"HE QUERIDO REFLEJAR LA HISTORIA DESDE ABAJO"

Entrevista recuperada a José Miguel Varas, Premio Nacional de Literatura 2006






José Miguel Varas Morel (Santiago, 1928), en palabras del periodista Luis Alberto Mansilla, es un “hombre serio, estricto cumplidor de sus deberes, de apariencia fría, escueto y de voz microfónica”, quién debutó en la literatura a los 18 años con el libro de relatos Cahuín (1946), el que logró una excelente recepción del público y la crítica de entonces. Luego vendría Sucede (1950), su segundo libro de relatos. Así, con apenas 22 años de edad, Varas coronó un prestigio de buen prosista, “preciso, certero, –anota Mansilla– observador sutil de la vida, innovador y próximo al mundo popular”. La década de los sesenta verían nacer tres nuevos libros con su firma: Porai, novela (1963); la biografía novelada Chacón (1967) y el volumen de cuentos Lugares comunes (1968). Junto a su trabajo literario, también ha desarrollado una extensa labor en el periodismo: en radio, medios escritos y televisión. Luego de la tragedia de septiembre de 1973, José Miguel Varas se instaló, junto a su familia, primero en Alemania Federal y luego en la ex Unión Soviética, donde formó parte del equipo de periodista de Radio Moscú en el programa “Escucha Chile”. Luego de 15 años de exilio, regresó en septiembre de 1988. Trabajó en la revista Pluma y Pincel y luego en el desaparecido diario La Época, donde escribió durante más de dos años un cuento a la semana. Iniciada la década del arcoiris, publicó Las pantuflas de Stalin (1990); Neruda y el huevo de Damocles (1992); la novela El correo de Bagdad (1994) y La novela de Galvarino y Elena (1995), en la que repite la formula de su libro Chacón y recrea, a través de los relatos de personajes reales, la conmovedora vida de Galvarino Arqueros y su esposa Elena González; el volumen de cuentos Exclusivo (1996); Cuentos de ciudad (1997), selección de los cuentos aparecidos en La Época, y cerró el decenio con Nerudario (1999). La década siguiente no sería menos productiva, la que comenzó con la publicación del sendo volumen de sus Cuentos completos (2001); la excelente variedad de registros alcanzada con Neruda clandestino (2003), libro en el que Varas reconstruye las andanzas del poeta durante su huída de las garras de González Videla a fines de la década del cuarenta, y a fines del año pasado Los sueños del pintor (2005), novela sobre la base de conversaciones con el pintor penquista Julio Escámez. Por estos días editorial Lom acaba de publicar El seductor, conjunto de cinco cuentos inéditos. Con esta extensa trayectoria, José Miguel Varas obtiene el Premio Nacional de Literatura 2006; con un fallo unánime del jurado, encabezado por la ministra de educación, Yasna Provoste, he integrado por Víctor Pérez, rector de la Universidad de Chile; el poeta Armando Uribe, Premio Nacional 2004; Marcela Prado, del Consejo de Rectores y Matías Rafide de la Academia Chilena de la Lengua, Varas se impone a nombres como el de Germán Marín, Enrique Lafourcade y Hernán Rivera Letelier. Con la amabilidad que lo caracteriza, el escritor nos contesto estas preguntas:

En la novela de Galvarino y Elena usted dice sobre sus personajes que tienen “una vida difícil en tiempos difíciles, aunque no exenta de esperanzas. Abundaban éstas más que hoy…” ¿Cree usted que se vivimos en tiempos sin esperanzas?

No. Lo último que se pierde es la esperanza, dice la sabiduría popular. Pero no cabe duda que para quienes vivieron en los primeros 80 o 90 años del siglo XX, existían no sólo esperanzas sino perspectivas claras de llegar a producir en Chile y en nuestro continente, en esta generación, grandes transformaciones sociales y de llegar a una sociedad más justa, solidaria y democrática. Se contaba en ese esquema ideal con la presencia y el apoyo de un poderoso campo socialista que afrontaba y equilibraba la acción imperial. Luego, el derrumbe de la Unión Soviética y de los países socialistas europeos significó también el derrumbe de grandes esperanzas. Estas son menos hoy en día, esto es innegable.

Varios de sus libros nacen de la vida de personajes reales que, a través suyo, nos cuentan su historia ¿Cuál es la importancia que usted le asigna a la construcción de una “literatura de la memoria”?

Construir una “literatura de la memoria” es necesario. Pero mi trabajo no parte de esa idea sino, en esencia, del esfuerzo por registrar experiencias y modos de vida populares, con su inagotable originalidad. He querido reflejar la historia “desde abajo”, como la sufren y la producen los hombres y mujeres ignorados.

Nabokov decía que la realidad no es ni el tema ni el propósito del arte, el cual crea su propia realidad ¿Cuál sería para usted esa realidad?

Inevitablemente todo arte tiene su punto de partida en las experiencias de un ser humano en el mundo real. El resultado final puede ser más o menos lejano de aquel contenido, pero nunca podrá evadirlo, aunque la expresión alcance un alto grado de abstracción. La literatura de Nabokov refleja con fuerza, aunque él no quiera, realidades reconocibles del mundo universitario norteamericano, de la vida social rusa a comienzos de siglo, sin perjuicio de momentos de fantasía desatada que, de todos modos, es la fantasía de un ser humano concreto en circunstancias concretas.

¿En que medida ha influido su experiencia en el periodismo en la forma de construir y narrar sus historias?

