PESADILLA PUNK









Mientras muchos otros directores han anunciado a bombo y platillo que se retiraban del cine y no lo han cumplido, volviendo al ruedo cinematográfico a la más mínima oportunidad -uno de los últimos en asegurarlo fue Steven Soderbergh y, desde que lo dijo, ha realizado una media docena de películas-, David Lynch se ha mostrado consecuente con sus decisiones.
Inland Empire (2006) se exhibió en salas aunque él había pensado distribuirla solamente en la red. El filme llevó al límite el relato cinematográfico y ya no podía haber vuelta atrás. Desde entonces, fiel a lo que prometió, Lynch no ha rodado ninguna otra película, lo que no quiere decir que haya abandonado el cine y todos sus derivados, además de muchas otras disciplinas.

La última prueba de todo ello acaba de ser volcada en internet. Se trata del delirante videoclip de Crazy clown time, la canción que da título a su último trabajo discográfico, otra mezcla de rock vintage, blues industrial, guitarras excéntricas y voces distorsionadas. Para un tema anterior incluido en el disco, Good day today, lanzado a finales del 2010, Lynch pidió a través de su web que la gente le mandará sus propios videoclips del tema; él escogió el ganador. En el caso de Crazy clown time dirige personalmente el clip. El resultado es una pesadilla de siete minutos: personajes de movimientos obsesivos siguen el ritmo de la canción mientras una chica se quita el sujetador y baila hipnotizada y un joven punk decide quemarse la cresta junto a una parrilla incendiada.

El escenario podría pertenecer a Terciopelo azul o Corazón salvaje, el jardín de una casa, las vallas blancas. Lynch sigue fiel a sí mismo y lo es radicalizándose todavía más porque internet se lo permite: ha encontrado en la red la panacea del artista renacentista que es (cuelga fotos, dibujos, series de animación, vídeos, partes meteorológicos, cortos experimentales, entrevistas…).

ANUNCIO PARA DIOR / El videoclip de Crazy clown time no es más que una muestra. A finales del 2010 empezó a exhibirse el espot que rodó para publicitar un bolso de la firma Dior, y el resultado es un relato fantástico de 15 minutos de duración titulado Lady Blue Shanghái, en el que la actriz Marion Cotillard vive una experiencia singular cuando el bolso en cuestión, tan azul como el terciopelo, se abre y arroja una luz fantástica. El efecto es el mismo que el famoso cubo azul de Mulholland Drive. A Lynch le pagan para hacer publicidad y él se dedica a contar sus peculiares historias.

Lo hace también musicalmente: -Dark night of the soul junto a Sparklehorse y Danger Mouse, Crazy clown time y el disco que le ha producido a su última musa, Chrysta Bell, son las últimas aventuras discográficas del artista-, escenográficamente -remodeló hace un par de años las vitrinas de las galerías parisinas Lafayette-, abriendo locales propios -el club Silencio, en homenaje al club de Mulholland Drive, situado también en París- o realizando exposiciones de zapatos fetichistas.

Artista rebelde a los 66 años. Artista consecuente. Artista renacentista del tiempo presente.






Onofre Borneo.

LA ÚLTIMA CANCIÓN











Algo le pasó en apenas tres años, entre sus dos únicos discos. Cuando lanzó Frank, en 2003, un álbum “promesa”, jazzero, un poco inofensivo, un poco “vela aromática”. Era una chica callejera de ojos acaramelados y curvas, con el pelo largo y un rostro que podía ser hermosísimo o muy extraño, rígido, lobuno. Era la chica nueva de la escena, del norte de Londres, descubierta por el rey de los productores Simon Fuller; la hija con suerte de un taxista y una farmacéutica que había crecido entre el hip hop y Frank Sinatra.
Cuando lanzó Back To Black, en 2006, había encontrado su voz, su estilo y su hombre, y había escrito canciones increíbles, canciones que sonaban como clásicos, como standards y eran al mismo tiempo absolutamente contemporáneas. Se había llenado de tatuajes, imágenes de chicas pin-up y el nombre de Blake, su amante, en el pecho. Usaba un peinado vintage (beehive) enorme, que según ella crecía o se achicaba de acuerdo con sus estados de ánimo. El maquillaje de los ojos estaba inspirado en Cleopatra. Ella se parecía a Ronnie Spector, pero no era una imitación, era una inspiración, una adaptación, una de las tantas pinceladas del personaje Amy Winehouse, la chica judía de Candem que cantaba como las mejores vocalistas negras de la historia. También, entre sus dos discos, conoció las drogas más complicadas y cantó sobre que no quería rehabilitarse, que prefería sufrir, en la hipercitada “Rehab”. Después sí haría rehabilitación, muchas veces, pero la canción está siendo injustamente (hasta la majadería) tomada como una declaración de principios, como una advertencia.
Amy Winehouse componía sus canciones y eso no se menciona tanto, a pesar de que es bastante raro en una artista pop contemporánea –o se dice que Back To Black es así de bueno por la producción de Mark Ronson, un productor indudablemente notable y clave, ¡pero que no le escribió esas melodías y esas letras!–. Amy escribió canciones sexuales, sensuales, tristes, de una femineidad desatada, sin miedo, sin falsa elegancia, just like a woman. Amy no era un robot super eficiente como Beyoncé ni una saludable irritante como Katy Perry ni una loca de gimnasio como Fergie –-además de que era mejor cantante que las tres juntas–. Representaba un tipo de mujer muy brava y muy frágil, con problemas, con gritos y a las risotadas, puteadora, amigable, cercana, infeliz, fiestera, preocupada. “You Know I’m No Good”: “Lloré por ti sobre el piso de la cocina/ Me engañé como sabía que lo haría/ Te dije que soy un problema/ Sabes que no soy buena”. En su voz suena todo cierto, sincero. Se la escucha llena de deseo, de ese deseo que retuerce el estómago, que es incómodo: esta mujer no era una diosa seductora invencible, esta mujer cantaba sobre la desnuda verdad. “Back To Black”: “No perdió tiempo, mantuvo su pija húmeda/ Y yo, con la cabeza alta y las lágrimas secas, sigo adelante sin mi hombre.../ Solo nos dijimos adiós con palabras/ Morí cien veces/ Vuelves con ella y yo vuelvo al negro”.
Y su atención para el detalle es asombrosa: todo Londres está en sus canciones: el pan pita, las papas fritas de la calle, la cerveza Stella, los pubs. Y la forma que tenía de describirse a sí misma: “La vida es una cañería y yo soy un penique rodando por sus paredes”.


