaciones a la Seguridad Social y sólo reciben el 0,5% del gasto”.Toda una paradoja, cuando el mismo día que el Parlamento europeo votaba a favor del ideario xenófobo contra la inmigración, España le otorgaba el Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales al pensador francés, de origen búlgaro, Tzvetan Todorov, protagonista de las batallas por una Europa abierta y diversa, y que considera que “la identidad europea se basa en la renuncia a la violencia. La proximidad de los otros no sólo no es ya una amenaza, sino que se convierte en una fuente de beneficios”.


Il Cavalieri y los Gitanos


El pasado mes de julio numerosos políticos, sindicalistas, intelectuales y otros ciudadanos italianos hicieron cola en Roma, cerca de la sede del Ministerio del Interior, para que les fueran tomadas las huellas digitales en señal de protesta luego de conocer la orden del Gobierno de Berlusconi de fichar a los gitanos asentados en el país, y principalmente a sus hijos menores, y en cuya papeleta figura el grupo étnico y la religión de los encuestados.El censo, que ya se ha realizado en Milán y en Nápoles y prosiguió en Roma, ha levantado una oleada de denuncias por la carga de "discriminación racial" que contiene. "Con fichas semejantes comenzó también el nazifascismo", han escrito varias publicaciones italianas, entre ellas el semanario Famiglia Cristiana, que afirma que Italia se está convirtiendo "en un Estado policial que muestra su rostro feroz con los pequeños gitanos".
El Parlamento Europeo debatió en Estrasburgo sobre la decisión italiana, ante la que varios comisarios de la UE ya han manifestado su recelo, pero sin lograr un veto firme y definitivo a la medida. Según el Gobierno de Berlusconi, se trata de hacer frente a una "alarma" que supuestamente cunde en todo el país, por lo que ha decidido cerrar los campamentos ilegales de gitanos y controlar los autorizados.Los gitanos de Roma y de Milán ya han sido censados varias veces en el pasado, pero nunca se les había tomado las huellas ni se les había preguntado su religión. Letizia Moratti, alcaldesa de Milán, ha manifestado que este es "un método seguro para conocer la identidad de los niños gitanos y protegerles". "Sesenta años atrás, también las leyes raciales de Mussolini empezaron con un censo, para proteger a los judíos", escribió el popular periodista y escritor italiano Gad Lerner. “Si queremos completarla, falta sólo la orientación sexual”, afirmó Ricardo Segni, Rabino de Roma. Además de la identificación fotográfica, el Ministerio del Interior italiano tomará las huellas digitales, principalmente de los menores, porque considera que son usados para pedir limosna y cometer delitos. "No se trata de redadas, sino de identificar a quienes viven en nuestro país", ha dicho Franco Frattini, ministro de Exteriores. Frente a las protestas, el titular del Interior, Roberto Maroni (miembro de la ultraderechista Liga Norte), ha declarado que no se echará atrás "ni un milímetro".Tras la toma de posesión, el Gobierno de Il Cavalieri (como popularmente se conoce a Berlusconi) nombró comisarios especiales para los gitanos en Milán, Roma y Nápoles, pero mientras en esta última se están tomando ya las huellas digitales, en Milán se están censando los campamentos de gitanos de nacionalidad italiana, y en Roma el comisario ha decidido implicar a la Cruz Roja en el censo, excluyendo de momento la toma de las huellas y confiando a la institución internacional la custodia del banco de datos, al que se podrá acceder sólo con permiso de la magistratura.En Italia viven unos 140.000 gitanos, la mitad de los cuales tienen nacionalidad italiana porque sus familias viven en la península desde hace más de 100 años. Unos 30.000 son niños en edad escolar, de los que solo 12.000 frecuentan la escuela.
Sobre cuántas personas de etnia gitana se han registrado en los censos de los campamentos nómadas que comenzaron hace unos meses en Italia, Maroni respondió que se pensaba que eran 120.000, "pero que han resultado muchos menos".Según el titular del Interior, el motivo es que "muchos se han ido espontáneamente hacía la más permisiva España de (José Luis Rodriguéz) Zapatero", pero no dio más detalles sobre cuántos viven en Italia o dónde se encuentran el resto de los gitanos que esperaban que residiesen en el país.Ante las críticas que recibió la medida del gobierno italiano, Maroni reiteró que no se ha tratado de hacer una "lista étnica" y que, según el sondeo realizado por instituto Ipr Marketing para el diario La Republica, esta iniciativa ha contado con el 62% del apoyo de la opinión pública italiana.Los censos en los poblados gitanos fueron aprobados por la Comisión Europea, que consideró que “no hay indicios de que éstos se hagan por motivos étnicos o religiosos”, y que “sólo se procede a recabar huellas digitales cuando no hay otra manera para identificar a las personas”.Maroni aseguró que los censos han revelado que en estos campamentos viven italianos, gitanos de origen rumano, Rom y Sintis de origen italiano e inmigrantes no comunitarios, y que "el verdadero drama es que la mitad de los menores que viven en estos campamentos no tienen padres".



Dibujo de "El roto", diario El Paìs, España.


La "Europa fortaleza"

El propósito de los socios de la UE de establecer una política común en materia de inmigración ha permitido a los ministros del Interior reunidos en Cannes (Francia) llegar a un acuerdo que contenta a Francia, no disgusta a España, cuenta con el apoyo de Alemania y complace a los demás porque, se mire por donde se mire, permite consagrar el principio de la inmigración “a la carta”. Pero que ningún Gobierno de la UE lo quiere reconocer, y Francia, el primer país en plantear en serio la aprobación de un sistema de conjunto, siempre podrá decir que se atuvo a la recomendación de una comisión de expertos, que consideró muy poco eficaz la fórmula para luchar contra los flujos de inmigración. Es decir, la admisión a la inmigración se regirá en función de la evolución del mercado laboral, la preparación profesional de los inmigrantes y otros parámetros de naturaleza similar. ¿En qué consiste la integración y hasta qué punto esta se ciñe al acatamiento de las leyes y al uso de los espacios y de los servicios públicos, o debe ir más allá?, es la pregunta que cruza el debate sobre la inmigración, pero que, de momento, los gobiernos europeos prefieren no abordar en aras del “equilibrio social”.Y así, mediante este frágil sistema de pesos y medidas, espera la UE amoldar la inmigración a la crisis económica y cerrar la puerta a procesos de inmigración masiva como el que hubo en España en el 2005. De modo que, aunque lo nieguen los tecnócratas de Bruselas (una de las sedes del Parlamento Eupeo), se afianza la idea de la Europa fortaleza.


Felipe Reyes F.
Barcelona, España.



revista Marcha, nº4, Santiago, Chile, 2008.



ANIMITAS

Un texto de José Donoso


Dicen que en otros países, en Grecia, en Bolivia, también existen con iguales características que las nuestras. Pero así, benignas y en diminutivo, como tantos vocablos chilenos, la palabra tiene una curiosa aceptación entre nosotros: nuestras animitas son modestos santuarios populares, pequeñas casitas-altares de menos de medio metro de altura, torpemente construidos de ladrillo y mezcla, que a veces vemos al borde del camino, casi como al filo del olvido. Junto a ellas, de noche, arden velas, y de día se marchitan flores en viejos envases colocados sobre el suelo manchado de negro de humo y cerote. Pasa el viento nocturno y tiemblan y se apagan las velas, que a la noche siguiente otra mano piadosa vuelve a encender si quedan restos de pábilo, o a rayo de sol se calcinan las flores que después la lluvia barre. Pero llovida y calcinada, la animita permanece en su lugar, porque está amarrada a él, esperando a otros devotos, otro día, o quizá otro año. Estos santuarios que evocan a las ánimas del purgatorio que se quedaron rondando nuestra vida –"... our little life is rounded by a sleep", dice Shakespeare en La tempestad –, se alzan en lugares donde ocurrió una muerte violenta, por accidente o por asesinato.



Pero las animitas, aunque conmemoren violencia y tragedia, no infunden temor. Son presencias buenas, tutelares, que interceden ante el Dios de los pobres para que conceda a los solicitantes -a veces familiares del muerto, o en el caso de animitas de prestigio aquellos que creen en su eficacia- los favores que se les pide si se acude al lugar donde perdieron la vida para rezarles un avemaría o encenderles una vela: un lugar, un nombre, a veces ni siquiera eso, una historia casi olvidada, pero la difusa y tenaz memoria popular conserva el sitio, lo hace legendario y lo dota de poderes.
Nuestras animitas son sobrios santuarios del recuerdo que encienden apenas una chispita de pensamiento al pasar, humildes súplicas a la eternidad que todos sabemos no cederá su secreto: sin embargo, el pueblo justiciero se aferra a la memoria, y no pierde su fe en que aquellos que cayeron víctimas de la violencia cayeron con algún propósito, para algo, y así conservan gran derecho y autoridad. De trecho en trecho, a la entrada de las ciudades, aparecen animitas milagrosas que a medida que se va cerrando la noche arden con una luz, más endeble, pero más elocuente que el fulgor de la metrópoli en el horizonte.


