DON’T BELIEVE THE HYPE!!









En 1988, cuando MTV llevaba siete años pasando coloridos videos en el (por entonces) novedoso formato de “clip”, los Public Enemy, reaccionarios padres del hip-hop, podían prescindir de la señal y vivir tranquilamente. Sin embargo, sabían cómo aprovechar la gigantesca campaña promocional que les ofrecía la rotación incesante de su video por todo el país (con los “pips” censuradores históricos de MTV, claro). En su segundo disco, el rupturista It Takes a Nation of Millions to Hold Us Back, Chuck D y Flavor Flav se dieron cuenta de que la lucha era desde adentro, y en la canción Don’t Believe the Hype cantaron: “Esto es algo nuevo, miren lo que traigo. Suban la radio. Algunos medios de comunicación son un palazo. Imbéciles, mentirosos. Igual que algunos escritores que conozco que son el maldito diablo. A todos ellos les digo; no crean en la promoción”. Desde el vientre del mainstream, los raperos de la Costa Este lanzaban sus dardos hacia las nuevas figuritas que aparecían en la televisión y en otros medios de comunicación, con una intensa difusión basada en el impulso violento y subliminal de los medios por imponer a sus artistas mimados. Pues los hoy mimados por los medios, mañana serán aceptados por el público.
Desde aquel himno urbano de los Public Enemy hasta hoy, el universo de la música –y especialmente el infrauniverso del rock, en su mirada más amplia, de Björk a Tom Petty– ha tenido una relación muy estrecha con los medios. O, mejor dicho, éstos han ido detrás de los supuestos talentos en ciernes y se embelesaron tanto que los promocionaron hasta imponerlos, y así crearon desde sus portadas, programas de radio, señales de música y actualmente desde Internet, un hype. Seguramente desde hace años muchos lectores habituales de publicaciones o suplementos de cultura joven habrán notado que para el periodista moderno es una tentación caer en esa pequeña, sajona y cool palabrita para decir que una banda “está inflada”.
La palabra hype (edición canchera del término hipérbole) empezó a ser utilizada intensamente en el ámbito comercial y publicitario en la década del ‘90, en coincidencia con la gran apertura capitalista y el inicio de la globalización. Así es que comenzó a definirse al producto mediático que recibe, por parte de un medio de comunicación, una carga excesiva de publicidad y difusión, generando que ese producto se inyecte como veneno en un público activo y consumidor. Lo acerca a los márgenes populares donde deberá sostenerse de manera legítima, y ahí es donde empieza a temblar el hype. Pues debido a su efímera condición, un hype tendrá dos caminos: proyectar al artista que salvará nuestro alicaído rock de todos los días o perderse en la fría oscuridad del rincón de los olvidados. Para pasar en limpio: hypear es crear tendencia a través de la sobredimensión o exageración de un artista, una obra o un producto. El mercado demanda y la industria del entretenimiento siempre necesita a la “nueva banda” que llegue para “salvar al rock mundial”.




El bajofondo chic


El entusiasmo por la nueva música es claramente algo positivo. Y es un gesto saludable cuando ese entusiasmo es llevado adelante por un medio de peso que sabe que su opinión marca tendencia, como en Inglaterra sucede históricamente con el semanario New Musical Express (NME). La tradicional y vendehumo publicación británica –y la número uno en lanzar todos los años, y a veces todas las semanas, a “tu nueva banda favorita”– dedica en sus páginas y su web un espacio importante a la música que late en el under y que, con su ayuda, tiempo más tarde ocuparán los títulos principales. En esa relación con el bajofondo chic se gesta el hype.
Sin dudas, el caso de los Strokes y NME es de lo más emblemático. Cuando la noticia del debut de los neoyorquinos (Is This It) llegó filtrada a Londres en 2001, la revista los puso inmediatamente en tapa y los definió como “la banda más cool del planeta”. Una semana antes, Starsailor, otro grupo inglés, había ocupado la portada con el calificativo de “la mejor banda del mundo”. Los Strokes fueron una bocanada de aire fresco necesaria y siguen en la ruta; y Starsailor tomó tanto vuelo que llegó a tocar en el estadio de Vélez Sarfield en Buenos Aires, pero... ¿cuántos grupos nuevos, con los que todos los días nos bombardean, alcanzan la popularidad o al menos la trascendencia?
En una conversación con la revista Melody Maker, el periodista estadounidense Austin Scaggs ensayaba una explicación: “Existe implícita en la música inglesa una competencia muy fuerte con Estados Unidos en cuanto al mérito por descubrir talentos ocultos y exportarlos. En ese sentido, New Musical Express, sin restarle importancia al trabajo de difusión y promoción de artistas que realiza, necesita todos los años generar una nueva figura que salte de sus páginas”. Scaggs advierte que, volviendo al affaire Strokes–NME, el hype no solamente llega desde las portadas. “Sus caminos son múltiples. Si eres un artista nuevo, fuiste adoptado como fetiche por un medio y tu disco sale con una calificación de cuatro estrellas, es muy probable que en cinco meses te llamen para tocar en televisión y que tu nombre suene con más fuerza, aun sin que mucha gente lo haya escuchado. Ese es el primer paso del hype: ser más conocido que escuchado.”