EL CIELO Y EL INFIERNO

En esos años apareció Blake Fielder-Civil, “musa” de Back To Black. Un tipo que trabajaba en videoclips, pero que nunca estuvo muy claro qué hacía realmente. Es a él a quien hoy todos acusan de haber iniciado a Amy en las drogas. Delgado, con sus trajecitos mod, es como un Pete Doherty con cara de hombre, anguloso, delgado. Cuando se conocieron él tenía novia, ella sufría y escribía “Love Is A Losing Game”, canción de arrepentimiento, de por qué tuve que hacer esto; una canción extraordinaria, conmovedora. El disco salió, él volvió y se casaron en 2007. Enseguida Blake se fue preso por pegarle al dueño de un pub y después ofrecerle plata para que se callara. Ella hizo lo que pudo con su ausencia apenas seis meses después del matrimonio. Lo visitó. Gritó su amor en público, dijo que sin él se moría, se emborrachó, se puso en el peinado gigante –el panal, le dicen– unos apliques con su nombre, lo nombró en cada canción, puso su nombre en su voz, “Blakey baby” siempre y en todos lados. Admitió que cuando él la sacaba de quicio, le pegaba; antes del arresto, Blake solía aparecer ensangrentado, rasguñado. Ella también. Ella nunca acusó a Blake de golpearla. En 2009 se divorciaron, pero siguieron hablando. Probablemente se siguieron viendo. Hoy Blake está preso otra vez, por robo: salió a buscar dinero para su adicción. Tiene una nueva pareja, Sarah, y un bebé recién nacido, Jack. La chica nueva, dos semanas antes del maldito día, había amenazado públicamente a Amy para que dejara en paz a Blake. “Se mandan diez mensajes de texto por día”, se quejó la mujer. Ahora aparece insólitamente conmovida por el derrumbe de su novio que, en la cárcel, tiene guardia permanente por si se suicida: “Cuando me llamó desde la cárcel para decirme que ella había muerto no lo pude consolar. Blake es el padre de mi hijo, pero cuando lo vi con Amy me di cuenta de que estaban enamorados, que eran almas gemelas. Pero no funcionaba. No podían vivir juntos, pero tampoco separados. Para mí fue muy difícil aceptar que él la amaba, pero lo entendí. Creo que Amy nunca pudo superar que Blake tuviera un hijo con otra mujer. Creo que eso la golpeó mucho”.
Amy no hablaba mucho en las entrevistas. En la que le dio a la revista Rolling Stone en 2007, contestó preguntas sobre Blake: Que todas las canciones eran sobre él, que cuando creyó que nunca iban a volver a verse, sencillamente quiso morir. Durante la entrevista, la periodista Jenny Eliscu la notaba distraída, le preguntaba qué pasaba y Amy respondía: “Estoy pensando en Blake”.
Blake estaba en la mesa de al lado.