En los días cercanos a las fiestas de este fin de año, mientras la ciudad empobrecida enciende la electricidad de sus árboles navideños comerciales, tengo la curiosa sensación de que el número de animitas parece haberse multiplicado. En los caminos, en las poblaciones y barriadas, los allanamientos han hecho que manos anónimas las erijan por todas partes, y el desconocido que perdió allí su vida al huir por una esquina oscura que no lo ocultó, o al caer con una bala al borde de una calle, muertes todas éstas que los periódicos callaron, tendrá, en algunos casos, su pequeño santuario frágil y pasajero, cuya luz durará tanto como dure el recuerdo familiar o amigo, antes que sus compañeros se muden a otros barrios o también caigan, o que los años o el temor a las balas perdidas en la oscuridad o la miseria dispersen a la familia.Las animitas no son sólo un fenómeno de nuestras carreteras y barriadas: las hay urbanas, que miran el Pacífico desde los cerros sobrepoblados de Valparaíso, o en las plazas de los pueblos. En el centro mismo de Santiago, en las calles más concurridas y populares alrededor de la Estación Central, está el famoso Romualdito. Estas calles, durante las fiestas de este año, se ven invadidas de ansiosos comerciantes ambulantes que poco menos que ruegan a la muchedumbre que les compren unos calcetines de Taiwán, un feo juguete de plástico, un atado de matico para infusiones que curarán el dolor de muelas o la pena. Cada tanto rato, la policía hace una batida contra esta nube hormigueante como de zoco, dispersándola porque se trata de comerciantes sin licencia -se habló incluso de multar a quienes les compraran-, pero al poco rato vuelve a instalarse la nube como de moscas, plañideros, insistentes, angustiosos, ofreciendo sus pobres mercancías.






Celan, “los amargos pozos de su corazón”

"Oí decir que en el agua hay
una piedra y un círculo y
sobre el agua una palabra,
que pone el círculo en torno a la piedra"



No fue un poeta de vida fácil, el peso de la historia no le dejó muchas opciones. Paul Celan (Cernowitz, Bucovina, 1920 - París, 1970) compartió el destino de tantos judíos naciendo en una olvidada provincia rumana que dos años antes había sido el Imperio austrohúngaro –hoy Ucrania–, un lugar donde se hablaban cinco lenguas, incluido el yiddish. La decisión de escribir en alemán, el idioma de los posteriores genocidas marcó a fuego su dolorosa biografía. Sus padres murieron en un campo de exterminio y él mismo fue recluido 18 meses en campos de trabajo (y de ahí la errancia).Fruto de esa experiencia nació Fuga de muerte, poema inmenso, capaz de hacer sombra en el resto de su amarga obra poética y que muchos críticos han comparado con el Guernika de Picasso por su simbolismo frente al horror. Martilleante y alucinatorio, suena así:

Negra leche del alba la bebemos al atardecerla
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él

Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos

Un hombre habita la casa juega con las serpientes
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita
cavamos una tumba en el aire
no se yace estrechamente en él

Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad, sonad
empuña el hierro en la cintura lo blade sus ojos son azules
cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la danza

Gritad sonad más dulcemente la muerte la mierte es un maestro venido de Alemania
gritad sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como humo en el aire
y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí

Te hiere con una bala de plomo con precisión te hiere
un hombre habita en la casa de tus cabellos de oro Margarete
azuza contra nosotros sus mastines nos sepulta en el aire
juega con las serpientes y sueña
la muerte es un maestro venido de Alemania

De "Amapola y memoria" 1952
(Traducción de José Ángel Valente)

Puente Mirabeau sobre el río Sena, París.




Ahora la bibliografía celaniana se completa con la excelente edición de la Correspondencia (edit. Siruela) cruzada entre el poeta y su esposa, la francesa Gisèle Celan-Lestrange, en edición de Bertrand Badiou que ha sido asesorado por el hijo de la pareja, Eric Celan. Son 677 cartas escritas en francés que recorren las dos últimas décadas del poeta, ya instalado en Francia, y que corresponden a la época del noviazgo, a las distintas separaciones de la pareja ya que Celan viajaba a menudo a Alemania, Austria y Suiza, donde era un autor mucho más respetado que en su país de residencia, y al periodo final en el que el matrimonio, ya separado, demuestra un talante generoso y sincero.Mucho del tormento que persiguió al poeta sólo puede entreverse veladamente en esas cartas, a menudo cotidianas y en ocasiones profundamente emotivas. En el trasfondo de esa correspondencia está la pérdida de dos hijos, los desequilibrios mentales del autor, que le obligaron a recluirse en sanatorios durante largas temporadas, los intentos de estrangulamiento de su esposa en sendos arranques de locura y la relación paralela con la también poeta Ingeborg Bachmann que acabó por minar su matrimonio.
La correspondencia con la esposa se cierra un mes antes de la última y trágica decisión del poeta, que ya había intentado cortarse las venas sin éxito. El 20 de abril, mientras se celebra la Pascua judía, Paul Celan caminó por la avenida Emile Zola y se lanzó a las aguas del Sena desde el puente Mirabeau de París. No hubo testigos de la decisión. A principios de mayo, un pescador encontró el cadáver. Sobre la mesa de trabajo del poeta, en lugar de una confesión, se halló una biografía de Hölderlin con este subrayado: "Este genio, a veces, se ensombrecía y se hundía en los amargos pozos de su corazón".



Parita Liche

Ndione en castellano

RAMATA


Abasse Ndione (Senegal, 1946) es lo que podríamos llamar “un escritor valiente”. En 1984 publicó La vida en espiral, donde no se cortaba ni una coma en retratar la adicción al cannabis de la clase política senegalesa. A pesar de las numerosas críticas, con este libro Ndione se convirtió en uno de los autores más leídos en su país.
Ahora aterriza en España –tras su exitoso paso por el mercado francés a través de la prestigiosa editorial Gallimard– con Ramata (Roca editorial), historia en clave de novela negra en la que describe la búsqueda del placer por parte de una mujer genitalmente mutilada y que, paradojalmente, sólo lo ha encontrado en el hombre que la violó. Los materiales de construcción de Ramata se nos presentan como pan de cada día en el África del siglo XXI: la ablación y la corrupción como temas centrales. “Una traducción del Senegal de hoy”, afirma su autor. Y añade: “Quizás por eso la obra haya tenido más éxito en Europa que en mi país, donde los críticos dicen que hay cosas que no deben revelarse. Pero yo no tengo barreras”.
Quienes no le han entendido se han lanzado como canes con rabia a su yugular, pero él se los ha quitado de encima de un manotazo. “Es verdad que los intelectuales me han criticado, porque dicen que la ablación es un asunto de mujeres del cual no debe hablar un hombre. Pero yo he sido enfermero y conozco el problema. Es de todos nosotros y debemos hablar de ello”, afirma contundente el escritor.
Aún así, Ndione no tiene una opinión demasiado concreta con respecto a la mutilación genital femenina que se practica en varios países de África. Y sin mojarse afirma: “Me he limitado a poner un problema sobre la mesa. No soy partidario de decir si es bueno o malo porque no soy político”, sostiene. Sin embargo, sí reconoce que cada vez hay más mujeres en contra de esta práctica en su país, principalmente “las más instruidas”.


Todo a mano

Padre de siete hijos, Ndione sigue viviendo en Bergny, la localidad en la que nació, a 30 kilómetros de la capital Dakar. Allí escribe siempre sentado en la cama con su bolígrafo Bic; después es su yerno quien le pasa los textos al computador. Su casa es también el lugar desde el cual observa su país. La ventana que le sirve para retratar los sobornos que abundan en Senegal –“también entre la clase política”–, y la violencia. De hecho, Ramata es todo un festival sangriento. “La violencia está muy presente en esta novela porque la sociedad senegalesa es violenta. Es imposible leer un periódico sin que aparezca algún crimen”, se excusa Ndione. Una violencia que, además, sufren con mayor ahínco las mujeres. “Es que ellas son las que mejor representan hoy por hoy a la sociedad senegalesa. Tras los ajustes del FMI (Fondo Monetario Internacional), son ellas las que están sacando adelante a las familias. Las que trabajan dentro y fuera”, aclara el escritor. Y eso no siempre se acepta en una sociedad, que como Ndione manifiesta, “sigue siendo muy machista”.
Tampoco se aceptan otras cosas. Ndione es un ejemplo de que “es posible hablar de todo”, puntualiza. Sin embargo, sigue habiendo figuras intocables, como la de Abdoulaye Wade, el jefe de Estado: “Es cierto que un periodista fue a la cárcel por escribir sobre él, y no es que el libro esté prohibido, pero es verdad que es imposible encontrarlo en Senegal”, asiente.
La ficción salva a este escritor. Según la crítica, sus novelas policiacas son más completas que cualquier periódico. Ndione da cuenta de un Senegal real que va más allá de la postal turística. Y él está ahí, valiente, para contarlo.

Surgido del par terre y bendecido por el Marabú

Las librerías ‘par terre’ abundan en Senegal. Se trata de una lona tirada en el suelo llena de libros. Ahí fue donde el escritor francés Lucio Mad vio por primera vez ‘La vie en Spirale’. La compró y se la llevó a Francia, donde fue editada por Gallimard en 1998. De esta forma, Ndione, que trabajaba de enfermero en un hospital, cumplió así el sueño de todo escritor senegalés. “Si quieres ser conocido, tienes que publicar en Francia. En Senegal existen 4 ó 5 editoriales, pero funcionan fatal”, corrobora.
A los cuatro años, este autor fue bendecido por su ‘marabú’ (especie de padre espiritual), quien le dijo que sería un escritor de fama internacional. Sus libros llegarían “a los países de los hombres blancos, pero sólo después que su barba estuviera blanca”. La profecía se ha cumplido, ya que Ndione se lee hoy en las universidades senegalesas y ha dado pie a nuevos escritores de novela negra en su país.