Los doctores Jekyll del señor Hype



Hagamos memoria. Desde aquel movido 2001, la New Musical Express, Spin, Q y Melody Maker en Inglaterra; más Billboard y principalmente la Rolling Stone en Estados Unidos, empezaron su guerra de “bandas favoritas”. Y así aparecieron, una tras otra, The White Stripes, The Hives, The Kooks, The Yeah Yeah Yeahs, The Libertines, Franz Ferdinand, Kasabian, Kaiser Chiefs y, posiblemente más famosos y personales que los demás, Arctic Monkeys. Antes de la salida de su debut (el más rápidamente vendido en la historia de la música británica), la banda ya contaba con una gran base de fans en Internet y promocionaba sus temas a través de MySpace. Esto sorprendió más a economistas y tiburones del mercado, que llevaron el caso a las páginas del periódico de análisis económico The Economist, que a los ejecutivos de las discográficas. Lógicamente, su fama ascendió a la velocidad de la luz.
Está bien, hay una gran diferencia entre los Monos y el resto: el éxito masivo. Su primer simple, I Bet that you Look Good on the Dancefloor, fue derecho al número uno y su álbum estalló en las ventas, lo que no sucedió con otros artistas superpromocionados como The Vines, The Futureheads, Bloc Party y los dinámicos Maximo Park. Aun así, bandas con el talento, el carisma, la inteligencia, la creatividad y la personalidad suficiente como para romper la barrera del anonimato. Regla de oro número uno del hype: ser hiperpromocionado no abre las cuentas del banco. Está claro que se necesita más que eso. Y si se tiene ese plus especial, el hype se puede terminar más rápido de lo que empezó; y cuando la burbuja se pincha, la banda pueda seguir tocando.
Joe Boyd, norteamericano pero viejo lobo de mar de la música británica, tiene una visión muy clara acerca del arte y de los negocios. El productor que trabajó junto a Muddy Waters, Stan Getz, Bob Dylan, Eric Clapton, Nick Drake, Toots & The Maytals, R.E.M. y Pink Floyd decía recientemente en una entrevista a la prensa francesa: “Un hype es promover en exceso, y eso en la música termina funcionando a la larga si la banda tiene la espalda como para sostener artísticamente una exposición que al principio es dulce, pero después se convierte en una presión difícil. El público no es ignorante ni los medios, estúpidos; el juego está hecho. Sólo hay que saber esperar”.


El premio Inflado 2010 es para...