Ha tenido una gran influencia. En primer término porque me permitió tomar contacto directo con seres humanos y realidades que de otro modo no habría conocido. Luego, sin duda, en cuanto a estilo y al uso literario de ciertos métodos periodísticos. En esto no soy ningún pionero. Grandes escritores norteamericanos como Ernest Hemignway, John Dos Pasos, Theodore Dreiser y John Steinbeck incorporaron, en los años 30, diversas técnicas periodísticas en sus novelas. Pero incluso antes, en el siglo XIX los realistas y naturalistas franceses, como Balzac y Zola, partieron de noticias o crónicas de prensa para desarrollar sus obras y es frecuente que éstas tengan en determinados pasajes, el tono de la crónica periodística. Otro tanto hicieron Galdós en España y Dostoievski en Rusia. Y en tiempo más cercano Gabriel García Márquez. En Chile tenemos el ejemplo magnifico de Joaquín Edwards Bello que, no por casualidad, recibió los Premios Nacionales de Literartura y Periodismo. En fin, creo que el periodismo, como experiencia y como forma de expresión, puede enriquecer la narrativa literaria.

Cronológicamente se le menciona como parte de la generación del 50 ¿Siente usted alguna conexión estética con los escritores de aquella generación?

Es un hecho cronológico innegable. Mi segundo libro apareció precisamente en 1950. Esa generación incluye a escritores muy diversos, como Claudio Giaconi, Enrique Lafourcade, Jorge Edwards, Margarita Aguirre... A todos los he leído y en algunos momentos me siento en sintonía con ellos. Pero lo de conexión estética no me parece.

Según su experiencia, un escritor ¿nace o se hace?

Nace, pero no basta. Se trata apenas de alguna predisposición genética. Que podrá manifestarse si hay un medio familiar y social favorable y un esfuerzo insistente por hacerse. La literatura es 10 por ciento inspiración y 90 por ciento transpiración, dijo un autor cuyo nombre he olvidado.

Antonio Di Benedetto decía que a veces el cuento era su hobby de novelista y luego la novela era su hobby de cuentista ¿Qué relación tiene usted con ambos géneros?

He intentado ambos. Diría que escribir cuentos es una costumbre arraigada en mí. Siempre estoy escribiendo alguno o haciendo un apunte rápido para un cuento futuro, aunque mi esfuerzo principal sea, como es ahora, escribir una novela. La novela me atrae y me cuesta más. Demoré 20 años en escribir “El correo de Bagdad”. Se podrían descontar algunos, porque se interpuso entremedio la dictadura. La novela es más exigente, más compleja que el cuento. El cuento es generalmente un corte en cierta realidad del mundo. La novela es el intento de crear un mundo Diría con Neruda que “la novela es el bistec de la literatura”.

Al mirar hacia atrás ¿Qué siente José Miguel Varas hoy por su trabajo literario?

Cierta insatisfacción. Pudo hacerse mejor. Muchas tareas pendientes.

¿Qué significó para usted la experiencia del exilio?


Un conocimiento más profundo de la realidad política y social de Chile, cuya trágica peripecia de los años de la dictadura viví de manera intensa y obsesiva durante 14 años, antes de poder regresar al país. También, me significó contacto y conocimiento de otros países, otras culturas, otros idiomas. El exilio implica sufrimiento, pero éste resulta llevadero si se da en el contexto de un trabajo relacionado directamente con la Patria lejana

¿Cuáles son sus lecturas en estos momentos? ¿Lee a autores actuales o prefiere volver a los clásicos (chilenos o extranjeros)?

Leo de todo. Acabo de terminar un bellísimo escrito descriptivo de Darwin sobre la fauna, la flora, el paisaje y la gente de Chiloé, que forma parte de su famosa obra Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Hace poco leí el libro testimonial del pastor Helmut Frez sobre su vida chilena. Leo autores actuales, chilenos y extranjeros y de vez en cuando regreso a clásicos como el Quijote, La guerra y la paz de Tolstoi, Madame Bovary de Flaubert, La madre de Gorki. Trato de mantenerme al día de lo que escriben mis compatriotas, en verso y en prosa.

Usted ha escrito, con notable resultado, sobre Neruda, De Rokha, El dirigente comunista Juan Chacón y recientemente Julio Escámez… ¿Quién le gustaría que escribiera sobre su vida?

No he pensado en esa posibilidad. No estoy seguro de que alguien se interese por el tema.


Esta es una pregunta que repito... Tengo la sensación de que hace treinta o cuarenta años atrás, puntualmente en Chile, el oficio de escritor gozaba de más notoriedad, espacio, incluso me atrevería a decir respeto… ¿Siente usted que en la actualidad todo eso se ha ido perdiendo?

Su sensación corresponde a la realidad. Los cambios ocurridos en la sociedad chilena, a partir del golpe de 1973, pero no sólo a consecuencias de él, han desvalorizado la profesión o, como acertadamente dice usted, el oficio de escritor. Algunos escritores, pocos, tienen una enorme audiencia para sus libros. El caso extremo y único es el de Isabel Allende, cuya fama es no sólo chilena sino internacional. Pero ella no pesa, como intelectual, en la sociedad chilena, como antaño pesaban escritores como Neruda, De Rokha, Fernando Alegría, Manuel Rojas. La gente está dispuesta a escuchar a los exitosos empresarios, a las efímeras estrellas de la tele y a los astros internacionales del rock, pero no a esos latosos de los poetas y escritores. Lo digo objetivamente, no para quejarme. Vivimos en un mundo y en una sociedad harto diferente de los que existían hace 30 o 40 años. Tratemos de entenderlos.


F.R.