Un salto al vacío


Black Sparrow Press de John Martin


En diciembre de 1950, el Servicio de Correos de los Estados Unidos contrató a Charles Bukowski como cartero: “Estábamos en Navidades y me enteré por el borracho que vivía calle arriba, que contrataban a cualquiera que se presentase; así que fui y lo siguiente que supe fue que tenía un bolso de cuero a mis espaldas...”. Pasado ese período de Navidad, Bukowski no volvió a trabajar para correos hasta marzo de 1952, una vez que le ofrecieron un puesto definitivo en el servicio. Empleo que conservaría hasta 1955, cuando se vio nuevamente obligado a dejarlo por problemas de salud. Más adelante Hank volvería a pedir trabajo en esa oficina, y aunque lo detestaba, le consolaba que el Servicio de Correos le entregara un sueldo fijo y una pensión aceptable. Pero Bukowski ya estaba a punto de cumplir cuarenta años y le aterraba la idea de terminar sus días en aquellas mugrosas oficinas y aplanando calles.
Sin embargo, se dedicaría a esas labores durante doce años más, sobre todo haciendo turnos de noche, ya que de esa forma durante el día podía estar en el hipódromo de Hollywood Park, apostando a jornadas completa hasta sus últimos centavos. A veces sus turnos se extendían incluso dos semanas seguidas, para luego tomarse largos fines de semana dedicados a la bebida, las apuestas y por supuesto la escritura. Y de vez en cuando también una que otra esquiva chica.
Poco a poco, Bukowski empezó a publicar en pequeñas revistas literarias, y logró editar algunos poemas y relatos de manera independiente. En eso estaba cuando John Martin, un joven empresario, adepto a la iglesia cristiana, pero fascinado con el trabajo poético de Bukowski, decide fundar una exclusiva editorial donde publicar su obra. Así, nace la legendaria Black Sparrow Press, la que vista con los años sólo justifica el gesto como un verdadero salto al vacío.
Por esa época, Bukowski empezó a escribir también una singular columna, Escritos de un viejo indecente, en un semanario underground de Los Angeles. Una “escandalosa” columna que generó un ridículo incidente al llegar a oídos de sus jefes de correos, quienes incluso pidieron al FBI que investigara si el singular empleado era, como se pensaba, un peligroso “elemento subversivo”. Finalmente este hecho sólo sirvió como un pretexto para el despido. Entonces, John Martin le ofreció un sueldo mensual de por vida si escribía a tiempo completo para Black Sparrow Press. Hank aceptó la propuesta y, tal vez como mejor respuesta a esa misma paranoia, escribió su primera novela, Cartero, a mediados de los ’70.
De esta forma, la relación entre Bukowski y Martin, la que empezó siendo puramente comercial, se convertiría en la amistad más larga que tendría el viejo indecente. Ese ejercicio duraría cerca de veintiocho años. Tal vez el hecho de que casi nunca se vieran ayudó a conservar la amistad. Martin no se iba de juerga con Bukowski. Prefería evitarlo, porque era en esos momentos cuando éste se transformaba y se ponía violento. Una amistad que también se vería beneficiada por el hecho que Martin no fuera escritor, manteniendo alejados cualquier tipo de competencia o de celos intelectuales. “Bukowski –afirma Martin– era un hombre extraordinariamente sincero, no soportaba la falta de honradez. No soportaba el engaño. Yo solía decir que cuando necesitaba una respuesta absolutamente sincera, que no contuviera ni una pizca del ego de la persona ni de sus prejuicios, acudía a Bukowski. Era la única persona que he conocido que siempre te contestaba con absoluta sinceridad”.
Martin cumplía lo suyo: le enviaba su sueldo todos los meses. Una suma que empezaría siendo apenas 100 dólares y que a medida que fueron creciendo las ventas de sus libros llegaría a 7.000 dólares. Martin le compraba máquinas de escribir, le facilitaba los insumos y le daba hasta algún dinero extra cuando veía que se estaba quedando corto. Para compensar lo poco que se veían, se escribían cartas casi a diario, o se comunicaban por teléfono, eternizando conversaciones de los temas más variados: “Cuando me llamaba por teléfono, preguntaba: ¿Está el señor Rolls? Y yo le contestaba: Sí, ¿Es usted el señor Royce? Porque teníamos la sensación de que juntos éramos algo”.
Sin Bukowski no habría existido Black Sparrow Press. Y Bukowski, seguramente, no habría alcanzado tanto éxito si John Martin no hubiera apostado por él, dejando como testimonio más de cuarenta y cinco libros, entre poesía y prosa, que documentan, con ingenio, rudeza y sinceridad, los puntos débiles de una Norteamérica que nadie quería ver publicados. Un trabajo sucio que alguien debía hacer, y que como ocurre sólo a veces hizo que dos tipos necios se conjuraran.



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