Para situarnos en estos días, quizás el último gran hype de la prensa mundial –representada en cuanto a su incidencia en un 90 por ciento por Estados Unidos y el Reino Unido– sean los canadienses de Arcade Fire, que publicaron su debut Funeral en septiembre de 2004, y en poco tiempo se convirtieron en uno de los grupos revelación del mercado sajón. Pocos los reconocerían en la calle y no son de los más carismáticos del circuito, pero vendieron 2 millones de discos y mostraron un nervio compositivo y musical único. Por eso era de esperar que la aparición de su tercer disco –The Suburbs– haya sido uno de los más esperados del año. “Nunca existió en nosotros una desesperación por sonar o aparecer en los medios. Lo que no quiere decir que no te interese que a una mayor cantidad de gente le pueda gustar tu música, que es en definitiva lo que haces y de lo que básicamente vives. Pero sí existe un deseo interno de llegar lo más lejos posible, sería mentira si dijera otra cosa. Lo que no puedes hacer es vivir esperando que tus canciones suenen en la radio o que tu cara aparezca en las revistas para ver que tu obra vale la pena. Una difusión excesiva puede salvarte un año, dos, pero cuando se ven los hilos y no hay luces, todo depende de ti”, aseguraba Tim Kingsbury, bajista y guitarrista de Arcade Fire.
Desde la sureña y gris Sheffield y con la corona intacta de ser “la última gran banda inglesa” a fuerza de discos impecables y frescura adolescente, los Arctic Monkeys pusieron en jaque al hype y les hicieron preguntar a los medios británicos qué estaba primero, si el huevo o el hype. Alex Turner, su cantante, reflexionaba hace un tiempo y decía: “Vivía cansado de que la gente me dijera que éramos un producto armado por el mercado, porque ya estábamos ahí cuando la prensa nos descubrió. Yo, al menos, me siento orgulloso de la música que hacemos, de estar en el tope casi sin proponérnoslo y de lograr grandes discos. Pero cuando salimos no entendía mucho qué era lo que se había generado alrededor. Parecía que todos habían enloquecido con nosotros y quedamos en el centro de un huracán que nunca imaginamos. Lo que más me sorprendió y me sorprende es esto de volverse famoso de golpe. Todavía no logro asimilarlo, pero si todo el mundo se pone de acuerdo, algo habrá. No voy a contradecirlos”.
Todavía con signos del paso del acné en su cara y con su actitud de “debo ser una estrella pero no me doy cuenta”, Turner decía entender cómo funcionan las cosas: “Sé que sin Internet y el interés de muchos medios hubiera sido todo más difícil. No puedo negarlo, la difusión nos ayudó a acelerar los procesos. Y así aparecimos en medios como The Economist, que hablaba de ‘los desconocidos del hype que llegaron al tope gracias a Internet’. Qué sé yo... yo nunca había leído The Economist”.



Hay hype para rato

El juego del hype está hecho. Y, como la ley, a veces funciona. Basta repasar las parrillas de los festivales internacionales para notar que todos los años se suman artistas jóvenes y desconocidos –de hecho, la mayoría tiene un espacio y un escenario especiales dedicados a las nuevas bandas– que primero fueron debidamente fogoneados por aquellos medios que, oh casualidad, patrocinan o apoyan esos eventos. En muchos casos, los mismos medios son lo que proponen a esas figuras desde la presión que significa la palabra autorizada de un referente mediático que genera tendencia a través del éter o de litros de tinta. “Entiendo que los medios te pueden ayudar, pero también sería bueno ver el panorama completo y no comprar eso que te dan sólo porque te lo está dando un medio de jerarquía que debe marcar un rumbo para un mercado que espera”, define Kingsbury de Arcade Fire. “Es música, no es una cuestión de Estado. Si no tienes nada para decir, es probable que cuando se termine la campaña de promoción vuelvas a tu vida normal o regreses a tocar en bares para cien personas.”




COMO EN LAS PELÍCULAS...






El Fotógrafo João Pina nació en Lisboa, Portugal, en 1980. A los 18 años de edad ya trabajaba como fotografo. El trabajo de Pina se ha publicado en The New York Times, Newsweek, la revista GEO, D Magazine, DAYS de Japón, y Visão por nombrar sólo algunos.
Actualmente Pina vive en Buenos Aires, Argentina, donde continúa documentando los restos de la operación militar denominada Operación Cóndor, destinada a destruir la oposición política a las dictaduras militares en América del Sur durante la década de 1970.

Con una población de casi 10 millones de habitantes, Río de Janeiro, Brasil, sigue siendo una de las ciudades más violentas del mundo. Joao Pina se interna en el corazón de la ciudad para documentar esta violencia extrema, teniendo la oportunidad rara y única de seguir a la policía militar, así como enfrenterse a los jóvenes líderes y jefes de sus comunidades. Jóvenes que, armados hasta los dientes (y como en las películas), tienen tomadas las favelas con el tráfico de drogas y la lucha por el poder y el control al interior de los barrios. Aquí una pequeña muestra de su notable trabajo.



