LOS PERROS DE PRESA


Los detalles sórdidos de los últimos años de Amy Winehouse son todos públicos. Esos tropiezos y caídas que la mayoría vive en secreto eran para ella la tapa de los diarios. Amy descalza en jeans, sin maquillaje y llorando, esquelética, horriblemente triste; dicen que esa foto se la sacó un amigo para que “viera hasta dónde había caído”. Amy con manchas de sangre en los zapatos blancos, el jean desgarrado en la rodilla, la tela ensangrentada, un diente menos y los ojos en blanco; Amy desde la ventana de su casa, con una expresión terrible en la cara, como si alguien la hubiera encerrado allí para matarla de hambre; Amy con el vientre distendido de alcohol y falta de comida sobre piernas esqueléticas; Amy y el maquillaje corrido, los dedos y las uñas quemados por la pipa de crack, manchas de acné más oscuras que sus ojeras, los granos y erupciones en la boca que dejan las pastillas de éxtasis, enojada, pegándole a un fan, flaca, perseguida, rubia, casi nunca con el panal deshecho. En 2008 apareció un video donde se la veía hablando de los Valium que se había tomado para calmar los efectos de otras drogas brutales y, después de darle una pitada a su pipa, entraba en un espiral de incoherencias y malhumor. El video tenía 19 minutos y no era apócrifo; como sí lo son las fotos y el video que en YouTube afirman ser de su cuerpo muerto, supuestamente tomados por un celular. La prensa amarilla británica ya está siendo señalada como culpable pero, por supuesto, The Sun y News Of The World son parte de una cultura que desea y gusta ver sufrir a sus celebridades, por muchos motivos pero especialmente por resentimiento: tienen toda esa fama y dinero y lo desperdician, cómo pueden ser tan reventados con lo bien que les va, qué le queda a uno que se desloma y otras joyas del sentido común que no esconden lo fundamental: aquí nadie tuvo compasión. Amy no se tuvo compasión, los fotógrafos nunca bajaban el lente para llamar a una ambulancia, el día después de la muerte más de la mitad de los obituarios decían “no había sido sorpresiva”, los foros cloaca de Internet se llenaron de gente que hablaba de tenerlo merecido y de que ella se lo buscó por exhibicionista, que si necesitaba los tabloides era porque no tenía talento, y hasta su madre dijo que era “una cuestión de tiempo”. Ningún adicto tiene por qué morirse, pero en el caso de Amy Winehouse había un coro de animales de rapiña asegurando que no había otra salida y ella lo debe haber escuchado muchas veces.
En el funeral aparecieron los cómicos brasileños Daniel Zukerman y el además productor André Machado, que tienen por costumbre infiltrarse en eventos como impostores. Graciosísimo, ¿no? Tipo Jimmy Jump, esos chistes mediáticos. Igual de desaprensivos fueron los que la dejaron subir al escenario en ese infame concierto de Belgrado donde fue abucheada por ¿fans?, menos de un mes antes de su muerte. Es incómodo celebrar tiempos pasados, pero al menos se debe admitir que algo ha cambiado: en su último concierto público, el 12 de agosto de 1970, en Boston, Janis Joplin solamente pudo completar dos canciones porque estaba demasiado intoxicada. Al otro día, las reseñas fueron positivas, por compasión, discreción o respeto. Janis murió dos meses después.
Tampoco es Amy Winehouse la única artista estrella acosada por la prensa y la policía –cada vez se parecen más–. Mucho más brutal fue el asedio a Billie Holiday, mujer con la que se la compara con bastante justicia, a pesar de las obvias diferencias de época, peso histórico e iconografía. Billie, que hacia el final de su vida también se paseaba desnuda detrás del escenario, que también expresaba una sexualidad voraz. En 1947, en la cima comercial de su carrera, fue arrestada por posesión de narcóticos en su departamento de Nueva York y comenzó el ensañamiento. Su abogado se negó a acompañarla a la corte, aduciendo que “no le interesaba”. Se declaró culpable y pidió la internación. Fue presa, pero cuando salió la gente todavía la amaba y cantó ante un Carnegie Hall repleto. En 1949 la arrestaron otra vez: peor fue perder un certificado llamado Cabaret Card, eso le impedía, por ¡12 años!, tocar en lugares que vendieran alcohol. La policía la perseguía, a veces en complicidad con sus dealers e incluso con sus amantes. Las autoridades exigían que se declarara delincuente cada vez que entraba o salía del país. Murió en 1959 en el Metropolitan Hospital de Nueva York a los 44 años: tenía cirrosis, problemas cardíacos y era adicta a la heroína. La guardia policial había sido retirada de su habitación, por orden judicial, apenas unas horas más temprano.


