LA ÚLTIMA CANCIÓN











Algo le pasó en apenas tres años, entre sus dos únicos discos. Cuando lanzó Frank, en 2003, un álbum “promesa”, jazzero, un poco inofensivo, un poco “vela aromática”. Era una chica callejera de ojos acaramelados y curvas, con el pelo largo y un rostro que podía ser hermosísimo o muy extraño, rígido, lobuno. Era la chica nueva de la escena, del norte de Londres, descubierta por el rey de los productores Simon Fuller; la hija con suerte de un taxista y una farmacéutica que había crecido entre el hip hop y Frank Sinatra.
Cuando lanzó Back To Black, en 2006, había encontrado su voz, su estilo y su hombre, y había escrito canciones increíbles, canciones que sonaban como clásicos, como standards y eran al mismo tiempo absolutamente contemporáneas. Se había llenado de tatuajes, imágenes de chicas pin-up y el nombre de Blake, su amante, en el pecho. Usaba un peinado vintage (beehive) enorme, que según ella crecía o se achicaba de acuerdo con sus estados de ánimo. El maquillaje de los ojos estaba inspirado en Cleopatra. Ella se parecía a Ronnie Spector, pero no era una imitación, era una inspiración, una adaptación, una de las tantas pinceladas del personaje Amy Winehouse, la chica judía de Candem que cantaba como las mejores vocalistas negras de la historia. También, entre sus dos discos, conoció las drogas más complicadas y cantó sobre que no quería rehabilitarse, que prefería sufrir, en la hipercitada “Rehab”. Después sí haría rehabilitación, muchas veces, pero la canción está siendo injustamente (hasta la majadería) tomada como una declaración de principios, como una advertencia.
Amy Winehouse componía sus canciones y eso no se menciona tanto, a pesar de que es bastante raro en una artista pop contemporánea –o se dice que Back To Black es así de bueno por la producción de Mark Ronson, un productor indudablemente notable y clave, ¡pero que no le escribió esas melodías y esas letras!–. Amy escribió canciones sexuales, sensuales, tristes, de una femineidad desatada, sin miedo, sin falsa elegancia, just like a woman. Amy no era un robot super eficiente como Beyoncé ni una saludable irritante como Katy Perry ni una loca de gimnasio como Fergie –-además de que era mejor cantante que las tres juntas–. Representaba un tipo de mujer muy brava y muy frágil, con problemas, con gritos y a las risotadas, puteadora, amigable, cercana, infeliz, fiestera, preocupada. “You Know I’m No Good”: “Lloré por ti sobre el piso de la cocina/ Me engañé como sabía que lo haría/ Te dije que soy un problema/ Sabes que no soy buena”. En su voz suena todo cierto, sincero. Se la escucha llena de deseo, de ese deseo que retuerce el estómago, que es incómodo: esta mujer no era una diosa seductora invencible, esta mujer cantaba sobre la desnuda verdad. “Back To Black”: “No perdió tiempo, mantuvo su pija húmeda/ Y yo, con la cabeza alta y las lágrimas secas, sigo adelante sin mi hombre.../ Solo nos dijimos adiós con palabras/ Morí cien veces/ Vuelves con ella y yo vuelvo al negro”.
Y su atención para el detalle es asombrosa: todo Londres está en sus canciones: el pan pita, las papas fritas de la calle, la cerveza Stella, los pubs. Y la forma que tenía de describirse a sí misma: “La vida es una cañería y yo soy un penique rodando por sus paredes”.