"SI APUNTAS A UNO.... MÁTALO"








PARÍS.- El ministro del Interior francés, Brice Hortefeux, denunció ante el Tribunal de Gran Instancia de París al rapero Abdul X, que en una de sus canciones incita a matar policías.
El tema, que lleva por título "Tirer sur les keufs" ("Disparar a los maderos"), provocó la "consternación y cólera" del ministro, que decidió denunciar al cantante, nacido en un suburbio de inmigrantes a las afueras de París, según informa hoy la prensa francesa.

"No dejaré que un rapero sin notoriedad amenace a los hombres y mujeres que, en condiciones a veces difíciles, aseguran la seguridad de nuestros conciudadanos", afirmó Hortefeux en un comunicado para justificar su decisión.
En el videoclip, que circula por Internet, aunque ha sido retirado del portal Youtube para Francia, el cantante aparece rapeando con una actitud amenazante y con una pistola en la mano.

"Si apuntas a uno (policía), mátalo, no falles" o "una bala en su raza, una bala en su cara", son algunas de las frases que contiene el tema.
El ministro aseguró que la canción supone un "auténtico llamamiento a la violencia, y peor aún, un llamamiento a la muerte".
No es la primera vez que un grupo de rap es denunciado ante la justicia por las autoridades francesas.
En 1995, la banda "NTM" fue condenada a 7.600 euros de multa (unos cuatro millones y medio de pesos) y dos meses de prisión exentos de cumplimiento por su canción "Police".
Asimismo, el grupo "Ministère A.M.E.R" fue condenado a pagar 38.000 euros por incitación a la violencia, por culpa de su canción "Sacrifice de poulet" ("Sacrifico de madero").







BOMBA DE RELOJERÍA





MODERAT


Comenzaron juntos a comienzos de esta década en Berlín y parieron un primer EP (Auf Kosten der Gesundheit,2002). Luego se separaron, siguieron trabajando cada uno por su cuenta y ahora vuelven a unirse. Ellos son Sascha Ring (aka Apparat) y la pareja formada por Gernot Bronsert y Sebastian Szary (aka Modeselektor), y de ahí su nombre: la simple suma de Modeselektor y aka Apparat. Siete años más tarde Moderat vuelve a ser un trio y lo hacen con un debut homónimo en largo (2009, BPitch Control). Ahí cranean lo mejor de cada uno para sacar brillo de sus aparatos analógicos y computadores para crear una nueva bomba de relojería armada de electro, IDM y electronica, acompañados de los trabajos visuales de Pfadfinderei.Un potente primer single para un disco adictivo.


MENTES TORTURADAS


Dos mentes torturadas en negro sobre blanco. Franz Kafka como biografiado. Robert Crumb como dibujante que recibe el encargo alimenticio de ilustrar un libro pero que acaba desbordando los límites de la modesta colección de divulgación en el que debía aparecer su trabajo. El resultado es Kafka, un volumen recuperado en la colección de novela gráfica de la editorial La Cúpula en la que el patriarca del cómic underground norteamericano repasa la vida del escritor de Praga, intercalada con versiones de varios de sus relatos.
El proyecto surgió en 1993, como parte de una colección de libritos didácticos con títulos como Kafka para principiantes, Freud para principiantes, Marx... Una editorial argentina de libros legales y de empresa, Errepar, publicó también la colección. Pero el volumen encargado a Crumb volaba más alto (las ilustraciones devoraban literalmente la biografía básica escrita por David Zane Mairowitz y ridiculizaban el lema de la serie, Libros fáciles para ideas importantes) y no podía quedar perdido sin más: en el 2005 fue recuperado con honores en inglés como R. Crumb’s Kafka, operación que ahora repite la editorial fija de Crumb en castellano, La Cúpula. Tapa dura, buen papel, nuevas reproducciones. También se ha traducido de nuevo el texto al castellano, suprimiendo los modismos platenses de la edición argentina.