Felipe Reyes F.

Fugu Hikikomori

(Uno)
Quien se acerca a las puertas de la muerte siente que los músculos pierden fuerza y que la respiración se desvanece mientras el corazón galopa, a paso firme, hacia el ocaso.
Su veneno es mil veces superior al del Curare. El suficiente como para matar a quince comensales: a toda una familia, a una fila del banco, a la alineación completa de un equipo de fútbol… a pesar de todo, es una delicatessen, una milenaria especialidad japonesa.
Se despedaza el pez vivo para evitar la mortal parálisis, impidiendo así la contaminación de la carne limpia. Vísceras, gónadas y glándulas contienen la tetra toxina letal. Estos restos son puestos en una caja hermética para que no los rescaten de la basura y los devoren los vagabundos de Tokio. Los que acabarían paralizados como estatuas.
Los que saborearon por error la toxina son encerrados en un ataúd. Se esperan tres días a ver qué ocurre con ellos. Es posible que se sumerjan en las aguas de un coma profundo y, equivocados, los pongan bajo tierra. La muerte aparece en el 60 % de los casos, dicen, pero como en la política, nadie se fía de las estadísticas.
La carne limpia es servida y alabada por todos.
La carne limpia hace bajar la temperatura del sudor y una fugaz vibración en el espinazo.
La carne limpia indica que el cocinero, con el cuchillo especial hiki fugu, ha vencido a la muerte. Entonces el sashimi (especie de sushi) celebra loas a la sofisticada exquisitez.
Nadie puede saber qué sueña un Fugu, el pez globo atrapado en una pecera de cristal que observa el tecnológico bullicio de una calle de Osaka antes de ser devorado. Quizá sea sencillo: mantenerse en la pecera, sin gravedad, ausente, en un decorado transparente, perdido en una quimera de colores extraños, en la profundidad del micro abismo.

(Dos)


Kaito Haruki siente que sus músculos pierden fuerza y que la respiración se desvanece mientras su corazón galopa, a paso firme, hacia la nada.
Piensa en la Ricina ingerida, mira su pequeña botella sobre la mesa y sabe que su veneno es mil veces superior al del Curare, y el suficiente como para matar a quince comensales: a toda una familia, a una fila del banco, a la alineación completa de un equipo de fútbol.
Kaito comienza a notar cómo avanza la parálisis por su cuerpo, invadiendo su carne limpia. Piensa en sus restos dentro de una caja hermética en algún cementerio de Tokio, tieso y frío como una estatua.
Así comienza a sumergirse en las aguas de un coma profundo. Kaito Haruki, un Hikikomori más de la sociedad japonesa, en los que la muerte aparece en el 60 % de los casos, dicen, pero como en la política, nadie se fía de las estadísticas.
Kaito Haruki se sintió rechazado por todos.
Kaito Haruki nota cómo baja su temperatura y una fugaz vibración en el espinazo.
Nadie podrá saber qué sintió Kaito recluido en su habitación, agobiado por el tecnológico bullicio de una calle de Osaka antes de morir. Quizá sea sencillo: mantenerse en su pecera, sin gravedad, ausente, en un decorado transparente, perdido en una quimera de colores extraños, en la profundidad del micro abismo.



Párita Liche

La maleta del hotel Fornos


Sepan ustedes, señores, que yo nací el año del cólera, de la salida del tranque de Mena, de la voladura del puente Cal y Canto; Rubén Darío acababa de lanzar desde los cerros de mi natal Valparaíso un inmenso grito Azul a toda el habla hispana y el presidente Balmaceda se paseaba por los pasillos de La Moneda (el olor de la tragedia ya comenzaba a impregnar la vieja construcción de Toesca). En ese ambiente vine al mundo, y muy temprano los hechos reales comenzaron a interesarme. Así, mi lectura favorita fue el mundo mismo, el fair divers en la vida y en los diarios. Recuerdo con gran alegría mi asombro infantil cuando descubrí La Lira Chilena, primer periódico ilustrado de mis tiempos. Esperaba con ansias los domingos para leerla; y el contagio fue crónico: ya en mí primera juventud quise ver mi letra impresa, de molde, grabada en el papel. Lo tenía claro. Por si no lo saben, junto a mi amigo el poeta Alberto Díaz Rojas en el primer año del siglo ya teníamos nuestro primer periódico. Mi madre creyó en la idea y con eso pagamos la imprenta. La verdad es que no fuimos muy ingeniosos en su nombre: La juventud. Su final fue dramático pero alentador: mi padre se opuso a la idea, le parecio un insulto hacer mofa de los políticos de la época, y la imberbe publicación se transformó un humo y cenizas, pero esa pequena tragedia marcó mi destino.

Toda mi vida viví con el peso de mi apellido, con las miradas de envidia de los mediocres de la pequeña aldea. La discriminación a la inversa. La eterna lucha de clases. Mi padre comenzó como minero y terminó como banquero, rico, pero eso no era mi culpa. Después de todo gracias a eso pude ver el mundo: vivirlo, andarlo, hasta ponerlo en la ruleta: la sensación de tenerlo entre las manos, ganarlo y perderlo mientras gira la bolita. Pero eso fue después. Antes, para el terremoto de Valparaíso de 1905, yo estaba en Europa (qué impresión más grata!!). A mi regreso, enguantado en suaves casimires de Debacker, saturado de la primera petulancia volteriana y zolesca, pude ver las calles de mi infancia convertidas en terrones, madera y alambre. Luego, ataviado con mi mejor atuendo europeo, me instale en Santiago y me dispuse a pasear por el centro u ombligo de la ciudad provinciana (aún ahora) que fundara Pedro de Valdivia. Entonces, en la calle de "procesión", esta es la calle Estado, se notaba la presencia de todo forastero; las miradas fusilaban a cualquiera que no hubiera nacido y vivido en la cultura mapochina, domiciliado entre Matucana y Mosqueto. (Nunca entendí el nombre de la calle Estado. Significa tantas cosas que por sí sola no significa nada. ¿Estado? Qué clase de estado. En la Enciclopedia de mi biblioteca llena cuatro páginas. ¿Estado llano? ¿Estado interesante? ¿Estado patológico? ¿Estado de ebriedad? ¿Estado común? ¿Estado de inocencia? Estado, en política, es país. Puede ser república, reino, imperio o principado. Un país tiene varios estados... ¿Qué me dicen de los Estados Unidos? En fin, la palabra Estado por si sola es hueca. No pocas veces la calle Estado estuvo en mal Estado. "En mi estado todo es del Estado", alegaba Sancho Panza. Quizá sería mejor llamarla calle de La Quintrala, por ejemplo. Es más concreto. Estado es el nombre inexpresivo de la confusión, de lo inconcluso y amorfo... Los chilenos sufrimos de estos males).