EL CLUB DE LAS MUJERES DE FUEGO Y LÁGRIMAS

Amy Winehouse murió a los 27 pero su compañía después de la vida son las otras divas trágicas, sus voces sobrenaturales, ese dolor de origen conocido o desconocido pero, en todos los casos, imposible de aliviar. Dinah Washington, llamada la “reina del Jukebox”, hermosa mujer negra de Chicago de quien dijo Quincy Jones: “Podía tomar una melodía entre sus manos como si fuera un huevo, quebrarla, freírla, dejarla que se quemara, reconstruirla, poner el huevo de vuelta en la caja y en la heladera y aún así se le entendía cada sílaba”. Se casó siete veces, decía haberlos amado a todos, tomaba pastillas para dormir y para adelgazar, y cuando eso no bastaba, derrochaba en autos y ropa. Cantaba en “Evil Gal Blues”, el blues de la chica mala: “Soy mala, no te metas conmigo/ Te voy a vaciar los bolsillos y te voy a llenar de desdicha/ Tengo hombres a la izquierda y a la derecha/ Hombres de día y de noche/ Tengo tantos hombres que no sé qué hacer/ Pero soy una chica mala y necesito un chico malo/ Es que ando triste desde que lo perdí al que tenía por culpa de Uncle Sam”. Una canción tan juguetona como triste. Como “You Know I’m No Good”. Dinah murió a los 39 años de una sobredosis, en su cama.
Billie Holiday nunca estuvo con un hombre que no la usara, que no la maltratara, que no quisiera hacerse rico con su voz. Ella sólo sabía aceptarlos: había sido prostituta y, a los 10 años, había sido violada en la institución para niñas negras con “problemas” donde su madre la había internado. Dicen que su hábito de fumar opio lo tomó de su esposo James Monroe y el de la heroína de su novio el trompetista Joe Guy. La heroína era parte del mundo del jazz entonces; podría haber sido cualquier hombre, cualquier circunstancia o ninguna en particular. Pero Billie admitía que sus pasiones eran destructivas, penosas. Y las cantaba. “My Man”: “No es muy atractivo, no es un héroe de los libros/ Pero lo amo, sí lo amo/ El tiene tres o cuatro chicas que le gustan tanto como yo/ Pero lo amo/ No sé por qué/ El no me dice la verdad/ Y me pega/ ¿Qué puedo hacer?/ Pero lo amo/ El nunca sabrá que mi vida es desesperación.../ Para qué voy a decir ‘me voy’/ Si sé que algún día volveré/ De rodillas”.
La más desgarrada, claro, fue Edith Piaf. Las drogas, la salud destrozada, el amor desolado: el hombre de su vida, Marcel Cerdan, boxeador, campeón del mundo en 1948, murió en un accidente de avión cuando volaba para encontrarse con Edith, en Nueva York. Para aliviar su culpa –ella le había pedido que la visitara, lo extrañaba desesperadamente–, su dolor y su artritis, Piaf se hizo adicta a la morfina y nunca se recuperó. “Hymme à l’amour” y “Mon dieu”, las dos trágicas canciones de amor, ambas son para Marcel.
Y con Janis, Amy comparte además de la muerte a los 27, esa dureza esculpida en la adolescencia, el amor por la música más vieja que ellas, las drogas claro, pero también ser esas chicas que están de fiesta a gritos y al rato lo único que pueden hacer es contarse los dedos de las manos, almas gemelas, la chica de “Little Girl Blue”: “Sé cómo te sientes, mi infeliz nena triste, sé que no hay nada más que hacer que contar los dedos/ sé que sientes que no hay motivo para seguir adelante, que sientes que todo ha terminado/ Oh siéntate ahí, cuenta las gotas de lluvia/ Siente cómo caen a tu alrededor/ Querida, sabes que ya es tiempo/ Siento que es tiempo de que alguien te lo diga, tienes que saberlo/ Que todo lo que tendrás, todo en lo que te vas a apoyar, todo lo que vas a necesitar/ Va a sentirse como esas gotas de lluvia que caen a tu alrededor”.



PARTES DE AMY





Mitch Winehouse, el padre, decidió regalar la ropa de Amy a los fans que armaron un altar frente a la casa de Candem. Mitch Winehouse parece el más triste de todos en esta triste muerte, el más compasivo con su hija. Siempre habló con la prensa con cierto optimismo, incluso cuando anunció que su hija tenía enfisema –por el abuso de crack– y que Blake le había explicado que ambos se cortaban, se mutilaban, en la abstinencia, para calmar el dolor. Mitch Winehouse parecía creer que si la entendía podría ayudarla. En la foto se lo ve con la ropa de su hija en las manos, menuditas poleras sin mangas, anteojos de plástico blanco, musculosas grises, amarillas, rojas gastadas. Es lo que ella hubiera querido, decía, mientras repartía las reliquias.




(O. Borneo)

GAINSBOURG, VEINTE AÑOS DESPUÉS...





Solo y en su casa de la rue de Verneuil de París. Así murió hace 20 años, el triste 2 de marzo de 1991, mientras dormía, el cantante francés Serge Gainsbourg. Su muerte por un paro cardíaco fue la escenificación de la soledad que envolvió al músico francés más importante de la segunda mitad del siglo XX, a pesar de su reconocimiento y fama en Francia. ¿Un genio o un loco?, ¿un depravado o simplemente un provocador? La historia de Gainsbourg es una dicotomía, una lucha, entre Serge y esa parte de él mismo al que bautizó como Gainsbarre. Su vida se vio marcada por esa lucha y por lo que llamó "el triángulo formado por mujeres, alcohol y los (cigarros) Gitanes". Serge nos dejó con miles de canciones y con discos que iban desde la chanson francesa, al pop, al rock, al jazz, a la música africana, reggae o hip hop.

Sus inicios se enmarcan en el jazz y el anti-yeyé, en un momento a finales de los 50 e inicios de los 60, marcados por la música rock´n´roll y el pop anglosajón. Mientras los Beatles decían que le querían agarrar la mano a una chica, un Serge, que pasaba de los 30 años, cantaba recitando letras complejas, que eran pura poesía, con una mezcla de francés e inglés. "Le Poinçonneur des Lilas" o "La Javanaise", fueron algunos de sus primeros éxitos. Entre sus álbumes más destacados de esa primera etapa está Gainsbourg Confidentiel, que con el tiempo ha sido valorada como una de sus mejores obras.