El dibujante de este Kafka ya no es ese desinhibido contracultural y procaz y ya empieza a ser el Crumb hoy canonizado que expone en el Hammer Museum de Los Ángeles los originales de su Génesis, la obra que publicó en el 2009 y a la que dedicó cuatro años de trabajo absorbente.
En el libro se insertan versiones de Crumb, que van de las tres a las 17 páginas, de la leyenda del Golem y de los relatos La condena, La metamorfosis, La madriguera, La colonia penitenciaria, El proceso, El castillo, Un artista del hambre y un fragmento de la novela inconclusa América. «El infierno es uno mismo». Lo dijeron Eliot y Sartre, lo repite Crumb en su autobiografía y lo podría asumir Franz Kafka. Porque resulta que el dibujante católico, norteamericano, sarcástico y lascivo, y el acomplejado judío de Praga acaban teniendo un terreno común. En el libro no dejan de estar presentes –se trata de Crumb, pero también de Kafka– las obsesiones sexuales o las fantasías enfermizas. Por supuesto, la transformación de Gregor Samsa en un escarabajo es digna del Crumb más lisérgico. La visión del padre, del atormentado ilustrador que retrata como unos salvajes a los patriarcas del Génesis. Y en las ilustraciones sobre la frustrada y reprimida vida amorosa de Kafka (la estólida Felice Bauer, la amiga de esta Grete Bloch, la independiente Milena Jesenska y su último amor, Dora Diamant) el salaz Crumb también se contiene, aunque se deja ir al recrear la visita de un joven Kafka a la habitación de una prostituta de Praga.




PRAGA, HOY / Pero el Robert Crumb cínico, crítico y mordaz reaparece en las últimas páginas, que retratan la Praga poscomunista. Un paisaje con un Mc Kafka Hamburgers, el salón de belleza Metamorphosis, una Kafkateria, la pizzeria Ghetto y por supuesto poleras con la cara del escritor. El dibujante, claro, se dibuja con una de ellas, bien metida en el pantalón y con el cinturón apretado.





MUROS, PINTURA Y UNA CÁMARA...



En el pasado Festival de cine de Berlin (febrero) se presentó el documental "Exit Through The Gift Shop" (algo así como "Salida a través de la tienda de regalos"), la primera película como director de Banksy, que muestra su particular estilo de "guerrilla urbana" que consiste en pintar paredes e intervenir espacios públicos, filmarlo todo y huir de la policía.
Sin embargo, la aparición de Bansky distó de lo que conocemos como una conferencia de prensa tradicional: el artista de Bristol -Inglaterra- habló encapuchado, con la voz distorsionada y a través de una cámara instalada en su casa.


Mucho se había especulado con que el artista se presentaría en el festival, aunque no se sabía de qué manera lo haría. Cuando los promotores de la película aseguraron que Banksy "estaba en la sala", todos comenzaron a mirar a su alrededor, nerviosos y excitados ante un hecho que sería casi histórico, pero los críticos debieron conformarse con escucharlo vía satélite.
"Me gustaría empezar diciendo que mi intención nunca fue hacer una película, aunque algunos crean que lo logré", dijo el británico.
Definida por él mismo como "la primera película de catástrofes del arte callejero". El narrador es el actor galés Rhys Ifans, aunque Banksy también interviene con comentarios irónicos y siempre encapuchado.


Guantánamo y billetes


El filme es un documental sobre un camarógrafo francés llamado Thierry Guetta que se obsesiona con filmar a Banksy y a otros artistas callejeros. Después de perseguirlo durante años, Guetta -que no tenía experiencia como artista- se convierte en uno de ellos. Ahora se hace llamar Mr. Brainwash ("Sr. Lavado de Cerebro") y ya vendió cientos de piezas. Incluso diseñó la tapa del último álbum de Madonna, "Celebration".
"La película es buena, si se la mira con bajas expectativas", dijo Banksy encapuchado. "Creo que mi objetivo era hacer una película que hiciera por el arte callejero lo que 'Karate Kid' hizo por las artes marciales", dijo el artista.
"Un filme que hiciera que todos los niños del mundo tomen un tubo de aerosol y salgan a la calle. Aunque creo que también podríamos lograr lo que 'Tiburón' hizo por el esquí acuático", ironizó.
El documental muestra el crecimiento del fenómeno Banksy y se concentra en la reputación mundial del artista y sus audaces intervenciones urbanas, que se pueden ver desde Nueva Orleans hasta el muro que separa Cisjordania de Israel.
Tiene escenas memorables, como la filmación de Banksy colocando en un juego de Disneylandia un muñeco que parece un preso de Guantánamo.
O la que muestra al artista con miles de billetes en los que aparece la cara de la princesa Diana en lugar de la de la reina Isabel II. Al principio pensó en distribuirlos, pero "luego me di cuenta de que había falsificado un millón de libras y que podía pasarme diez años preso".