El año del centenario decidí que era el momento de publicar los manuscritos que había paseado durante meses de hotel en hotel. Una vez la maleta con las decenas de carillas en su interior había quedado de "rehén" en el sucio hotel Fornos, en la calle Ahumada. Como es costumbre en nuestro país el edificio ya no existe. Se lo comió el "progreso": esa ingenua pretensión provinciana. Entonces fui a rescatarla, esto es a pagar la cuenta. Lo que más me interesaba de la maleta era el manuscrito, nadie lo conocía, estaba escrito con ortografía de Bello, de un tirón, con letra nerviosa, casi sin borrones. Dicen que Mistral, el poeta provenzal, escribió bajo el dictado de las santas. Y yo todavía no sé cómo me salió eso. Una fuerza ciega, como instintiva, se apodero de mi pluma. Yo era entonces un mozalbete atiborrado de imágenes internacionales y de lecturas desordenadas, sin organización. Dice Thomas Mann: "escritor es el que escribe con gran dificultad", y yo escribía entonces con diabólica facilidad. Recuerdo que durante los primeros días de agosto me encontré en Ahumada esquina Agustinas con mi amigo Arturo Wittig Iñiguez, y éste me contó que trabajaba en la Imprenta Universo. Entonces me pareció oportuno y le hable de mi novelita, de esa pequena historia capitalina; Arturo me pidió los manuscritos y al mes siguiente pude verla publicada. Fue así de rápido... Y fue maravilloso. Explosión parecida a la de ese librito en Santiago no se ha conocido. No! no! no! Ustedes los de hoy se reirían de eso. Pregúntenles a sus abuelos. Quizá vale bien poco ahora, pero en el momento de publicarlo me sucedió algo increíble: yo ya no era yo; sin quererlo había creado a un personaje un tanto fantástico y de larga vida: el escritor. La novela fue un rotundo éxito, de público y de crítica. Jamás olvidare la nota del crítico Víctor Noir en el diario La Mañana, aparecida el mismo 18 de septiembre del centenario patrio, la que terminaba así: "Puede parodiar a Lord Byron, despertó una mañana famoso". Esto era demasiado. La novela, al decir del público, estaba en clave. Y el más sorprendido fui yo. El diablo se había metido en mi pluma. Además, algo extraño comenzaba a pasar en Santiago entonces, la ciudad lineal, con su gravedad castellana, empezó a perder el equilibrio: aparecían las construcciones de altura, sin plan, sin ton ni son, que le dan ahora un aspecto de mandíbula con dientes irregulares. A los diez días de haber publicado la novela me sentí héroe de una diabólica celebridad. La mitad del público me odiaba y la otra mitad me aplaudía. Decían que le había faltado el respeto a mi clase, a mi familia. Es difícil escribir sobre aspectos familiares en Chile, no faltan los parientes siúticos que se alteran y amenazan con vetarte en las páginas de su caricatura del Times de Londres. Yo no viví nunca para la opinión pública, pero sentí el vacio social que entonces me hicieron. Me sentía inocente, no pensé en clave, pero me traicionó la imaginación. Esas sucias páginas del manuscrito, ocultas en la vieja maleta, en cuartos oscuros y húmedos, de pronto cambio de pelo como el gusano que se hace mariposa, y me ayudo a volar. Curiosamente días inolvidables siguieron a medida que yo era más indeseable para mi entorno. Entonces decidí refugiarme en cierta casa de mal vivir en la calle San Borja, en el antiguo Chuchunco, al final de Santiago. De ahí partí a Buenos Aires, pero yo deseaba ir un poco más lejos, deseaba huir de verdad, quizá la sensación de alejamiento que da otra lengua, y pensé en Brasil. Quise ver de nuevo la Rua Do Ouvidor, disfrutar de ese cálido crepúsculo de Río de Janeiro. En esos tiempo se viajaba sin trabas, sin tanto papeleo o autorización, uno se ponía el nombre que le daba la gana. Nadie preguntaba nada. En el puerto del barrio La Boca me metí en un barco de la Cia. De Chargeus Reunis para desembarcar en el puerto carioca... Todavía no pasaba la ventolera producida por mi primera novela y ya, en sólo dos días, tenía escrito un nuevo libro, una especie de prueba de fuego de un corresponsal viajero, o lo que en estos días llaman crónica. Ahora, al mirar hacia atrás, quizá ese libro sea lo mejor de mi periodismo. Aunque sin moverme de mi escritorio, sin salir del aislamiento andino de la extensa faja, siempre me sentí un cronista viajero. Con dos libros que habían hecho cierto ruido pensé que era mejor no quedarse en Chile. Al menos por un tiempo. Entonces me largué a París y me instale en un hotelito pequeño y tranquilo en el número sesenta de la Rue Pigalle. En el café de enfrente de mi hotel conocí a Elodie, una chica alegre y parlanchina que me alegraba los días. Recuerdo la tarde en que fuimos al bosque de Boulogne y Vincennes, tomados de la mano, en silencio, sintiendo que el futuro era nuestro. Como olvidarlo. Con ella vi como se fue el sol detrás de un encaje de árboles en un cielo primero rosado y luego cubierto con un velo de color violeta. El crepúsculo fue muy largo, casi detenido en un esfuerzo por durar, como para quedarse en nuestra memoria para siempre. Quizá el último crepúsculo de una belleza incomparable. Al día siguiente estallo la guerra. Vi pasar a París en vértigo de la paz a la guerra. Vi desaparecer de un golpe ese mundo que sólo ahora podemos apreciar, y que llamamos la' avant guerre. La ciudad entro entonces en una violenta ebullición, en un murmullo infinito como de río cordillerano. Los parisinos comenzaron a saquear las tiendas de los alemanes a plena luz del día y a vista y paciencia de la policía. Estaban enloquecidos. Ya no les importaba nada. Así las cosas la Ley de Clemanceau me obligaba a ir al frente de batalla, en regimientos disciplinarios. Dicho documento decretaba que todos los residentes en París de descendencia británica, francesa, italiana, rumana o serbia debíamos presentarnos, y yo calzaba en esta categoría. Por supuesto me negué. Me parecía una locura. Pensé que me libraba, pero al cabo de unos días fui detenido por desertor en el Hotel Friedland, donde me había parapetado, y llevado, a patadas, a Saint Denis y enrolado en el 5° regimiento de zuavos. Gracias a las gestiones de mi hermano Emilio, entonces cónsul de Chile en Liverpool, me pusieron en libertad. Ahora pienso que fue una torpeza imperdonable de mi parte no aceptar los acontecimientos tal como se me presentaron, pues estoy convencido de que en el destino de los escritores lo más importante es poner en el espíritu el mayor número de grabados con la calidad más fuerte y luminosa que sea posible, como los grabados de Durero. Pero hace tantos años ya de de eso, cuando aun me quedaban fuerzas y podía levantarme y seguir adelante. Ahora ya no puedo levantar ni mis propios pies y la única mano que puedo utilizar no deja de temblarme.



Después de la guerra quise regresar a mi patria. No hay nada más desagradable para un sudamericano que el lado avaro y desconfiado de Europa. Y yo venía de la Europa escéptica y desgarrada. Venia de la Europa burguesa, económica y pacata: los efectos de la guerra habían sido tremendos. Y no era para menos después de tamaña tragedia.
Llegue a Chile en 1920, tras una ausencia de nueve años, y como era la costumbre entonces me hice alessandrista a ultranza (el rugido del León se oía hasta en la Antártica). Además pronto pude publicar una nueva novela (el barrio de la Estación Central siempre me pareció el escenario natural para esa historia), lo que, sumado a lo publicado antes, me dio una notoriedad desagradable que nadie podría imaginar si no lo vio entonces... Pero qué diablos!! Estaba en Chile y debía seguir escribiendo. Ya en París había adelantado algo para mi regreso. Mi primo Andrés Balmaceda me contacto con don Eliodoro Yáñez, en ese entonces propietario de La Nación, para hacerme colaborar en ese diario. (Ese señor fue de lo más prestigioso y sólido que tuvo nuestra historia política. Todos los chilenos patriotas hubiéramos deseado verlo siempre al mando del Ministerio de Relaciones Exteriores para que nuestro país hubiera tomado un rumbo decisivo, pero entonces éramos todavía un país demasiado joven: nos confundíamos y fascinábamos fácilmente). Entonces comencé a colaborar en dicho matutino con los más diversos temas, nutriéndome de las tripas mismas de la actualidad. Estimo que los artículos de los diarios deben ser democráticos y sencillos, al alcance de todos los entendimientos, sin rimbombancias ni fanfarrones obstáculos lingüísticos. El diario moderno es del pueblo, un arma de las masas, debe reflejar ideas populares, ansias nacionales. Además, creo que el merito mayor del cronista es conseguir una marca de fábrica, personal, que lo haga inconfundible y atrayente, quizá lo que llaman Estilo. Conviene apretar y despojar los escritos para decir el mayor número de cosas con el menor número de palabras. Se equivoca Arthur Miller al decir que el periodismo es escribir sobre hielo... nada de eso, se debe ser capaz de ver el resorte de las personas y las cosas, sus engranajes y tornillos. Es quizá esa constante observación lo que lo hace a uno melancólico, silencioso y distante... y siempre se me acuso de eso. A veces el croniqueur es un bufón sombrío en el drama humano. Saber relatar es un tesoro, pero, ¿lo estima así el público? ¿Quedara algo de lo trabajado después de medio siglo? Y a quién le importa... De pronto la pregunta de algún impertinente me hiela: ¿Sigue escribiendo sus cositas en el diario?
Ahora llaman ludópata a los jugadores empedernidos. A los que son capaces de apostar todo lo que tienen, hasta la última chaucha... y yo fui uno de esos (Que manía más ridícula esa la de los eufemismos, para todo hay uno. Ahora no somos viejos: somos la tercera edad). Esa debilidad me hizo jugar en diversos países desde muy joven. Jugué con pasión, casi con delirio. Jugué en París; en las casas de chinos de Lima; jugué a las quinelas en la Habana; jugué en garitos madrileños (donde me llamaban "chinelo"); en el barrio de Pera en Constantinopla, en la calle Victoriec de Bucarest; jugué en Londres... y qué se yo donde más!! Jugué en ciertas horas de locura, quizá de inconsciencia. Al recordarlo puedo verme temblando como condenado a muerte, de pie frente al paredón, en salas calefaccionadas cubiertas de alfombras persas, las miradas en la espalda, el sudor de las manos y los ojos de los adversarios perforándome las pupilas. En el tapete de la mesa es posible vivir todas las pasiones en pocas horas: uno es rico, uno es miserable, uno es generoso, uno es avaro, uno es amante, uno es narciso y hasta asesino... y todo mientras pasan las cartas o gira la ruleta. Y así se fue todo (todo lo reservado para una vida), con la magia de esfumarse que sólo el dinero posee.

