Keats


La palidez romántica


Durante gran parte del siglo XIX, tanto en la novela como en la poesía y la pintura, encontramos un sinnúmero de héroes pálidos y heroínas mortecinas proyectando un triste resplandor etéreo. Fantasmas que se multiplicaban lanzando sus bocanadas de muerte y tragedia. Males como la sífilis y la tuberculosis, por ejemplo, azotaron sin piedad ni discriminación los cuerpos de los más diversos sectores de la población mundial. Este lamentable “resplandor” alcanzó también al poeta ingles John Keats. El primogénito de Thomas Keats, gerente de un rent a car de la época –es decir de una agencia de arriendo de carruajes de caballos–, nació en Londres el 29 del décimo mes de 1795. John era el mayor de cuatro infantes; tenía dos hermanos y una hermana. El negocio marchaba en orden y los Keats eran una familia feliz y unida. Pero pronto vino la tragedia: su padre murió al caer de un rebelde caballo unos meses antes de que John cumpliera los nueve años de edad. En aquella época se vivía menos, entonces la viuda Keats no alargó mucho el luto y se casó nuevamente dos meses después de ocurrido el accidente. Quizá el duelo fue muy corto, lo cierto es que al poco tiempo la nueva pareja se separó y la familia se traslado a la casa de la abuela materna, donde vivirían como allegados durante cinco años.
Cuando John tenía catorce años, su madre enfermó gravemente: comenzó a adelgazar a un ritmo acelerado, su rostro perdió el color de los buenos tiempos a la vez que sus ojeras se hacían más grandes y se oscurecían cada vez más, hasta que murió de “consunción” –como era conocida entonces la tuberculosis– en 1810. En todo caso en esos años la gente se moría de cualquier cosa, un simple resfriado podía terminar en el patio de los callados. Sin embargo, producto de esa perdida irreparable y sin los medios necesarios para mantenerlos, la abuela entregó a los niños a dos tutores; uno de ellos, Richard Abbey, quién sacó a John de la escuela y lo puso como aprendiz del cirujano Mr. Thomas Hammond. La condición de aprendiz duraba cinco años, luego de los cuales John podría ganarse la vida en dicho oficio. Pero para entonces la lectura del poeta Edmund Spencer ya lo había contagiado de un virus crónico: la poesía.

Aprobado el examen para obtener la licencia de cirujano, John Keats fue elegido para ocupar el codiciado puesto de cirujano residente en el hospital de la localidad de Guy, donde comenzó a operar y, al calor de las tripas ajenas, a absorber también todo tipo de virus y bacterias. Además en aquellos días las operaciones se realizaban sin anestesia, lo que, pese a la agonía de los pacientes, obligaba a ser más precisos en procedimientos que demoraban mucho más de lo necesario. Así, extraer unos simples cálculos o amputar una pierna era cuestión de vida o muerte.
Pero el crudo oficio no logró endurecerlo, entonces el poeta decide abandonar la carrera de médico y dedicarse por completo a operar el lenguaje y a extirpar palabras, volcando la sangre –propia– en el papel en blanco. En esto influye definitivamente cuando Keats, en 1816, conoce a James Leigh Hunt, crítico, poeta y editor, quien lo integra a un círculo de artistas y escritores que incluía al influyente Percy Shelley y a un viejo mercachifle con algo de mecenas llamado Charles Brown, quien disfrutaba ayudando a gente joven con inclinaciones literarias.
Pronto, maravillado con el talento del joven, Leigh Hunt publica algunos poemas de Keats en su periódico, The Examine, y lo impulsa –y Shelley en particular– a la publicación de un libro, el que aparece en marzo de 1817 sin producir demasiado ruido. Entonces, Keats comenzó la escritura del extenso poema Endimión, que publicó en mayo de 1818. Llegado el verano, el joven John y su amigo Charles Brown, emprenden una excursión a Escocia. Pero la felicidad estival duraría poco: Keats debe regresar. Su hermano Tom comienza a mostrar síntomas de enfermedad y, al igual que su madre, no para de adelgazar y a padecer los tormentos de la consunción hasta morir.
Y con el dolor llegó el otoño. Keats pasea su tristeza oyendo crepitar la alfombra de hojas secas bajo sus pies. En uno de eso paseos se reencuentra con una antigua conocida de la primera juventud, Fanny Brawne, quien comienza a acompañarlo en sus silenciosos paseos. Así se enamoraron y pronto se comprometieron, pero John ya comenzaba a sentir los síntomas de la maldita enfermedad que se había llevado a parte de su familia.

Al año siguiente, Keats se reúne con el poeta Samuel Taylor Coleridge, quien de inmediato, con una sola ojeada, tuvo la premonición de la inminente muerte de John. Conmovido, Coleridge le relata a Keats su experiencia vivida en un grupo de Bristol, donde había experimentado inhalar una variedad de gases para la cura o alivio de la consunción.
Luego siguieron meses de intensa producción poética en los que Keats escribió prácticamente un poema diario. En uno de ellos, titulado La belle dame sans merci, uno de los versos describe su propia apariencia en la fase terminal de la consunción:

Veo una flor de lis en mi frente
con húmeda angustia y trayendo fiebre,
y en las mejillas un tenue rosado
rápido también


En ese mismo período escribió las odas To a nightingale, on a grecian urn y the autumn, por las que muchos críticos –además de considerarlas su mejor trabajo– coincidieron en declararlo el más fino poeta inglés.
Keats estaba solo en Londres cuando una noche, a comienzos de 1820, llegó a casa de su amigo Charles Brown en un estado que evidenciaba una avanzada intoxicación. Brown comprendió que no se trataba del efecto del alcohol, sino de la enfermedad. El joven poeta le explicó que había viajado en el asiento exterior del carruaje y que se había resfriado, agregando: “Ya no la siento ahora, pero tengo fiebre”. Brown preparó enseguida una cama y cuando Keats subía al cuarto tuvo un acceso de tos que tiñó su pañuelo de sangre. “Tráiganme una vela. Debo ver esta sangre”, pidió, y luego miró a su amigo y le dijo con calma: “Conozco ese color, sangre arterial. Voy a morir”.

Durante la siguiente primavera, el poeta experimentó la spes phthisica: la falsa esperanza y sensación de sentirse bien, un síntoma común en la tuberculosis pulmonar avanzada. Para entonces, apenas escribía y ya había gastado parte del pequeño capital heredado después de la muerte de su madre. Su buen amigo Brown le prestó dinero para cubrir sus gastos y su novia Fanny lo cuidó. La situación era irreversible. Su doctor le recomendó mantenerse en un clima cálido. Mientras invernaba, su amigo Joseph Severn gana una beca de la Royal Academy para estudiar tres años en Roma y le ofrece llevarlo con él y ponerlo bajo cuidado médico. John acepta el ofrecimiento pensando en que cambiar de aire puede aliviar en algo su enfermedad. Una vez en el Atlántico, Keats escribe su último poema, Bright stars! Would i were faithful as thou art. Una vez instalados en Roma, Keats padece una severa hemorragia de la que no se recuperaría. Durante su último mes de vida, el poeta camina todas las mañanas maldiciendo el no haber muerto durante la noche. Su último día le confiesa a su amigo Severn: “Yo moriré pronto, no estés asustado. Sé firme”. El 23 de febrero de 1821, a los veinticinco años de edad, la implacable tuberculosis pone fin a su calvario, el mismo que décadas más tarde azotaría a otros escritores como Antón Chejov –episodio notablemente relatado por Carver – y Franz Kafka.


Felipe Reyes F.

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