MICK ES ROCK Y YO SOY ROLL...( Keith Richards)








"Mi función principal en aquel momento era liar porros". Quién habla es Jake Weber y su recuerdo no tendría mayor trascendencia de no ser porque "en aquel momento" tenía ocho años. Este es uno de los muchos testimonios que recoge Stones in exile, un documental sobre la escandalosa grabación en 1971 del disco Exile on Main St., que será reestrenado en el Festival de Cannes de este año y en Chile se verá el próximo 5 de junio, a las 21 horas, por el canal de cable I-sat. El mítico eslogan Sexo, drogas y rock and roll se hizo realidad en el verano de ese año en un pueblo del sur de Francia, donde los Rolling Stones gestaron el que muchos denominan el mejor álbum de rock and roll de la historia.
Jake Weber, hoy en día un reconocido actor de Hollywood, era uno de los niños que correteaban por Villa Nellcôte, la majestuosa mansión que Keith Richards había arrendado en Villefranche-sur-Mer. Era el hijo de Tommy Weber, un amigo íntimo de Richards descrito en el documental como "piloto de carreras, dealer y aventurero". Y no sería el único traficante en visitar la casa entre abril y octubre, los meses de gestación del álbum.
El resto de los Rolling se repartía por diferentes palacetes de la Costa Azul francesa, donde habían ido a parar tras salir huyendo de Inglaterra por sus deudas con el fisco. Su manager se había aprovechado de ellos y sus cuentas bancarias rozaban los números rojos, lo que no les impidió vivir un exilio propio del jet set, subidos en la montaña rusa del exceso y la extravagancia y rodeados de paparazzi y narcotraficantes. "En la casa siempre había gente. Entraba un tipo en el salón y ponía sobre la mesa dos grandes bolsas de heroína. Había drogas para desayunar, para comer y para cenar", dice en Stones in exile Anita Pallenberg, novia de Richards, que llegó a inyectarle heroína a la hija del chef, según cuenta la biografía de Stephen Davies Los viejos dioses nunca mueren (Ma Non Troppo).



La boda de Jagger


Cuando salieron de Inglaterra, en abril de 1971, Brown sugar, el primer single de su disco Sticky fingers, entraba directo al número 2 en las listas de éxitos. En EEUU se alzaba al primer puesto. A los pocos días de llegar a la Costa Azul, Mick Jagger anunció su boda con Bianca Pérez en Saint-Tropez, que se convirtió en un extraordinario acontecimiento mediático (la localidad se colapsó de periodistas y curiosos y el enlace estuvo a punto de suspenderse). En el documental, Bill Wyman, bajista de los Stones, deja claro cómo andaban las relaciones en el seno del grupo: "Todos sabíamos que Mick se iba a casar, pero él no nos había dicho nada. Finalmente, el día antes de la boda me llamó y me pidió que fuese como testigo".
Los Stones buscaron un estudio de grabación en la Costa Azul, pero ninguno les convenció. Finalmente decidieron instalar su estudio móvil en el sótano de la mansión de Richards, un antiguo palacete que durante la guerra había sido ocupado por los nazis. El grupo grabó en las mismas habitaciones donde la Gestapo realizaba torturas, estancias oscuras y húmedas transformadas en selvas de cables donde las guitarras se desafinaban continuamente y casi no había ventilación (de ahí el título de la canción Ventilator blues).
Por la descripción de Jake Weber, aquello parecía un pequeño infierno: "Bajar allí daba un poco de miedo. Había alcohol y mucho humo, y siempre se oía la música ruidosa". La misma Anita Pallenberg afirma que tocaban tan alto que "las canciones se oían desde el pueblo".