Marta ya anda por ahí, escucho sus pasos en el tinglado de la cocina. Ella es más madrugadora que yo, seguramente me prepara el desayuno, como cada mañana, y me lo traerá a mi archivo mientras reviso la prensa. Mi martita. ¿Que hubiera sido de mi sin esa mujer con alma de ángel? Navokov le dedicó todos sus libros a su mujer, Vera; para mí eso sería poco, a mi Marta yo casi le debo la vida. Recuerdo cuando luego de casarnos nos instalamos en este barrio discreto y silencioso: el barrio Brasil. Aquí, entre las multicolores fachadas continuas de la calle Santo Domingo, fijamos nuestro hogar. Yo viví algunos años en Providencia, sin dejar de creer que lo mejor de Santiago está en el cuadrilátero Alameda, Dieciocho, Ejercito y el Parque Cousiño. A esta hora me gusta escuchar las campanadas matutinas del convento de Los Capuchinos. Este convento tiene carácter, con su anteiglesia, sus rejas, su soledad de otoño, su aislamiento, su busto de San Francisco con sus inscripciones borrosas. Este barrio también tiene otros templos de historia marchita, como La Preciosa Sangre: escenario del romántico rapto (como de novela medieval) de teresita en brazos del poeta de Cartagena.
Lo primero que hago al despertar es meterme en mi archivo. Casi vivo aquí. Gasto en él varias horas del día. Mi archivo vale más que mis escritos; es mi obra maestra. Cada mañana entro en el terreno desigual de los diarios para cosecharlos, esto es, para sacar de ellos lo más importante para mí. Cazo noticias sin cesar. La noticia es movimiento y ejercicio. Se cazan noticias como mariposas… pero desde hace un tiempo esas energías se me han esfumado, trato de recuperarlas y me motivo en las horas de insomnio y al abrir los ojos y salgo de la cama como para el trabajo. Casi por cumplir. Pero ya no me concentro, me quedo mirando la ventana y el Ceibo de la calle, el que cortan de vez en cuando los niños que pasan para la escuela.
Cada vez que me siento triste pienso en el viejo Valparaíso y su gente, y vuelvo a ser feliz. Los olmos de la plaza Victoria, la antigua confitería Fouché en la avenida Pedro Montt, la casa de mi tío Agustín Ross en la avenida Argentina, y otra vez los evoco en mi memoria y dejo de ser el santiaguino gris en el que me he convertido. "Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir..." siempre me gusto ese verso… donde quiera que miro veo muertos y más muertos. En mi mente hay más muertos que vivos, ya se han ido todos (alguien debe quedarse para escribir los epitafios). Y creo que es el final: el desengaño y el fin de las ilusiones necesarias. Tan diferente veo ya todo: el cielo, la gente, las calles... todo se ha transformado en mi espíritu, en un pesar, en un quebranto como decía la Violeta. Los palacios de la aristocracia santiaguina, admirados por mis ojos de niño, se han empequeñecido y enturbiado. La ciudad se ha vuelto más fea, más ordinaria y confusa, con un ritmo esquizofrénico. Los personajes santiaguinos, como sus casas, se achataron. La vida misma, con su pretensión misma de cultura, se ha revelado falsa, hipócrita, miserable. Y ahora estoy aquí, en esta silla ridícula, sin poder moverme, transitando con dificultad de una habitación a otra, recluido en mi casa, en mi archivo. Ya es suficiente. Y que más se puede pedir después de haber visto cambiar el mundo. Después de dos guerras tremendas y sanguinarias. Después de la masacre de la bomba atómica... y vaya a saber uno que más nos queda por ver!!
Y si existe el paraíso, ¿cómo imaginarlo? Para mí debería tener la forma de un gran casino calefaccionado, y con bar, y a la salida, luego de haber acertado varios plenos, yo repartiría todo entre los niños y las mujeres pobres. Al verlos sonreír, incrédulos, yo sería feliz por toda la eternidad. Es lunes 19 de febrero. El verano es de las mises y de los suicidios. Según las estadísticas, los suicidios se dan más en verano que en cualquier otra época del año. En los días bonitos y no en los llamados grises. El espíritu se descompone principalmente bajo el sol, en primavera o en verano. Ocho y treinta de la mañana, y no pude dormir en toda la noche... Se acabo. Me voy. Perdóname Marta. Te quiero. Adiós.

Ya cumplió los cinco años...



Leo juega y se ve entretenido, entusiasmado, disfrutando. Es un espectáculo. Todo lo procesa su cabeza, el disco duro de Leo es capaz de transmitir a su zurda una orden a una velocidad increíble.
Han pasado cinco años desde que Frank Rijkaard se llevó a Lionel Messi a Oporto, Portugal, para un amistoso que servía como inauguración del nuevo estadio de los dragones. Era un 16 de noviembre del 2003. Leo apenas hablaba, era un pibe tímido que buscaba protección, y de repente se encontró creciendo protegido por Ronaldinho y Deco, que de fútbol siempre han entendido. Ha vivido tanto, mucho, en cinco años que no podía celebrar el feliz acontecimiento de cinco años en la elite mundial de mejor forma que marcando goles.
Le sienta bien a Leo Messi el liderato, le sienta de maravilla sentirse líder del equipo en el cancha y que el equipo domine la clasificación. Leo es grande por el fútbol de 'potreros' que emana su juego, es enorme porque parece un calco de Maradona, ¡y apenas lo vio jugar!, es grandioso porque no hay otro que lleve la pelota pegadita a los pies como él y menos a esa velocidad que sólo es posible detener lanzándose con saña a sus frágiles tobillos.
En los cinco años que ha pasado desde que debutó, Leo ha aprendido a moverse entre los grandes, ahora, con Guardiola, se da cuenta que aún puede aprender más, que ha encontrado al técnico ideal para entrar en la historia de los más grandes.



Rijkaard lo dejaba ser, nunca coartó su creatividad, le pedía que se divirtiese, parecía que lo soltaba a la calle para que jugase como en su Rosario natal y le decía que abriese los ojos, que al lado de los grandes aprendería mucho. Rijkaard nunca le puso reglas, por eso creció Leo, libre, desinhibido, alegre.
Pero llega un momento en la vida en el que debes asumir responsabilidades. Llega un momento en el que toca madurar y ahí está Guardiola para ayudarle. Es un lenguaje entre peloteros. Guardiola no tiene la necesidad de proteger a Leo, ya no es un niño, sólo tiene que marcarle las normas de supervivencia en la selva del fútbol. Guardiola está ahí para ayudarle a ser el líder de un equipo campeón, no sólo a sorprender con sus jugadas de video juego y sus golazos. Ese es el papel de Leo cinco años después. Ahora, Messi es la comunión de los devotos de la esférica.

Maradona, otra vez frente a la línea blanca (de la cancha)




Diego corre solo con la pelota. Veloz. Se escabulle por una orilla como en el famoso gol a Inglaterra en el mundial de México 86. Si entonces esquivó a cinco jugadores que no pudieron derribarlo, ahora, como técnico de la selección Argentina, enfrenta a escépticos, periodista críticos, un sector del mundo del fútbol que denuncia que el título de entrenador se lo regalaron sin hacer el curso.
Para empezar el pelusa debe sortear dos pruebas clave: armar el cuerpo técnico ante la deserción de algunos ex compañeros del 86 y luego poner en el campo a un triangulo maravilloso formado por Messi, el Kun y Tévez y hacerlos brillar para colmar la expectativa de los convencidos. Tarea nada fácil. Pero Maradona resiste y avanza, con la misma confianza en sí mismo que cuando marcó el mejor gol de la historia de los mundiales. Desde su casa en Ezeiza, atendió a la prensa que lo fue a saludar por el festejo de su cumpleaños número 48. Se mostró contento, pero distante y frío.
El debut de Maradona será el próximo 19 de noviembre en Glasgow ante la selección de Escocia, una ciudad que le trae recuerdos. "Allí debuté con la selección de Menotti e hice un gol", rememoró, y agregó que es una tierra donde "soy adorado" por el gol a los ingleses.
Han pasado ya más de 13 años desde que Diego Maradona, el pelusa, se sentó por última vez en un banquillo como entrenador de un equipo de fútbol. Fue en la Liga argentina (torneo de Clausura 1995), dirigiendo a Racing Club, su segunda y última experiencia como director técnico luego de su estreno en el ya desaparecido Mandiyú de Corrientes.
Es mucho el tiempo transcurrido y muy poca la experiencia (entre ambos equipos dirigió apenas 23 partidos, de los cuales empató 12, perdió 8 y ganó sólo 3) como para aventurar un análisis o trazar algún tipo de paralelismo. Además, el Maradona de aquellos días no es el de hoy. Por aquel entonces el pelusa se sentía, más que un joven entrenador, un veterano futbolista (de hecho volvió a jugar más tarde) y su aventura al otro lado de la línea de cal se pareció más bien a uno más de sus caprichos que a algo realmente serio.
Más allá de la experiencia de los años -seguramente un aspecto a tener muy en cuenta-, el principal cambio en toda esta historia radica en la salud de Diego. En aquellos días Maradona estaba perdido en el laberinto de sus adicciones y su cabeza pasaba mucho más tiempo fuera del fútbol que dentro de él. Hoy, curado y disfrutando de las cosas importantes de la vida por primera vez en muchos años, se lo nota tranquilo, sereno y con los objetivos bien claros. Frontal y polémico como siempre, de eso no quedan dudas, pero sano y, al parecer, con las ideas en orden.
Sin embargo, más allá del paso del tiempo, hay cuestiones de la personalidad que no cambian y por eso seguramente habrá algún que otro punto en común entre éste y aquel Diego entrenador.
El más importante, sin dudas, es la llegada al jugador. Quienes fueron sus dirigidos en Mandiyú y Racing recuerdan gratamente la facilidad que tenía Diego para transmitir su mensaje, para motivar y para levantarles el ánimo. Lo mismo sucede con los integrantes del equipo olímpico que se coronó en Pekín, donde el astro, sin ningún cargo oficial, estuvo bien cerca de "los muchachos", como a él le gusta llamarlos.
Otros aspectos que también seguramente se repetirán son su inquietud, sus gestos y su permanente movimiento luego del pitazo inicial. Resulta muy raro imaginarse a un Maradona sereno, observando el juego sentado y sin dar muchas indicaciones…
Sus corbatas multicolores, marca registrada de aquella época, quedarán como un pintoresco recuerdo del pasado, y lo mismo esperan Julio Grondona y compañía que suceda con aquellas anécdotas de pura polémica, como las reiteradas ocasiones en que se fue expulsado por insultar al árbitro o esa tarde en la que, para responder a los insultos en su contra, no tuvo mejor idea que desafiar a todo un estadio festejando un tanto de su equipo con sus dos dedos centrales levantados y apuntando al cielo. Pero ahora, como siempre, Maradona sabrá esquivarlos y llegar al área como sólo él sabe hacerlo. Como siempre.