Su éxito comenzaría cuando se dio cuenta de que para vender y llegar a todos tenía que hacer música más comercial y pegadiza. Más pop. Gainsbourg encontró la fórmula perfecta en 1965 cuando France Gall consiguió la victoria en el festival Eurovisión con un tema suyo, "Poupée de cire, poupée de son", que se convirtió en un auténtico hit internacional. Entonces el nombre de Gainsbourg comenzó a sonar más allá de las paredes del territorio francés. Serge dejó a un lado el jazz y la chanson para reinventarse y escribir canciones más pop.

La joven e inocente Gall siguió siendo por un breve espacio de tiempo su musa y cantó, inocente, "Les succettes", sin conocer su significado lascivo. Poco después, la actriz Briggite Bardot entraría como un huracán en la vida de Serge, quien le escribió canciones tan bellas como "Bonnie and Clyde", "Initials B.B" y "Je t´aime, moi non plus". Gainsbourg y B. B. grabaron este tema detrás de los empañados cristales de una pequeña y oscura cabina y apareció en los medios de comunicación que los gemidos que se escuchaban en la canción no eran ficticios ni interpretados. El marido de Bardot pidió la retirada del single tras conocer la noticia y finalmente Bardot le pidió por carta a Gainsbourg que retirara el tema, ya que temía ser la protagonista de una polémica que podía afectar su carrera como actriz. "Por primera vez en mi vida escribo una canción de amor y se la toman a mal", lamentó Gainsbourg. El éxito del tema le llegaría junto a Jane Birkin, quien no puso ningún reparo en grabarlo y publicarlo. "Je t´aime, moi non plus" es la canción más conocida de Serge pero, como suele ocurrir, ni por asomo es la mejor. Más allá de la preciosa melodía, el hecho de que la prohibieran en muchos países, como en la España franquista, fue la mejor publicidad que se le podía dar para convertirse en el representante de todo aquello que sexualmente estaba prohibido entonces.








En su etapa al lado de Birkin, Gainsbourg creó sus mejores obras comenzando por la conceptual Histoire de Melody Nelson, considerado su álbum más importante e influyente. El protagonista de la historia conduce un Rolls Royce de 1910, que pierde el control y atropella a la joven inglesa Melody Nelson, de entre 14 y 15 años, que iba en bicicleta. Se enamora perdidamente de ella y le declara en los primeros temas del disco (como la "Ballade de Melody Nelson") su amor hasta llevarla a un "hotel particular" para instruirla en el arte del sexo. Melody partió después a Inglaterra en avión y sufrió un accidente que acabó con su vida en medio de un estruendo de música con lo coros celestiales de "Cargo Culte". La historia de la pequeña Melody no tiene nada que ver ni con su música anterior ni tampoco con lo que hizo después. Tiene rabia, energía, sentimiento y mucho erotismo, y una pizca de psicodelia.

En esa misma etapa Serge hizo canciones inmortales como "Je suis venu te dire que je m´en vais", incluido en su dispar álbum Vu de l´extérieur. A mediados de los 70 publicó el provocador Rock around the bunker, en la que ironizó sobre Hitler y el nazismo, y otro de sus mejores LP, L´Homme à tête de chou, su segunda obra conceptual después de la historia de Melody Nelson que tiene todo los elementos gainsbourianos: amor, violencia y locura.

A finales de los 70, volvió a cambiar su registro para pasarse al reggae y crear una de sus obras más polémicas y que le costó amenazas de muerte: la versión reggae del himno francés "La Marseillaise". El tema "Aux armes et caetera" está incluido en un magnífico LP que lleva el mismo nombre y que fue grabado en Jamaica. La historia de amor entre Gainsbourg y "La Marseillaise" siguió hasta que el cantante compró el manuscrito por 130.000 francos. Serge sacaría otro disco con base reggae que pasó más desapercibido: Mauvaises Nouvelles Des Étoiles. En cualquier caso, los dos álbumes son una muestra de lo polifacético que fue el cantante y de cómo se adaptaba con talento a los nuevos tiempos.

Entrados los 80 y sin Jane Birkin a su lado, Gainsbourg deja paso a Gainsbarre; a aquél a quien no le importa nada llamar la atención, provocar gratuitamente y beber y fumar más de lo que el cuerpo aguanta. De esa época han quedado registradas escenas para la posteridad como cuando quemó un billete de 500 francos en directo o cuando le dijo, también en directo, a la cantante Whitney Houston: "I want to fuck you".
En su último período publicó dos obras bizarras, Love on the Beat y You´re Under Arrest, álbumes más cercanos a la música disco ochentera y al hip hop, que no son tan interesantes como el resto de su discografía pero que vuelven a mostrar su constante evolución. Uno de sus temas más notables de esta etapa fue "Lemon Incest", que levantó también una gran polémica. En ella, Serge cantó junto a su hija Charlotte al incesto y ello le costó, por un lado, múltiples críticas, pero por otro, miles de ventas.
Serge no fue un cantante más en una época de explosión artística en el campo de la música. Hizo y dijo todo cuanto le dio la gana en una época en la que no todos hacían y decían lo que querían. Fue un hombre libre con un gran talento. Solo preso, eso sí, de si mismo. Cantante, pero también pintor, actor, director de cine y escritor, Gainsbourg tocó casi todas las facetas del arte y ha dejado detrás de si múltiples canciones que hoy, 20 años después de su muerte, merecen ser recordadas.