EL CIELO Y EL INFIERNO

En esos años apareció Blake Fielder-Civil, “musa” de Back To Black. Un tipo que trabajaba en videoclips, pero que nunca estuvo muy claro qué hacía realmente. Es a él a quien hoy todos acusan de haber iniciado a Amy en las drogas. Delgado, con sus trajecitos mod, es como un Pete Doherty con cara de hombre, anguloso, delgado. Cuando se conocieron él tenía novia, ella sufría y escribía “Love Is A Losing Game”, canción de arrepentimiento, de por qué tuve que hacer esto; una canción extraordinaria, conmovedora. El disco salió, él volvió y se casaron en 2007. Enseguida Blake se fue preso por pegarle al dueño de un pub y después ofrecerle plata para que se callara. Ella hizo lo que pudo con su ausencia apenas seis meses después del matrimonio. Lo visitó. Gritó su amor en público, dijo que sin él se moría, se emborrachó, se puso en el peinado gigante –el panal, le dicen– unos apliques con su nombre, lo nombró en cada canción, puso su nombre en su voz, “Blakey baby” siempre y en todos lados. Admitió que cuando él la sacaba de quicio, le pegaba; antes del arresto, Blake solía aparecer ensangrentado, rasguñado. Ella también. Ella nunca acusó a Blake de golpearla. En 2009 se divorciaron, pero siguieron hablando. Probablemente se siguieron viendo. Hoy Blake está preso otra vez, por robo: salió a buscar dinero para su adicción. Tiene una nueva pareja, Sarah, y un bebé recién nacido, Jack. La chica nueva, dos semanas antes del maldito día, había amenazado públicamente a Amy para que dejara en paz a Blake. “Se mandan diez mensajes de texto por día”, se quejó la mujer. Ahora aparece insólitamente conmovida por el derrumbe de su novio que, en la cárcel, tiene guardia permanente por si se suicida: “Cuando me llamó desde la cárcel para decirme que ella había muerto no lo pude consolar. Blake es el padre de mi hijo, pero cuando lo vi con Amy me di cuenta de que estaban enamorados, que eran almas gemelas. Pero no funcionaba. No podían vivir juntos, pero tampoco separados. Para mí fue muy difícil aceptar que él la amaba, pero lo entendí. Creo que Amy nunca pudo superar que Blake tuviera un hijo con otra mujer. Creo que eso la golpeó mucho”.
Amy no hablaba mucho en las entrevistas. En la que le dio a la revista Rolling Stone en 2007, contestó preguntas sobre Blake: Que todas las canciones eran sobre él, que cuando creyó que nunca iban a volver a verse, sencillamente quiso morir. Durante la entrevista, la periodista Jenny Eliscu la notaba distraída, le preguntaba qué pasaba y Amy respondía: “Estoy pensando en Blake”.
Blake estaba en la mesa de al lado.








LOS PERROS DE PRESA


Los detalles sórdidos de los últimos años de Amy Winehouse son todos públicos. Esos tropiezos y caídas que la mayoría vive en secreto eran para ella la tapa de los diarios. Amy descalza en jeans, sin maquillaje y llorando, esquelética, horriblemente triste; dicen que esa foto se la sacó un amigo para que “viera hasta dónde había caído”. Amy con manchas de sangre en los zapatos blancos, el jean desgarrado en la rodilla, la tela ensangrentada, un diente menos y los ojos en blanco; Amy desde la ventana de su casa, con una expresión terrible en la cara, como si alguien la hubiera encerrado allí para matarla de hambre; Amy con el vientre distendido de alcohol y falta de comida sobre piernas esqueléticas; Amy y el maquillaje corrido, los dedos y las uñas quemados por la pipa de crack, manchas de acné más oscuras que sus ojeras, los granos y erupciones en la boca que dejan las pastillas de éxtasis, enojada, pegándole a un fan, flaca, perseguida, rubia, casi nunca con el panal deshecho. En 2008 apareció un video donde se la veía hablando de los Valium que se había tomado para calmar los efectos de otras drogas brutales y, después de darle una pitada a su pipa, entraba en un espiral de incoherencias y malhumor. El video tenía 19 minutos y no era apócrifo; como sí lo son las fotos y el video que en YouTube afirman ser de su cuerpo muerto, supuestamente tomados por un celular. La prensa amarilla británica ya está siendo señalada como culpable pero, por supuesto, The Sun y News Of The World son parte de una cultura que desea y gusta ver sufrir a sus celebridades, por muchos motivos pero especialmente por resentimiento: tienen toda esa fama y dinero y lo desperdician, cómo pueden ser tan reventados con lo bien que les va, qué le queda a uno que se desloma y otras joyas del sentido común que no esconden lo fundamental: aquí nadie tuvo compasión. Amy no se tuvo compasión, los fotógrafos nunca bajaban el lente para llamar a una ambulancia, el día después de la muerte más de la mitad de los obituarios decían “no había sido sorpresiva”, los foros cloaca de Internet se llenaron de gente que hablaba de tenerlo merecido y de que ella se lo buscó por exhibicionista, que si necesitaba los tabloides era porque no tenía talento, y hasta su madre dijo que era “una cuestión de tiempo”. Ningún adicto tiene por qué morirse, pero en el caso de Amy Winehouse había un coro de animales de rapiña asegurando que no había otra salida y ella lo debe haber escuchado muchas veces.
En el funeral aparecieron los cómicos brasileños Daniel Zukerman y el además productor André Machado, que tienen por costumbre infiltrarse en eventos como impostores. Graciosísimo, ¿no? Tipo Jimmy Jump, esos chistes mediáticos. Igual de desaprensivos fueron los que la dejaron subir al escenario en ese infame concierto de Belgrado donde fue abucheada por ¿fans?, menos de un mes antes de su muerte. Es incómodo celebrar tiempos pasados, pero al menos se debe admitir que algo ha cambiado: en su último concierto público, el 12 de agosto de 1970, en Boston, Janis Joplin solamente pudo completar dos canciones porque estaba demasiado intoxicada. Al otro día, las reseñas fueron positivas, por compasión, discreción o respeto. Janis murió dos meses después.
Tampoco es Amy Winehouse la única artista estrella acosada por la prensa y la policía –cada vez se parecen más–. Mucho más brutal fue el asedio a Billie Holiday, mujer con la que se la compara con bastante justicia, a pesar de las obvias diferencias de época, peso histórico e iconografía. Billie, que hacia el final de su vida también se paseaba desnuda detrás del escenario, que también expresaba una sexualidad voraz. En 1947, en la cima comercial de su carrera, fue arrestada por posesión de narcóticos en su departamento de Nueva York y comenzó el ensañamiento. Su abogado se negó a acompañarla a la corte, aduciendo que “no le interesaba”. Se declaró culpable y pidió la internación. Fue presa, pero cuando salió la gente todavía la amaba y cantó ante un Carnegie Hall repleto. En 1949 la arrestaron otra vez: peor fue perder un certificado llamado Cabaret Card, eso le impedía, por ¡12 años!, tocar en lugares que vendieran alcohol. La policía la perseguía, a veces en complicidad con sus dealers e incluso con sus amantes. Las autoridades exigían que se declarara delincuente cada vez que entraba o salía del país. Murió en 1959 en el Metropolitan Hospital de Nueva York a los 44 años: tenía cirrosis, problemas cardíacos y era adicta a la heroína. La guardia policial había sido retirada de su habitación, por orden judicial, apenas unas horas más temprano.