Párita Liche

Mi jardín es mío



Cuando el juez le preguntó por todos los crímenes de los que se le acusaba, él se mostró ofendido, como si le estuviese haciendo una pregunta de carácter personal, casi íntimo. Bajo la vista lo que dura un pestañeo y luego miró directo a los ojos al magistrado:
- Perdone, señor Juez, pero es que no sé a qué viene ahora esa pregunta. La justicia debería arreglar otros problemas que hay, que no son pocos. Hoy en día hay mucha delincuencia callejera, no puedes salir a la calle con la inseguridad que hay, deberían preocuparse de las cosas que realmente importan a la gente. Además, aquello por lo que me pregunta sucedió hace mucho tiempo.
Los asistentes judiciales se miraron. Parecía que se dividían entre los que apoyaban lo que decía el acusado y los que escuchaban incrédulos el cinismo del individuo.
Entonces el juez le preguntó por todos los cadáveres que se encontraron enterrados en su jardín.
- ¿De verdad me pregunta ahora por eso? Han estado enterrados ahí siempre y me pregunta ahora. Si de eso hace décadas, ya casi ni me acuerdo. Además, ¿Usted qué se cree? Aquellos que estaban enterrados no eran ningunos santos, sabe, también mataron y enterraron a otra gente, no se me puede echar la culpa a mí por todo lo que ocurrió si aquí nadie está libre de pecado. Nadie.
El hombre parecía debilitado por el inevitable paso de los años, los que le habían otorgado un aspecto de anciano inofensivo y débil, impresión que él mismo se encargaba de borrar con visos de una pasada y decadente soberbia.
El fiscal mostró las pruebas en las que se demostraba que el acusado era el principal sospechoso de las desapariciones y asesinatos de todas esas osamentas humanas que se habían exhumado en su propiedad.
- Sí, vale, Señor Juez, puede que haya sido yo - admitió el anciano -, pero no tiene ningún sentido que me juzguen ahora. El mal ya está hecho. Lo único que conseguirán con esto es reabrir las heridas del pasado. No me deberían juzgar, es mejor dejar las cosas como están; no tiene ningún sentido acusarme de algo que hice en defensa propia hace muchos años. Además, los cadáveres estaban muy bien en mi jardín, no sé para qué los tuvieron que desenterrar si estaban descansando en paz. Estaban todos juntitos en una fosa, ya no sentían nada y estaban bien. Además, tenía el jardín precioso y ahora parece un pantanal. Los han sacado para montar un circo. Yo creo que usted lo único que quiere es acusarme para desviar la atención de otros temas importantes, ¿verdad?
El juez le preguntó si tenía algo más que declarar.
- ¡No me pueden acusar por lo que hice! Además, por aquel entonces en mi casa yo hacía mis leyes y no era delito hacer lo que yo quisiera. Era mi casa. Si yo tenía que matar a alguien lo mataba, no iba en contra de mi ley. Yo no soy como esos partidarios de Kant que creen que hay valores universales como los de no matar, no agredir y todos cuentos. Yo soy partidario de las leyes, y si en aquel entonces yo hacía la ley no cometía ningún delito. Así que están todos en un error por querer reabrir heridas del pasado.


Tras escuchar las declaraciones del principal acusado, al jurado no le quedó más opción que retirarse a deliberar.


Párita Liche

RELATOS DESDE LA ISLA


Nueva Narrativa Cubana
Jacqueline Shor (Comp.) Edit. RIL
La literatura Cubana, con José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas y más recientemente con Pedro Juan Gutiérrez, entre otros, ha trascendido los límites de la isla y se ha transformado en una de las más sólidas y originales de Latinoamérica: por su variedad de estilos y temáticas, por, pese a sus limitaciones políticas, por su frescura, pero también por la influencia que ejerció y ejerce en toda la creación literaria del continente (basta recordar a Carpentier y su decisiva influencia en el explotado “realismo mágico”).
Esta antología de Jacqueline Shor, reúne a dieciséis escritores nacidos entre 1958 y 1983; en cuanto a estilo, la escritura vibra en matices que van de lo tradicional a lo más contemporáneo (y todo lo que quepa dentro y entre estas dos palabras). Lo que une a las historias de esta antología es el hecho de haber sido escritas por autores que pertenecen al período de la Revolución y que tienen la particularidad de no haber salido nunca de Cuba. Sin embargo, la Revolución de Castro (1959), como pudiera pensarse, no es el tópico central de los relatos, pero sin duda aparece como música de fondo en algunos de ellos en historias donde sus personajes intentan explicarse, a si mismos y a sus lectores, la “aventura” de sobrevivir en la isla.
Así nos encontramos paseando por el Malecón (quintaesencia de la Habana) a bordo de una “flacucha” (bicicleta), contemplando la gran cantidad de extranjeros en busca de “jineteras” (prostitutas), en una ciudad donde la arquitectura y el paisaje parecen haberse congelado en una fotografía de los años cincuenta arruinada por el paso del tiempo.
Algunos de los puntos altos de esta antología son los cuentos: Josiane (Nelton Pérez), El Inquilino (Manuel Navea), Un Solo de Saxo para La Mundana (Miguel Terry Valdespino) y Eso Son Las Amigas (Rebeca Murga). Relatos de un estilo ameno, llenos de poesía y que dan cuenta de narradores de oficio. Sin embargo, la antología en su conjunto se impone por su calidad y nos entrega una mirada caleidoscópica y llena de matices de la Cuba actual, la de los “Hijos de la Revolucion”.



Párita Liche

El intelectual discrepante no tiene medios de expresión


Entrevista al escritor Hernán Valdés



Hernán Valdés (Santiago, Chile 1934) fue quien dio el primer testimonio que denunciaba las atrocidades que estaban siendo cometidas por los canes de Pinochet. El mismo día 11 de septiembre, el Centro de Estudios de la Realidad Nacional de la Universidad Católica, su lugar de trabajo, era allanado y desmantelado por una patrulla militar. En aquellos días, Valdés había comenzado a dar forma a su novela A partir del fin (Era, México, 1981; Lom, Chile, 2004); en eso estaba cuando el 12 de febrero de 1974, todo se vio interrumpido cuando varios hombres armados se presentaron en su departamento. Así, era invitado a continuar la charla en un cuartel. Luego sería llevado a Tejas Verdes. Un mes de estadía en tan horrible lugar sería tiempo más que suficiente para decidirse a abandonar el país. Luego de su asilo en la embajada de Suecia, llega el viaje sin boleto de regreso. Una vez en Europa, y con la necesidad de denunciar las atrocidades de la dictadura, publica Tejas Verdes. Diario de un campo de concentración en Chile (Ariel, Barcelona, 1974. Lom, Santiago, 1996), traducido simultáneamente a varios idiomas. A través de estas páginas, fechadas desde el 12 de febrero y el 15 de marzo de 1974, es posible conocer los horrores de la tortura y la prisión y la bien cuidada prosa de su autor. Después vino A partir del fin, publicada tardíamente en Chile y resistida por la izquierda es, si alguna justicia literaria existiera, la gran novela sobre el golpe. Su último libro publicado en Chile, Fantasmas literarios. Una convocación (Aguilar, 2005), es un emotivo retrato de la vida literaria de la década del cincuenta y sesenta. Por sus páginas desfilan nombres como los de Neruda, Teofilo Cid, Nicanor Parra, Carlos de Rokha, Jorge Teillier, Stella Díaz Varín y, seguramente, la mejor y más emocionante evocación que se ha hecho sobre el poeta Enrique Lihn, su amigo personal. Con Fantasmas… Valdés obtuvo una excelente recepción de la crítica y el Premio Altazor, reconocimiento que es otorgado por los propios escritores. Completamente ajeno a toda camarilla literaria local, este “exiliado vitalicio”, desde su residencia en Alemania, accede amablemente a esta conversación:

Quisiera comenzar preguntándole en qué trabaja actualmente… ¿tendremos pronto un nuevo libro de Hernán Valdés por estos lares?

No creo que tan pronto. Me han hecho ver que en Chile la literatura no se vende, y las editoriales, si es que ofrecen una publicación, lo hacen en condiciones deshonorantes. Tendré una nueva novela terminada probablemente a fines de año, pero la escribo para mi propia diversión y debido al horror que me produce la consideración de que lo que no se escribe simplemente no existe, no existirá.


Con las complicaciones que tuvo su novela A partir del fin para ser publicada, tanto en España como en México, y su tardía publicación en Chile – a ecepción de Tejas verdes – ¿siente que no se ha sabido leer su obra, incluyendo nuestro país?

Es curioso, parece que he tenido más aceptación como documentalista que como novelista. Es que mis novelas no son, aparentemente, fáciles. Zoom, es cierto, necesitaría una revisión y remodelación, en gran parte. A partir del fin ha sido comprendida por pocas personas, y espero que algún día se la lea con nuevos ojos. Porque, hasta aquí, ha sido considerada como una novela sobre el Golpe, y en este sentido repudiada o celebrada. Pero esa lectura es bastante equivocada. El Golpe, y sus circunstancias, no son más que un pretexto, una situación marco, para exponer las reacciones subjetivas del personaje respecto a esta experiencia, respecto al desmoronamiento paralelo de su vida política y sentimental.