DON’T BELIEVE THE HYPE!!









En 1988, cuando MTV llevaba siete años pasando coloridos videos en el (por entonces) novedoso formato de “clip”, los Public Enemy, reaccionarios padres del hip-hop, podían prescindir de la señal y vivir tranquilamente. Sin embargo, sabían cómo aprovechar la gigantesca campaña promocional que les ofrecía la rotación incesante de su video por todo el país (con los “pips” censuradores históricos de MTV, claro). En su segundo disco, el rupturista It Takes a Nation of Millions to Hold Us Back, Chuck D y Flavor Flav se dieron cuenta de que la lucha era desde adentro, y en la canción Don’t Believe the Hype cantaron: “Esto es algo nuevo, miren lo que traigo. Suban la radio. Algunos medios de comunicación son un palazo. Imbéciles, mentirosos. Igual que algunos escritores que conozco que son el maldito diablo. A todos ellos les digo; no crean en la promoción”. Desde el vientre del mainstream, los raperos de la Costa Este lanzaban sus dardos hacia las nuevas figuritas que aparecían en la televisión y en otros medios de comunicación, con una intensa difusión basada en el impulso violento y subliminal de los medios por imponer a sus artistas mimados. Pues los hoy mimados por los medios, mañana serán aceptados por el público.
Desde aquel himno urbano de los Public Enemy hasta hoy, el universo de la música –y especialmente el infrauniverso del rock, en su mirada más amplia, de Björk a Tom Petty– ha tenido una relación muy estrecha con los medios. O, mejor dicho, éstos han ido detrás de los supuestos talentos en ciernes y se embelesaron tanto que los promocionaron hasta imponerlos, y así crearon desde sus portadas, programas de radio, señales de música y actualmente desde Internet, un hype. Seguramente desde hace años muchos lectores habituales de publicaciones o suplementos de cultura joven habrán notado que para el periodista moderno es una tentación caer en esa pequeña, sajona y cool palabrita para decir que una banda “está inflada”.
La palabra hype (edición canchera del término hipérbole) empezó a ser utilizada intensamente en el ámbito comercial y publicitario en la década del ‘90, en coincidencia con la gran apertura capitalista y el inicio de la globalización. Así es que comenzó a definirse al producto mediático que recibe, por parte de un medio de comunicación, una carga excesiva de publicidad y difusión, generando que ese producto se inyecte como veneno en un público activo y consumidor. Lo acerca a los márgenes populares donde deberá sostenerse de manera legítima, y ahí es donde empieza a temblar el hype. Pues debido a su efímera condición, un hype tendrá dos caminos: proyectar al artista que salvará nuestro alicaído rock de todos los días o perderse en la fría oscuridad del rincón de los olvidados. Para pasar en limpio: hypear es crear tendencia a través de la sobredimensión o exageración de un artista, una obra o un producto. El mercado demanda y la industria del entretenimiento siempre necesita a la “nueva banda” que llegue para “salvar al rock mundial”.




El bajofondo chic


El entusiasmo por la nueva música es claramente algo positivo. Y es un gesto saludable cuando ese entusiasmo es llevado adelante por un medio de peso que sabe que su opinión marca tendencia, como en Inglaterra sucede históricamente con el semanario New Musical Express (NME). La tradicional y vendehumo publicación británica –y la número uno en lanzar todos los años, y a veces todas las semanas, a “tu nueva banda favorita”– dedica en sus páginas y su web un espacio importante a la música que late en el under y que, con su ayuda, tiempo más tarde ocuparán los títulos principales. En esa relación con el bajofondo chic se gesta el hype.
Sin dudas, el caso de los Strokes y NME es de lo más emblemático. Cuando la noticia del debut de los neoyorquinos (Is This It) llegó filtrada a Londres en 2001, la revista los puso inmediatamente en tapa y los definió como “la banda más cool del planeta”. Una semana antes, Starsailor, otro grupo inglés, había ocupado la portada con el calificativo de “la mejor banda del mundo”. Los Strokes fueron una bocanada de aire fresco necesaria y siguen en la ruta; y Starsailor tomó tanto vuelo que llegó a tocar en el estadio de Vélez Sarfield en Buenos Aires, pero... ¿cuántos grupos nuevos, con los que todos los días nos bombardean, alcanzan la popularidad o al menos la trascendencia?
En una conversación con la revista Melody Maker, el periodista estadounidense Austin Scaggs ensayaba una explicación: “Existe implícita en la música inglesa una competencia muy fuerte con Estados Unidos en cuanto al mérito por descubrir talentos ocultos y exportarlos. En ese sentido, New Musical Express, sin restarle importancia al trabajo de difusión y promoción de artistas que realiza, necesita todos los años generar una nueva figura que salte de sus páginas”. Scaggs advierte que, volviendo al affaire Strokes–NME, el hype no solamente llega desde las portadas. “Sus caminos son múltiples. Si eres un artista nuevo, fuiste adoptado como fetiche por un medio y tu disco sale con una calificación de cuatro estrellas, es muy probable que en cinco meses te llamen para tocar en televisión y que tu nombre suene con más fuerza, aun sin que mucha gente lo haya escuchado. Ese es el primer paso del hype: ser más conocido que escuchado.”