EL CLUB DE LAS MUJERES DE FUEGO Y LÁGRIMAS

Amy Winehouse murió a los 27 pero su compañía después de la vida son las otras divas trágicas, sus voces sobrenaturales, ese dolor de origen conocido o desconocido pero, en todos los casos, imposible de aliviar. Dinah Washington, llamada la “reina del Jukebox”, hermosa mujer negra de Chicago de quien dijo Quincy Jones: “Podía tomar una melodía entre sus manos como si fuera un huevo, quebrarla, freírla, dejarla que se quemara, reconstruirla, poner el huevo de vuelta en la caja y en la heladera y aún así se le entendía cada sílaba”. Se casó siete veces, decía haberlos amado a todos, tomaba pastillas para dormir y para adelgazar, y cuando eso no bastaba, derrochaba en autos y ropa. Cantaba en “Evil Gal Blues”, el blues de la chica mala: “Soy mala, no te metas conmigo/ Te voy a vaciar los bolsillos y te voy a llenar de desdicha/ Tengo hombres a la izquierda y a la derecha/ Hombres de día y de noche/ Tengo tantos hombres que no sé qué hacer/ Pero soy una chica mala y necesito un chico malo/ Es que ando triste desde que lo perdí al que tenía por culpa de Uncle Sam”. Una canción tan juguetona como triste. Como “You Know I’m No Good”. Dinah murió a los 39 años de una sobredosis, en su cama.
Billie Holiday nunca estuvo con un hombre que no la usara, que no la maltratara, que no quisiera hacerse rico con su voz. Ella sólo sabía aceptarlos: había sido prostituta y, a los 10 años, había sido violada en la institución para niñas negras con “problemas” donde su madre la había internado. Dicen que su hábito de fumar opio lo tomó de su esposo James Monroe y el de la heroína de su novio el trompetista Joe Guy. La heroína era parte del mundo del jazz entonces; podría haber sido cualquier hombre, cualquier circunstancia o ninguna en particular. Pero Billie admitía que sus pasiones eran destructivas, penosas. Y las cantaba. “My Man”: “No es muy atractivo, no es un héroe de los libros/ Pero lo amo, sí lo amo/ El tiene tres o cuatro chicas que le gustan tanto como yo/ Pero lo amo/ No sé por qué/ El no me dice la verdad/ Y me pega/ ¿Qué puedo hacer?/ Pero lo amo/ El nunca sabrá que mi vida es desesperación.../ Para qué voy a decir ‘me voy’/ Si sé que algún día volveré/ De rodillas”.
La más desgarrada, claro, fue Edith Piaf. Las drogas, la salud destrozada, el amor desolado: el hombre de su vida, Marcel Cerdan, boxeador, campeón del mundo en 1948, murió en un accidente de avión cuando volaba para encontrarse con Edith, en Nueva York. Para aliviar su culpa –ella le había pedido que la visitara, lo extrañaba desesperadamente–, su dolor y su artritis, Piaf se hizo adicta a la morfina y nunca se recuperó. “Hymme à l’amour” y “Mon dieu”, las dos trágicas canciones de amor, ambas son para Marcel.
Y con Janis, Amy comparte además de la muerte a los 27, esa dureza esculpida en la adolescencia, el amor por la música más vieja que ellas, las drogas claro, pero también ser esas chicas que están de fiesta a gritos y al rato lo único que pueden hacer es contarse los dedos de las manos, almas gemelas, la chica de “Little Girl Blue”: “Sé cómo te sientes, mi infeliz nena triste, sé que no hay nada más que hacer que contar los dedos/ sé que sientes que no hay motivo para seguir adelante, que sientes que todo ha terminado/ Oh siéntate ahí, cuenta las gotas de lluvia/ Siente cómo caen a tu alrededor/ Querida, sabes que ya es tiempo/ Siento que es tiempo de que alguien te lo diga, tienes que saberlo/ Que todo lo que tendrás, todo en lo que te vas a apoyar, todo lo que vas a necesitar/ Va a sentirse como esas gotas de lluvia que caen a tu alrededor”.