Caos y anarquía


Stones in exile profundiza en el trabajo del grupo en aquel sótano (con más fotografías que metraje, eso sí). La grabación fue un caos absoluto de resultado impredecible: lo mismo podía salir un desastre o una obra maestra. Finalmente fue esto último. "Se grababa a cualquier hora del día, sin previo aviso. Si se empezaba a las once de la noche, nos podíamos tirar 12 horas. Por eso había que vivir allí", explica Watts, que dormía debajo de la habitación de Richards.
La banda llegó a la Costa Azul con los bolsillos vacíos y poco a poco fueron escribiendo y registrando las 18 canciones de Exile on Main St., su primer álbum doble. Al frente de la grabación estaba Richards, que estableció su propio método de trabajo (o mejor dicho, la ausencia de él), lo que proporcionó al disco un sonido crudo y excitante que llevaba el blues, el rock y el country a extremos salvajes.
Improvisaban durante horas tratando de enderezar un barco sonoro a la deriva hasta que se encendía la luz en la cabeza del guitarrista: "Tocaban mal una canción durante tres días seguidos, pero de repente, Keith se levantaba y miraba fijamente a Charlie, al otro lado Bill ponía su bajo en posición de 84 grados y entonces hacían una toma redonda", dice en el documental uno de los técnicos de la grabación.
Richards se impuso a un Jagger que se sintió incómodo con todo el proceso. "La grabación se convirtió en algo perjudicial para el grupo", se le oye decir a Jagger en el documental. Richards, que salió de Villa Nellcôte conviviendo con la heroína, lo ve de otra forma: "Mick necesita saber qué va a hacer mañana. Yo estoy contento con levantarme y mirar quién anda alrededor. Mick es rock, yo soy roll".



FIESTA DE LA DIVINA COSECHA




El trabajo de meses se ve recompensado con los frutos de la tierra y las épocas de escasez se olvidan en la abundancia.

Divina Cosecha los invita:

En vivo: Augias Amena, Terry Unplugged, La Golden Acapulco
Weed party dub, dubstep, drum n' Bass,
experimental: Smoke whit Lulu, Nicanor Porro, Men T Zero
Comidas espaciales de: Pasto SecoVisuales Psicoactivas: Dr Bongazo
Viernes 16.04.2010 / 23 Hrs.$1000 hasta las 12, despues $2000
Donde?: Sta Rosa con Copiapo 667





Evento en Facebook:
http://www.facebook.com/home.php?#!/event.php?eid=106989469341667&ref=nf________________________________________________________________________________________________________

EL VIEJO ALBARN OTRA VEZ!!










Hace mucho, mucho tiempo, bastante más del que uno desearía, la industria musical se frotaba las manos (una vez más) al calor de una nueva “guerra entre bandas”. Musicales, quiero decir; nada de baleos desde autos con vidrios polarizados, pañuelos de colores, ropa XXL ni disputas entre costa Este y Oeste. Las bandas en cuestión eran dos fenómenos de masas que prometían devolver la maltratada música británica al lugar que legítimamente le correspondía (el centro del universo): Blur y Oasis. Al resplandor de Parklife (1993) y Definitely Maybe (1994), los hermanos Gallagher (Oasis) y Damon Albarn (Blur) protagonizaban una batalla cuasi-campal por arrancar el cetro de Rey del Mundo de la fría y atormentada mano del gringo Kurt Cobain, que unos pocos meses antes se había escapado a la asfixiante presión del éxito haciéndose un inapelable agujero en la cabeza.

Quince años más tarde, ha quedado más o menos claro que ni unos ni otros eran para tanto, que The Stone Roses seguramente seguían siendo más grupo que los dos juntos, y que por aquel entonces ya andaban publicando discos artistas que a la postre han tenido carreras muchísimo más influyentes: Beck, Massive Attack, el que a usted le parezca (por no polemizar, que cada uno elija el suyo). La carrera del siglo entre los dos supergrupos puede, por tanto, declararse desierta.