Los doctores Jekyll del señor Hype



Hagamos memoria. Desde aquel movido 2001, la New Musical Express, Spin, Q y Melody Maker en Inglaterra; más Billboard y principalmente la Rolling Stone en Estados Unidos, empezaron su guerra de “bandas favoritas”. Y así aparecieron, una tras otra, The White Stripes, The Hives, The Kooks, The Yeah Yeah Yeahs, The Libertines, Franz Ferdinand, Kasabian, Kaiser Chiefs y, posiblemente más famosos y personales que los demás, Arctic Monkeys. Antes de la salida de su debut (el más rápidamente vendido en la historia de la música británica), la banda ya contaba con una gran base de fans en Internet y promocionaba sus temas a través de MySpace. Esto sorprendió más a economistas y tiburones del mercado, que llevaron el caso a las páginas del periódico de análisis económico The Economist, que a los ejecutivos de las discográficas. Lógicamente, su fama ascendió a la velocidad de la luz.
Está bien, hay una gran diferencia entre los Monos y el resto: el éxito masivo. Su primer simple, I Bet that you Look Good on the Dancefloor, fue derecho al número uno y su álbum estalló en las ventas, lo que no sucedió con otros artistas superpromocionados como The Vines, The Futureheads, Bloc Party y los dinámicos Maximo Park. Aun así, bandas con el talento, el carisma, la inteligencia, la creatividad y la personalidad suficiente como para romper la barrera del anonimato. Regla de oro número uno del hype: ser hiperpromocionado no abre las cuentas del banco. Está claro que se necesita más que eso. Y si se tiene ese plus especial, el hype se puede terminar más rápido de lo que empezó; y cuando la burbuja se pincha, la banda pueda seguir tocando.
Joe Boyd, norteamericano pero viejo lobo de mar de la música británica, tiene una visión muy clara acerca del arte y de los negocios. El productor que trabajó junto a Muddy Waters, Stan Getz, Bob Dylan, Eric Clapton, Nick Drake, Toots & The Maytals, R.E.M. y Pink Floyd decía recientemente en una entrevista a la prensa francesa: “Un hype es promover en exceso, y eso en la música termina funcionando a la larga si la banda tiene la espalda como para sostener artísticamente una exposición que al principio es dulce, pero después se convierte en una presión difícil. El público no es ignorante ni los medios, estúpidos; el juego está hecho. Sólo hay que saber esperar”.


El premio Inflado 2010 es para...


Para situarnos en estos días, quizás el último gran hype de la prensa mundial –representada en cuanto a su incidencia en un 90 por ciento por Estados Unidos y el Reino Unido– sean los canadienses de Arcade Fire, que publicaron su debut Funeral en septiembre de 2004, y en poco tiempo se convirtieron en uno de los grupos revelación del mercado sajón. Pocos los reconocerían en la calle y no son de los más carismáticos del circuito, pero vendieron 2 millones de discos y mostraron un nervio compositivo y musical único. Por eso era de esperar que la aparición de su tercer disco –The Suburbs– haya sido uno de los más esperados del año. “Nunca existió en nosotros una desesperación por sonar o aparecer en los medios. Lo que no quiere decir que no te interese que a una mayor cantidad de gente le pueda gustar tu música, que es en definitiva lo que haces y de lo que básicamente vives. Pero sí existe un deseo interno de llegar lo más lejos posible, sería mentira si dijera otra cosa. Lo que no puedes hacer es vivir esperando que tus canciones suenen en la radio o que tu cara aparezca en las revistas para ver que tu obra vale la pena. Una difusión excesiva puede salvarte un año, dos, pero cuando se ven los hilos y no hay luces, todo depende de ti”, aseguraba Tim Kingsbury, bajista y guitarrista de Arcade Fire.
Desde la sureña y gris Sheffield y con la corona intacta de ser “la última gran banda inglesa” a fuerza de discos impecables y frescura adolescente, los Arctic Monkeys pusieron en jaque al hype y les hicieron preguntar a los medios británicos qué estaba primero, si el huevo o el hype. Alex Turner, su cantante, reflexionaba hace un tiempo y decía: “Vivía cansado de que la gente me dijera que éramos un producto armado por el mercado, porque ya estábamos ahí cuando la prensa nos descubrió. Yo, al menos, me siento orgulloso de la música que hacemos, de estar en el tope casi sin proponérnoslo y de lograr grandes discos. Pero cuando salimos no entendía mucho qué era lo que se había generado alrededor. Parecía que todos habían enloquecido con nosotros y quedamos en el centro de un huracán que nunca imaginamos. Lo que más me sorprendió y me sorprende es esto de volverse famoso de golpe. Todavía no logro asimilarlo, pero si todo el mundo se pone de acuerdo, algo habrá. No voy a contradecirlos”.
Todavía con signos del paso del acné en su cara y con su actitud de “debo ser una estrella pero no me doy cuenta”, Turner decía entender cómo funcionan las cosas: “Sé que sin Internet y el interés de muchos medios hubiera sido todo más difícil. No puedo negarlo, la difusión nos ayudó a acelerar los procesos. Y así aparecimos en medios como The Economist, que hablaba de ‘los desconocidos del hype que llegaron al tope gracias a Internet’. Qué sé yo... yo nunca había leído The Economist”.



