LÁGRIMAS NEGRAS






L
a tarde anterior ella abandonó la oficina dos horas más tarde de lo habitual. A la mañana siguiente llegó una hora antes para estar segura de terminar el trabajo a tiempo. Antes de salir de su casa, puso la mesa para el desayuno de los niños, les preparó su ropa, les dijo que se portaran bien, les dejó dos boletos para el metro sobre la mesa del living. También les dejó una nota: Av. Rafael Barrett esquina Domacafé, a las 12, estación Praga, teléfono de la oficina: 319 7882, y “muchos besitos”. Se encontraría con ellos en el centro, cerca de su oficina. Felipe ya era capaz de desenvolverse en la ciudad y de ocuparse de su hermano menor.
A las nueve, los llamó para saber si estaban levantados, si habían desayunado, si habían visto la ropa, los boletos del metro, la nota (y los besitos). Ellos dijeron que sí. A las diez volvió a llamar para recordarles que tendrían que salir a las once, que volvería a llamarlos antes de salir y que tenían que apagar la tele, “ahora mismo”, y en seguida dijo: “y hacer cosas inteligentes… como leer o escribir”. A las diez y media, más tranquila, vio que a ese ritmo de trabajo, en una hora, como máximo, habría terminado. Pensó que hasta tendría tiempo de tomar un café (que se lo había ganado). Salió de su oficina y se dirigió a la máquina del café. Por el camino se cruzó con Paula (sólo se saludaron). Antes de volver al trabajo, se tomó un minuto para volver a llamar a sus hijos y asegurarse de que, antes de salir, cerraran bien las ventanas, no dejaran corriendo el agua y, sobre todo, cerraran la puerta con llave. Ellos respondieron que sí. A las once, Felipe llamó a su madre: su hermano estaba sangrando por la boca. Asustada, ella le preguntó qué le había pasado. Él le respondió que no sabía, que de pronto se había puesto a sangrar solo, y que no era exactamente la boca, sino el labio. También dijo que ya estaba mejor, que ya casi no lloraba y que estaban a punto de salir para encontrarse con ella. Entonces ella dijo: “Pásame a tu hermano”. Después de colgar, ella se tomó un momento para calmarse y luego siguió con lo que estaba haciendo. A las 11: 35 apagó su computador con un gran suspiro de alivio. “Se acabó”, se dijo, “terminado”, también se dijo. Un compañero de trabajo que pasaba por ahí asomó la cabeza por el resquicio de la puerta y preguntó: “¿Te quedas?”. “No. No, acabo de terminar. Me voy… voy a juntarme con mis hijos…”. Pero el compañero no espero el final de la frase para desaparecer. Ella comenzó a ordenar un poco sus cosas, miró su reloj una vez más y volvió a repetir para si que llegaría a la hora, tal vez un poco antes. Bernales, su jefe, empujó la puerta de su oficina con una carpeta roja bajo el brazo y le dijo: “Tenemos que ver un asunto urgente”, y volvió a repetir “urgente”. ¿Si, cuándo? Dijo ella. “Ahora, es importante”, agregó Bernales sin mirarla, tratando de descifrar la lista del supermercado que estaba sobre el escritorio, y sin darle tiempo a oposición remató: “No nos tomará más de un cuarto de hora. Debo entregarlo antes de la una”, y se sentó pesadamente en la silla de enfrente del escritorio. Ella bajó la vista, suspiró, y enseguida pensó que si realmente terminaban en un cuarto de hora sólo llegaría con un pequeño retraso. Entonces se pusieron a trabajar, pero le fue difícil concentrarse. Mientras escuchaba cómo Bernales exponía el asunto, sopesando cuidadosamente cada una de sus palabras, ella lo miraba fijamente, y se preguntaba cómo había podido encontrarlo atractivo hace un tiempo. En aquel preciso instante, le parecía que tenía una cara absurda e imbécil. Bernales hablaba sin prisa, se detenía en cada uno de los detalles mientras ella miraba la acelerada carrera del reloj tratando de prestarle atención a su jefe.
No tardaron más de veinte minutos en terminar. Todavía era posible, pensó ella, y se levanto de su asiento mientras Bernales seguía pensando, acariciándose la barbilla. Entonces dejó sobre la mesa el lápiz que tenía en la mano y le soltó: “Mientras más lo pienso más me convenzo de que no podemos hacerlo así, vamos a tener problemas, porque…”. Se interrumpió al ver que ella estaba de pie frente a él, con el abrigo puesto y el bolso en la mano. “¿Está apurada?”. “Son las doce y cinco”, contestó ella, “el eclipse. ¿Usted no quiere ver el eclipse?”. “¿Es hoy?”. “Claro. Por eso estaba apurada, quedé en juntarme con mis hijos a las doce”. Bernales la interrumpió sin escuchar: “Puede poner la radio si quiere, seguro que hablan del eclipse”. Ella, abatida, se desplomó en la silla nuevamente. Y como para dejarlo claro él insistió: “Ya verá el próximo, siempre hay eclipses”. Y sin mirarla a los ojos le tendió un documento para que lo viera. Dos lágrimas negras por el maquillaje resbalaron por ambos lados de su rostro y fueron a estrellarse sobre las columnas de cifras impresas en el papel. Él se dio cuenta: “¿Está llorando?”, le preguntó. Se lo preguntó sin mirarla, con ironía, y comenzó a hacer círculos rojos alrededor de números millonarios. “Discúlpeme, es ridículo”, respondió ella, tratando de mantener firme la voz. “Váyase, si es tan importante. Terminaré solo”. “No… me quedo”, se apuró en contestar ella, y clavó sus ojos húmedos en la foto de los dos niños que tenía sobre su escritorio. “Le digo que se vaya”, insistió Bernales, “me las arreglaré solo. No sería la primera vez”. “No, prefiero quedarme… es importante”. “Usted lo ha dicho. Los eclipses son muy bonitos, pero está en juego el trabajo de nuestro departamento… y si lo echamos a perder…”. Entonces Bernales volvió a sumergirse en sus papeles a la vez que inclinaba la cabeza y torcía el labio, como remarcando la importancia de la labor. Luego de unos minutos comenzó a ser difícil continuar con la lectura de los papeles. La luz había declinado y la oficina estaba casi en penumbras. Bernales levantó la vista y sólo vio la silueta de ella, a contraluz, inmóvil, recortarse contra la ventana. Su rosto no era más que una sombra ovalada. “Parece que se está nublando”, dijo Bernales, “encienda la luz, por favor”.




F. R.

1 comentario:

Unknown dijo...

Buena compadre, se logra saborear la angustia y el sentimiento de decepción. Sigo leyendo.