PARTES DE AMY





Mitch Winehouse, el padre, decidió regalar la ropa de Amy a los fans que armaron un altar frente a la casa de Candem. Mitch Winehouse parece el más triste de todos en esta triste muerte, el más compasivo con su hija. Siempre habló con la prensa con cierto optimismo, incluso cuando anunció que su hija tenía enfisema –por el abuso de crack– y que Blake le había explicado que ambos se cortaban, se mutilaban, en la abstinencia, para calmar el dolor. Mitch Winehouse parecía creer que si la entendía podría ayudarla. En la foto se lo ve con la ropa de su hija en las manos, menuditas poleras sin mangas, anteojos de plástico blanco, musculosas grises, amarillas, rojas gastadas. Es lo que ella hubiera querido, decía, mientras repartía las reliquias.




(O. Borneo)

GAINSBOURG, VEINTE AÑOS DESPUÉS...





Solo y en su casa de la rue de Verneuil de París. Así murió hace 20 años, el triste 2 de marzo de 1991, mientras dormía, el cantante francés Serge Gainsbourg. Su muerte por un paro cardíaco fue la escenificación de la soledad que envolvió al músico francés más importante de la segunda mitad del siglo XX, a pesar de su reconocimiento y fama en Francia. ¿Un genio o un loco?, ¿un depravado o simplemente un provocador? La historia de Gainsbourg es una dicotomía, una lucha, entre Serge y esa parte de él mismo al que bautizó como Gainsbarre. Su vida se vio marcada por esa lucha y por lo que llamó "el triángulo formado por mujeres, alcohol y los (cigarros) Gitanes". Serge nos dejó con miles de canciones y con discos que iban desde la chanson francesa, al pop, al rock, al jazz, a la música africana, reggae o hip hop.

Sus inicios se enmarcan en el jazz y el anti-yeyé, en un momento a finales de los 50 e inicios de los 60, marcados por la música rock´n´roll y el pop anglosajón. Mientras los Beatles decían que le querían agarrar la mano a una chica, un Serge, que pasaba de los 30 años, cantaba recitando letras complejas, que eran pura poesía, con una mezcla de francés e inglés. "Le Poinçonneur des Lilas" o "La Javanaise", fueron algunos de sus primeros éxitos. Entre sus álbumes más destacados de esa primera etapa está Gainsbourg Confidentiel, que con el tiempo ha sido valorada como una de sus mejores obras.

Su éxito comenzaría cuando se dio cuenta de que para vender y llegar a todos tenía que hacer música más comercial y pegadiza. Más pop. Gainsbourg encontró la fórmula perfecta en 1965 cuando France Gall consiguió la victoria en el festival Eurovisión con un tema suyo, "Poupée de cire, poupée de son", que se convirtió en un auténtico hit internacional. Entonces el nombre de Gainsbourg comenzó a sonar más allá de las paredes del territorio francés. Serge dejó a un lado el jazz y la chanson para reinventarse y escribir canciones más pop.