Hay hype para rato

El juego del hype está hecho. Y, como la ley, a veces funciona. Basta repasar las parrillas de los festivales internacionales para notar que todos los años se suman artistas jóvenes y desconocidos –de hecho, la mayoría tiene un espacio y un escenario especiales dedicados a las nuevas bandas– que primero fueron debidamente fogoneados por aquellos medios que, oh casualidad, patrocinan o apoyan esos eventos. En muchos casos, los mismos medios son lo que proponen a esas figuras desde la presión que significa la palabra autorizada de un referente mediático que genera tendencia a través del éter o de litros de tinta. “Entiendo que los medios te pueden ayudar, pero también sería bueno ver el panorama completo y no comprar eso que te dan sólo porque te lo está dando un medio de jerarquía que debe marcar un rumbo para un mercado que espera”, define Kingsbury de Arcade Fire. “Es música, no es una cuestión de Estado. Si no tienes nada para decir, es probable que cuando se termine la campaña de promoción vuelvas a tu vida normal o regreses a tocar en bares para cien personas.”




COMO EN LAS PELÍCULAS...






El Fotógrafo João Pina nació en Lisboa, Portugal, en 1980. A los 18 años de edad ya trabajaba como fotografo. El trabajo de Pina se ha publicado en The New York Times, Newsweek, la revista GEO, D Magazine, DAYS de Japón, y Visão por nombrar sólo algunos.
Actualmente Pina vive en Buenos Aires, Argentina, donde continúa documentando los restos de la operación militar denominada Operación Cóndor, destinada a destruir la oposición política a las dictaduras militares en América del Sur durante la década de 1970.

Con una población de casi 10 millones de habitantes, Río de Janeiro, Brasil, sigue siendo una de las ciudades más violentas del mundo. Joao Pina se interna en el corazón de la ciudad para documentar esta violencia extrema, teniendo la oportunidad rara y única de seguir a la policía militar, así como enfrenterse a los jóvenes líderes y jefes de sus comunidades. Jóvenes que, armados hasta los dientes (y como en las películas), tienen tomadas las favelas con el tráfico de drogas y la lucha por el poder y el control al interior de los barrios. Aquí una pequeña muestra de su notable trabajo.



















"SI APUNTAS A UNO.... MÁTALO"








PARÍS.- El ministro del Interior francés, Brice Hortefeux, denunció ante el Tribunal de Gran Instancia de París al rapero Abdul X, que en una de sus canciones incita a matar policías.
El tema, que lleva por título "Tirer sur les keufs" ("Disparar a los maderos"), provocó la "consternación y cólera" del ministro, que decidió denunciar al cantante, nacido en un suburbio de inmigrantes a las afueras de París, según informa hoy la prensa francesa.

"No dejaré que un rapero sin notoriedad amenace a los hombres y mujeres que, en condiciones a veces difíciles, aseguran la seguridad de nuestros conciudadanos", afirmó Hortefeux en un comunicado para justificar su decisión.
En el videoclip, que circula por Internet, aunque ha sido retirado del portal Youtube para Francia, el cantante aparece rapeando con una actitud amenazante y con una pistola en la mano.

"Si apuntas a uno (policía), mátalo, no falles" o "una bala en su raza, una bala en su cara", son algunas de las frases que contiene el tema.
El ministro aseguró que la canción supone un "auténtico llamamiento a la violencia, y peor aún, un llamamiento a la muerte".
No es la primera vez que un grupo de rap es denunciado ante la justicia por las autoridades francesas.
En 1995, la banda "NTM" fue condenada a 7.600 euros de multa (unos cuatro millones y medio de pesos) y dos meses de prisión exentos de cumplimiento por su canción "Police".
Asimismo, el grupo "Ministère A.M.E.R" fue condenado a pagar 38.000 euros por incitación a la violencia, por culpa de su canción "Sacrifice de poulet" ("Sacrifico de madero").







BOMBA DE RELOJERÍA





MODERAT


Comenzaron juntos a comienzos de esta década en Berlín y parieron un primer EP (Auf Kosten der Gesundheit,2002). Luego se separaron, siguieron trabajando cada uno por su cuenta y ahora vuelven a unirse. Ellos son Sascha Ring (aka Apparat) y la pareja formada por Gernot Bronsert y Sebastian Szary (aka Modeselektor), y de ahí su nombre: la simple suma de Modeselektor y aka Apparat. Siete años más tarde Moderat vuelve a ser un trio y lo hacen con un debut homónimo en largo (2009, BPitch Control). Ahí cranean lo mejor de cada uno para sacar brillo de sus aparatos analógicos y computadores para crear una nueva bomba de relojería armada de electro, IDM y electronica, acompañados de los trabajos visuales de Pfadfinderei.Un potente primer single para un disco adictivo.