En junio recién pasado falleció Stella Díaz Varín en el más completo olvido. La prensa lo mencionó, a excepción de Lafourcade, en breves espacios, pero nadie dijo nada… Tengo la sensación de que hace cuarenta o cincuenta años atrás, puntualmente en Chile, el oficio de escritor gozaba de más notoriedad, espacio, incluso me atrevería a decir respeto… ¿Cree usted que en la actualidad todo eso se ha ido perdiendo?

Creo que eso se ha ido perdiendo en todo el mundo. Los medios audiovisuales han sustraído casi totalmente la atención que antes se dirigía a los libros. El rol de los intelectuales ha desaparecido casi por completo, en especial porque ha desaparecido totalmente el apoyo político que muchas veces les sustentaba. Desaparecida la izquierda del planeta, con todos los medios de difusión de que disponía, hoy un intelectual, especialmente el discrepante, no tiene medios de expresión. Además, la privatización de la cultura ha cerrado muchas posibilidades de sobrevivencia y expresión para los intelectuales. A todo eso hay que agregar que ya en los años 60 emergió –y no sólo en Chile–- una nueva burguesía empresarial, que suplantó a la anterior, en la que predominaban las profesiones liberales y humanísticas, y entre cuyos miembros el gusto por las artes y la literatura eran factores de prestigio. En Chile se han sucedido varios gobiernos llamados socialistas tras el Golpe: pues ninguno de ellos ha sido capaz de crear un espacio para la cultura, libre de la privatización, espacio que antes procuraban las universidades. Stella, como tantos otros, vivió en la miseria y murió en la miseria. Una institución de apoyo, una especie de fundación cultural, habría evitado estas situaciones vergonzantes, las evitaría ahora mismo y en el futuro.


Usted vive en Alemania hace más de veinte años, ¿nunca ha pensado volver a Chile?

Una pregunta que me ha hecho repetidas veces, y a la cual he respondido de diversas maneras. Volver, pero ¿por qué a Chile? Que yo recuerde, la mayoría de los exiliados volvieron porque tenían allí propiedades, familias, empleos. Había, claro, los nostálgicos de una cierta complicidad en el mal hablar, de comunicarse con gestos convencionales, de compartir mitos y navegar en el compadrismo criollo; los que vivían rodeados de íconos nacionales, incluso los que, en vez del hueso de algún santo, tenían un frasquito con tierra chilena sobre el aparador, sobre cuyo grado de contaminación no tenían idea. Y pues, yo debo ser un tipo raro, no estaba en ninguna de esas categorías: yo no me sentía exiliado de un país, sino de un proyecto político y humano de sociedad, que posteriormente las fuerzas militares que gobiernan el planeta han hecho ilusorio.


¿Mantiene algún tipo de relación con escritores, en palabras de su amigo Enrique Lihn, “del horroroso Chile”, o como dice la crítica, con el “medio literario local”?

Cuando Lihn decía eso no se refería al paisaje, que era incapaz de percibir, o que no le interesaba un comino, sino a la mentalidad reinante, al oportunismo, a la generosidad vacía de consecuencias. No, mis relaciones son muy limitadas y esporádicas. A veces recibo mensajes de elogio, como el suyo, pero sospecho que, en general, el interés por mis libros es escaso. Hay algunos que ni siquiera han sido publicados allí.


Usted dice que hay algunos libros suyos que no han sido publicados en Chile ¿A usted no le interesa publicarlos o no ha tomado contacto con los editores?

Pese a la buena acogida de Fantasmas literarios, Aguilar no se interesó por publicar otros libros míos, o si se interesó fue en condiciones muy desventajosas, que no acepté. Esperaré pues a que haya mejores ofertas.

¿Qué le parece el revival de Enrique Lihn y las numerosas publicaciones de su obra aparecidas en los últimos años? ¿Es posible leer mejor con la perspectiva que da el tiempo?

Creo que, aparte de su poesía, que fue apreciada ya tempranamente, el interés actual por Lihn tiene mucho que ver con la fascinación por su vida, que se ha
convertido en un pequeño mito, y por su manera de morir. Lihn hizo, en gran parte, un espectáculo de su vida, y no pudo resistirse a hacer también un espectáculo de su muerte. Fue un gran actor.



Felipe Reyes F.

Un salto al vacío


Black Sparrow Press de John Martin


En diciembre de 1950, el Servicio de Correos de los Estados Unidos contrató a Charles Bukowski como cartero: “Estábamos en Navidades y me enteré por el borracho que vivía calle arriba, que contrataban a cualquiera que se presentase; así que fui y lo siguiente que supe fue que tenía un bolso de cuero a mis espaldas...”. Pasado ese período de Navidad, Bukowski no volvió a trabajar para correos hasta marzo de 1952, una vez que le ofrecieron un puesto definitivo en el servicio. Empleo que conservaría hasta 1955, cuando se vio nuevamente obligado a dejarlo por problemas de salud. Más adelante Hank volvería a pedir trabajo en esa oficina, y aunque lo detestaba, le consolaba que el Servicio de Correos le entregara un sueldo fijo y una pensión aceptable. Pero Bukowski ya estaba a punto de cumplir cuarenta años y le aterraba la idea de terminar sus días en aquellas mugrosas oficinas y aplanando calles.
Sin embargo, se dedicaría a esas labores durante doce años más, sobre todo haciendo turnos de noche, ya que de esa forma durante el día podía estar en el hipódromo de Hollywood Park, apostando a jornadas completa hasta sus últimos centavos. A veces sus turnos se extendían incluso dos semanas seguidas, para luego tomarse largos fines de semana dedicados a la bebida, las apuestas y por supuesto la escritura. Y de vez en cuando también una que otra esquiva chica.
Poco a poco, Bukowski empezó a publicar en pequeñas revistas literarias, y logró editar algunos poemas y relatos de manera independiente. En eso estaba cuando John Martin, un joven empresario, adepto a la iglesia cristiana, pero fascinado con el trabajo poético de Bukowski, decide fundar una exclusiva editorial donde publicar su obra. Así, nace la legendaria Black Sparrow Press, la que vista con los años sólo justifica el gesto como un verdadero salto al vacío.
Por esa época, Bukowski empezó a escribir también una singular columna, Escritos de un viejo indecente, en un semanario underground de Los Angeles. Una “escandalosa” columna que generó un ridículo incidente al llegar a oídos de sus jefes de correos, quienes incluso pidieron al FBI que investigara si el singular empleado era, como se pensaba, un peligroso “elemento subversivo”. Finalmente este hecho sólo sirvió como un pretexto para el despido. Entonces, John Martin le ofreció un sueldo mensual de por vida si escribía a tiempo completo para Black Sparrow Press. Hank aceptó la propuesta y, tal vez como mejor respuesta a esa misma paranoia, escribió su primera novela, Cartero, a mediados de los ’70.
De esta forma, la relación entre Bukowski y Martin, la que empezó siendo puramente comercial, se convertiría en la amistad más larga que tendría el viejo indecente. Ese ejercicio duraría cerca de veintiocho años. Tal vez el hecho de que casi nunca se vieran ayudó a conservar la amistad. Martin no se iba de juerga con Bukowski. Prefería evitarlo, porque era en esos momentos cuando éste se transformaba y se ponía violento. Una amistad que también se vería beneficiada por el hecho que Martin no fuera escritor, manteniendo alejados cualquier tipo de competencia o de celos intelectuales. “Bukowski –afirma Martin– era un hombre extraordinariamente sincero, no soportaba la falta de honradez. No soportaba el engaño. Yo solía decir que cuando necesitaba una respuesta absolutamente sincera, que no contuviera ni una pizca del ego de la persona ni de sus prejuicios, acudía a Bukowski. Era la única persona que he conocido que siempre te contestaba con absoluta sinceridad”.
Martin cumplía lo suyo: le enviaba su sueldo todos los meses. Una suma que empezaría siendo apenas 100 dólares y que a medida que fueron creciendo las ventas de sus libros llegaría a 7.000 dólares. Martin le compraba máquinas de escribir, le facilitaba los insumos y le daba hasta algún dinero extra cuando veía que se estaba quedando corto. Para compensar lo poco que se veían, se escribían cartas casi a diario, o se comunicaban por teléfono, eternizando conversaciones de los temas más variados: “Cuando me llamaba por teléfono, preguntaba: ¿Está el señor Rolls? Y yo le contestaba: Sí, ¿Es usted el señor Royce? Porque teníamos la sensación de que juntos éramos algo”.
Sin Bukowski no habría existido Black Sparrow Press. Y Bukowski, seguramente, no habría alcanzado tanto éxito si John Martin no hubiera apostado por él, dejando como testimonio más de cuarenta y cinco libros, entre poesía y prosa, que documentan, con ingenio, rudeza y sinceridad, los puntos débiles de una Norteamérica que nadie quería ver publicados. Un trabajo sucio que alguien debía hacer, y que como ocurre sólo a veces hizo que dos tipos necios se conjuraran.