La joven e inocente Gall siguió siendo por un breve espacio de tiempo su musa y cantó, inocente, "Les succettes", sin conocer su significado lascivo. Poco después, la actriz Briggite Bardot entraría como un huracán en la vida de Serge, quien le escribió canciones tan bellas como "Bonnie and Clyde", "Initials B.B" y "Je t´aime, moi non plus". Gainsbourg y B. B. grabaron este tema detrás de los empañados cristales de una pequeña y oscura cabina y apareció en los medios de comunicación que los gemidos que se escuchaban en la canción no eran ficticios ni interpretados. El marido de Bardot pidió la retirada del single tras conocer la noticia y finalmente Bardot le pidió por carta a Gainsbourg que retirara el tema, ya que temía ser la protagonista de una polémica que podía afectar su carrera como actriz. "Por primera vez en mi vida escribo una canción de amor y se la toman a mal", lamentó Gainsbourg. El éxito del tema le llegaría junto a Jane Birkin, quien no puso ningún reparo en grabarlo y publicarlo. "Je t´aime, moi non plus" es la canción más conocida de Serge pero, como suele ocurrir, ni por asomo es la mejor. Más allá de la preciosa melodía, el hecho de que la prohibieran en muchos países, como en la España franquista, fue la mejor publicidad que se le podía dar para convertirse en el representante de todo aquello que sexualmente estaba prohibido entonces.








En su etapa al lado de Birkin, Gainsbourg creó sus mejores obras comenzando por la conceptual Histoire de Melody Nelson, considerado su álbum más importante e influyente. El protagonista de la historia conduce un Rolls Royce de 1910, que pierde el control y atropella a la joven inglesa Melody Nelson, de entre 14 y 15 años, que iba en bicicleta. Se enamora perdidamente de ella y le declara en los primeros temas del disco (como la "Ballade de Melody Nelson") su amor hasta llevarla a un "hotel particular" para instruirla en el arte del sexo. Melody partió después a Inglaterra en avión y sufrió un accidente que acabó con su vida en medio de un estruendo de música con lo coros celestiales de "Cargo Culte". La historia de la pequeña Melody no tiene nada que ver ni con su música anterior ni tampoco con lo que hizo después. Tiene rabia, energía, sentimiento y mucho erotismo, y una pizca de psicodelia.

En esa misma etapa Serge hizo canciones inmortales como "Je suis venu te dire que je m´en vais", incluido en su dispar álbum Vu de l´extérieur. A mediados de los 70 publicó el provocador Rock around the bunker, en la que ironizó sobre Hitler y el nazismo, y otro de sus mejores LP, L´Homme à tête de chou, su segunda obra conceptual después de la historia de Melody Nelson que tiene todo los elementos gainsbourianos: amor, violencia y locura.

A finales de los 70, volvió a cambiar su registro para pasarse al reggae y crear una de sus obras más polémicas y que le costó amenazas de muerte: la versión reggae del himno francés "La Marseillaise". El tema "Aux armes et caetera" está incluido en un magnífico LP que lleva el mismo nombre y que fue grabado en Jamaica. La historia de amor entre Gainsbourg y "La Marseillaise" siguió hasta que el cantante compró el manuscrito por 130.000 francos. Serge sacaría otro disco con base reggae que pasó más desapercibido: Mauvaises Nouvelles Des Étoiles. En cualquier caso, los dos álbumes son una muestra de lo polifacético que fue el cantante y de cómo se adaptaba con talento a los nuevos tiempos.

Entrados los 80 y sin Jane Birkin a su lado, Gainsbourg deja paso a Gainsbarre; a aquél a quien no le importa nada llamar la atención, provocar gratuitamente y beber y fumar más de lo que el cuerpo aguanta. De esa época han quedado registradas escenas para la posteridad como cuando quemó un billete de 500 francos en directo o cuando le dijo, también en directo, a la cantante Whitney Houston: "I want to fuck you".
En su último período publicó dos obras bizarras, Love on the Beat y You´re Under Arrest, álbumes más cercanos a la música disco ochentera y al hip hop, que no son tan interesantes como el resto de su discografía pero que vuelven a mostrar su constante evolución. Uno de sus temas más notables de esta etapa fue "Lemon Incest", que levantó también una gran polémica. En ella, Serge cantó junto a su hija Charlotte al incesto y ello le costó, por un lado, múltiples críticas, pero por otro, miles de ventas.
Serge no fue un cantante más en una época de explosión artística en el campo de la música. Hizo y dijo todo cuanto le dio la gana en una época en la que no todos hacían y decían lo que querían. Fue un hombre libre con un gran talento. Solo preso, eso sí, de si mismo. Cantante, pero también pintor, actor, director de cine y escritor, Gainsbourg tocó casi todas las facetas del arte y ha dejado detrás de si múltiples canciones que hoy, 20 años después de su muerte, merecen ser recordadas.