No obstante, el tiempo también ha puesto a cada uno en su sitio. Y si tenemos de dar un veredicto, el ganador ha sido, sin lugar a dudas, Damon Albarn; este Plastic Beach es una prueba más, clara y contundente. Desde aquellas divertidas épocas de adolescente fantasía, de alborozado brit-pop, Albarn ha evolucionado, ha experimentado, ha fracasado a veces y ha tenido más suerte otras; y por cada nuevo proyecto, por cada interesante giro musical, por cada nuevo género en que metía la cabeza Albarn, los hermanos Gallagher escribían otro himno de bar y, a continuación, destrozaban otra habitación de hotel. ¡Bravo! Con el tiempo, no obstante, los hoteles se negaron a hacerles reservas, los diarios perdieron interés en que le hubieran partido la cara a otro funcionario en otro aeropuerto o los hermanitos se hubieran peleado, y el público se aburrió. Y mientras tanto Albarn seguía a lo suyo, cimentando una trayectoria musical posiblemente no genial (de acuerdo: quizá el buen Damon no sea el mayor talento natural de la historia) pero si muy sólida y notablemente más inquieta y atrevida de lo que es habitual en un músico que se ganó la fama a base de pop para adolescentes.

En este nuevo trabajo de la banda virtual Gorillaz, Albarn (y el fabuloso elenco de colaboradores que le acompaña: Mos Def, De La Soul, Lou Reed, Gruff Rhys, Snoop Dogg, Bobby Womack, etc…) nos da una nueva muestra de su enorme eclecticismo – cualidad en la que nada tiene que envidiar al mismísimo Beck Hansen –, de su naturalidad para hacer buena música y de su gran talento. Nuevamente, creatividad a raudales, influencias tremendamente variadas – desde el hip-hop hasta el folk pasando por la electrónica o la música árabe – y novedades, siempre novedades. Si los discos de Albarn tienen una característica constante es su capacidad para sorprender siempre, para explorar nuevas direcciones musicales digeridas con inteligencia e interpretadas de una manera más o menos brillante. Quizá sea esta la clave de la carrera de Gorillaz: en sus discos no existe el “corta y pega”, sino la capacidad de asimilar, comprender y entretejer influencias musicales de una amplitud a veces sorprendente.

El disco contiene unos cuantos temas sencillamente espectaculares, tales como “Glitter freeze”, un tremendo tema en el que, con el apoyo del impagable Mark E. Smith (The Fall), Albarn se mete en arenas electro-disco con una intensidad que podrían envidiar los propios LCD Soundsystem. El que ha sido el primer single, “Stylo”, un potente tema de música electrónica algo oscura y algo disco, también se revela enseguida como un tema pegadizo; no obstante, las joyas son muchas. Con una notable mayoría de canciones tomando su base lírica del hip-hop, las combinaciones se hacen exquisitas: desde los ritmos árabes de “White flag” hasta los toques de hyperdub de “Sweepstakes”, pasando por los ritmos más desprejuiciados de “Superfast jellyfish”. “Empire ants”, con la voz de Little Dragon, es otro temazo cuyo tramo final merece cualquier elogio.

No faltan temas más tranquilos, aunque Albarn ya está demasiado curtido para ofrecernos baladas pop a la usanza de sus años mozos; incluso los temas en que más desnuda su voz y más simplifica los arreglos acaban teniendo intensidad e intención (como en “Broken”), y pocas veces caen en la melancolía facilona. Con todo, no todos los temas serán del agrado de todo el mundo y quién desee encontrarle peros al disco tendrá sus tres o cuatro momentos de satisfacción. Quizá incluso tiene algún momento para quien tenga ganas de criticar al grandísimo Lou Reed, ya que firma posiblemente una de las colaboraciones más flojas del disco.

No obstante, no sería justo negar que el disco en su conjunto es una pequeña maravilla y su escucha es prácticamente imprescindible. Aún presentando los altibajos propios de un disco con 14 temas tan variados, en los que ha colaborado tanta gente, y en los que se cruzan aciertos impactantes con tramos, por fuerza, más experimentales o menos. Pero no cabe duda, absolutamente ninguna, de que lo volveremos a ver cuando haya que hablar, a final de año, de lo mejor de este 2010. Atención también a futuras ediciones del material extra que se ha generado durante la larguísima grabación de este disco, que hemos tenido oportunidad de escuchar y que rivaliza en calidad con las canciones que han acabado en la edición oficial del disco.

Por tanto, otra medalla para el viejo Damon Albarn, un músico que está demostrando tener más fondo, más sustancia y más inteligencia musical que tantos y tantos geniecillos de la música que nacen, crecen, se reproducen, y mueren.



P.L.