Párita Liche

UN DESPRECIABLE CLOCHARD SE APODERÓ ENTONCES DE LA PALABRA


Un poema de Hernán Miranda


Yo soy el que merodea por ahí
empujando un carrito de supermercado
Ese que lleva zapatones de obrero de la construcción
y luce una falda plisada
y cofia en la cabeza como señora rusa proletaria.
De mí se dicen muchas cosas
y es hora de aclarar antes que sea tarde.
Se dice que yo era un oficinista travesti
que en las noches salía a rondar vestido de mujer
y que un día no pudo volver al trabajo porque
extravió la llave de su departamento,
y que pintado y con peluca fue sorprendido en la calle
por la salida del sol
y que con el escándalo perdió pan y pedazo.
Una historia edificante a costa mía,
con moraleja y todo,
que inventó la multitud de travestis verdaderos
que viven por acá
Yo sé que me miran detrás de los visillos de las ventanas
vestidos
con baby dolls y zapatos de taco alto mientras se
peinan el bigote y alistan su maletín antes de partir
al trabajo.
Tampoco ha faltado el que inventó la historia
de que soy un pillo que se disfrazó de mujer para
robarse el carrito lleno de comida del supermercado
Y tampoco el que ha llegado a sospechar que yo sea un
detective privado o un Sérpico
encargado de husmear en la basura para conocer detalles
íntimos
o averiguar sobre los negocios oscuros de mucha
gente que popula por aquí
Más de un niño se ha imaginado alguna vez que voy a
tirar el carrito y con una metralleta en la mano
saldré persiguiendo a los bandidos
Todo son fantasías, las propias fantasías de los chuecos
y pervertidos que se concentran en esta ciudad
donde ni las ánimas viven tranquilas
y los desaparecidos no aparecerán jamás
y los asesinos se ríen satisfechos detrás de la puerta
Soy un intelectual que ha hecho campañas orientadas
a enderezar los rumbos de la ciudad
y las seguiré haciendo con el ejemplo
no como un escritor de por aquí que posa de
gourmet y sueña con ser famoso como Neruda
u otros pretenciosos que conservan hasta sus bacinicas
esperando que algún día ser les haga un museo
Yo ando con mi carrito recogiendo cosas útiles de la
basura
Doy testimonio contra tanto consumista
Yo no soy travesti, en el buen sentido de la palabra. Digan
si quieren que soy mitad hombre y mitad mujer.
Soy la humanidad en movimiento. Pero de maricón
no tengo nada
Si otros van a París, yo me muevo de Santa Lucía a
Portugal,
cruzo por Rosal y Merced, me traslado por Lastarria,
por Villavicencio.
Y no le pido plata a nadie. Ni ando vendiendo pomadas.
Soy un viajero y una viajera, dos en uno que se mueven
por sus propias fuerzas
que no contaminan con humos ni con ruidos.
No me enojo si me comparan con el José y la María
Pero no aguanto que me tomen para el fideo. Doy
y exijo respeto.
Tampoco me gusta que me tomen fotos. Soy viajero pero
no ando tomando fotitos como turista ridículo.
Lo que más me carga son los diarios y la Tele.
Esos fariseos se merecen que yo entre a azotarlos
que les tire lejos sus monedas mugrientas
ganadas haciendo negocio con las desgracias y
miserias ajenas
Pero lo peor son las enseñanzas de la Tele
que han convertido en arribistas
hasta a los mendigos.

Joe Strummer (The future is unwritten): vida y muerte de un cantante



Notas sobre el documenta


Londres, 1975. El ruido que produce la intensa lluvia de la noche ahoga el crepitar del cigarrillo que cuelga de los labios de John Graham Mellor. En un instante todo ha cambiado. Este hombre, nacido en Ankara (Turquía) en 1952, criado en la vieja Londres, y al que sus amigos llaman Woody, esa noche acaba de convertirse definitivamente en Joe Strummer. Entonces da otra calada a su cigarrillo. Llueve a raudales. Ya nada será lo mismo. Atrás quedaba el adolescente hippie y okupa que creía estar triturando el sonido de la música con su primera banda, 101 ERS, hasta que estallaron sus tímpanos en un concierto de Sex Pistols; el joven rebelde que quiso cambiar el mundo y que renegó del “haz el amor y no la guerra” para rendirse a la revolución punk.
Joe Strammer, The future is unwritten, es un documental poderoso, vibrante, en el que Julien Temple, director británico ligado a la filmografía musical, homenajea al que fuera su amigo. Para ello reúne a personas que pertenecieron al círculo más íntimo del músico tales como su mujer, sus compañeros de banda, Mick Jones y Paul Simonon, así como a Steve Jones y John Lydon de Sex Pistols, o a gente del cine como a Matt Dillon, Johnny Deep o Martin Scorsese, y los sienta frente a una hoguera (símbolo por excelencia de Strammer) para recordar a Joe. Y lo hace nada menos que en el Centro de Interpretación de Sacromonte en Granada, España, en la ciudad andaluza que fue el paraíso místico del líder de The Clash.
Temple pinta un fresco tan romántico como realista. Así, aunque no se sumerge de forma obsesiva en las miserias de la vida de Strummer ni hurga en las desavenencias que tuvieron los miembros de The Clash, no deja de lado la parte turbia de la banda ni de su cabeza pensante. Lo demuestra una parte especialmente dura en la que se revive el momento en que Strummer “invita” a dejar el grupo al baterista Topper Headon debido a su adicción a la heroína. La formación en pleno había pactado no sacar a la luz su problema y reincorporar al baterista una vez superada la adicción. Pero, unos días después, el propio Strummer no tuvo reparos en comentar a los medios los motivos reales por los que se había apartado a Headon. Las imágenes en que Topper Headon cuenta cómo esta declaración de Joe lo sumió en una depresión, además de hacerlo necesitar cada vez más la jeringa y la cucharita, resultan inquietantes.

“La creación lo es todo”, pensaba Strummer, y quizá “todo” era demasiado. Para entonces Joe Strummer ya había devorado al joven Woody Mellor. “El futuro no está escrito”, solía decir mientras exhalaba el humo de su infaltable cigarrillo. Y realmente su vida fue huracanada, y él en el centro del círculo. Temple lo muestra con maestría en imágenes caseras, muchas de ellas inéditas, producto de una cantidad de material acumulado durante años. Con tanto género donde cortar, el director consigue crear el efecto de que es el propio Joe quien cuenta su vida dirigiéndose al espectador. Y lo logra. Entrevistas, grabaciones de ensayos de The Clash, videos domésticos, fragmentos de programas de televisión, mezcladas con grabaciones de los fans y colaboradores de las que Temple se nutre para construir un relato que recorre la vida de Joe con la banda sonora de sus propias canciones marcando el ritmo, poniendo el alma, aportando la densidad necesaria para subrayar los éxitos y los desgarros. Las mil caras de Strummer quedan pegadas a la pantalla y dan vueltas en la cabeza de quien mira: la imagen de Joe padre que, sin ser modélico, reconoció la esencia de la vida en los pequeños que corrían a su alrededor y que le hacían brotar dulces composiciones; el hombre insatisfecho que escondía entre su grueso ropaje a un poeta que necesitaba de la magia de Granada para desintoxicarse de la polución y el ruido de Londres y Nueva York; el genio que sacó de su lámpara una embriagadora música que conquistó el planeta. La obra gruesa de Temple es la de un futuro que sí estaba escrito. De fondo las joyas del protagonista, lo que parió con The Clash: canciones eléctricas que incluían todos los ritmos (punk, reggae, ska, pop…) y que fueron agregando una especie de sofisticación (vientos, teclados…) sin perder la urgencia sucia. La genuina conversión del punk inglés al punk rock mundial. Ese sonido crujiente de sordos chispazos y ahí, quebrajándolo todo, los aullidos de Joe.
La película de Temple se prende con temas como London calling, I fought the law, Rock de Cashba, Complet control o Should I stay or should I go? Y ahí está Strummer, sobre el escenario, los enormes focos cegándole, clavando su mirada a una multitud desaforada, completamente entregada. Y entonces comienza a desgarrar su garganta rugiendo sus letras. No hay nihilismo en su lírica, eso era cosa de Sex Pistols.
“El futuro no está escrito”, decía. Y ese principio que dominaba a Joe se comprende mientras va pasando el documental y presenciamos la autodestrucción de The Clash, la sobrevivencia de la banda gracias a la insistencia de su fundador (aunque fuera con otros miembros), y su final en 1985; también su incursión en el cine como compositor y actor, su presencia en The Latino Rockabilly War, sus colaboraciones con The Levellers o su segunda creación en terminos de banda musical: The Mescaleros (1999- 2002). Banda a la que no se le prestó demasiada atención, oscurecida por la pesada sombra de los Clash.
La parte final del documental muestra a un Strummer buscándose así mismo, caminando en círculos, alejado de los escenarios, asfixiado por las relaciones personales (probablemente arrepentido de algunas cosas), autoexiliado en la tranquilidad de la localidad española de Granada. Sin embargo, se ve también a un Strummer que continúa luchando, que renace, que se sacude la atrofia de la inactividad. Un hombre que aprecia la influencia de otras culturas y que no deja de escuchar –y pensar– en acordes nuevos en su cabeza, que no termina de encontrar al joven que un día fue y que necesita de los escenarios para reencontrarse consigo mismo. Un Strummer que canta por última vez, para su sorpresa, con Mick Jones, el que se le une en un recital de The Mescaleros en beneficio de los bomberos de Londres. Un Strummer que perdona y es perdonado en ese inolvidable último recital.
Joe Strummer muere el 22 de diciembre de 2002 a los cincuenta años de edad. Por todos lados suena Streetcare, su álbum póstumo. Su sonido penetra en los oídos de sus millones de fans a la vez que van secando sus lágrimas. Se suceden los homenajes y los obituarios (Elvis Costello interpreta London calling) y algo muere en la música internacional. Se ahoga el grito de su revolución mientras se agiganta el mito de su figura. El mito de su vida. Una vida que consumió con guitarrazos de pasión. En Granada todavía humea su hoguera. En Londres llueve a raudales.