Puño y letra


Movimiento social y comunicación gráfica en Chile


“La memoria no es algo que se cultive en estos tiempos.
La idea es vivir el momento y dejar el pasado a merced del polvo…”
Ramón Díaz Eterovic (El segundo deseo)



De manera notable, al igual que en sus trabajos anteriores como en la Historia del Diseño gráfico en Chile (Escuela de Diseño P.U.C., 2004) y Cartel Chileno 1963–1970 (ediciones B, 2004), el diseñador Eduardo Castillo Espinoza (Santiago, 1974) ha concebido este completo trabajo documental que aborda el desarrollo histórico de la propaganda política vinculada a los sectores populares de Chile. En sus páginas, podemos observar las diversas formas de comunicación visual que han tenido lugar en nuestro país en representación de este sector, como protagonista en la lucha por las grandes transformaciones sociales del pasado siglo. Para quienes conocieron de cerca las diversas expresiones de la comunicación gráfica y la propaganda política en Chile, desde mediados de los años cincuenta hasta fines de los ochenta –especialmente el trabajo de las brigadas muralistas Ramona Parra y Elmo Catalán–, encontrarán un inédito y rico registro testimonial y visual; en tanto, para las generaciones posteriores, Puño y Letra permitirá conocer el imaginario de la expresión popular que se instaló en el espacio público de una época, y redimensionar el rol de un casi extinto sujeto, clave en la historia social de nuestro país: el pueblo.
Puño y Letra, nace de una investigación desarrollada a lo largo de más de tres años en la que su autor recorre las diversas imágenes, desde aquellos incipientes diseños tipográficos realizados por obreros ilustrados para diarios y pasquines, pasando por carteles, afiches y grabados y una multiplicidad de formatos visuales, que fueron las expresiones artísticas que intervinieron la ciudad y que nos permiten hoy, a través de estas páginas, restaurar una parte de nuestra memoria ligada a una estética urbana del movimiento social y al desarrollo de la comunicación gráfica en nuestro país durante el pasado siglo XX.
Durante décadas, los muros de las calles de Santiago, al igual que los de ciudades como Concepción y Valparaíso, hablaron por sí mismos. Fueron el medio para que el pueblo dialogara con el poder y sus ciudadanos. Muchas veces estos muros también se transformaron en lienzos para homenajear a los caídos, “…queríamos que nuestra identidad estuviera con los nuestros, con la gente de trabajo, con el poblador, con los que hacían deporte en el barro…” como afirma Alejandro “mono” González, fundador de la Brigada Ramona Parra, la que toma el nombre de la joven obrera asesinada en 1946 en una manifestación de apoyo a los trabajadores del salitre. Junto al testimonio del “mono” González, también entregan su experiencia Patricio Andía, fundador de la Brigada Lenin Valenzuela y Elmo Catalán – la que se identifica con el nombre del periodista chileno que formó parte de la guerrilla boliviana encabezada por Ernesto “che” Guevara –, y Alejandro Strange, protagonista de los albores del mural político en Chile, a mediados de 1963 en Valparaíso.
La utilización del espacio público por estas brigadas –de gran expansión con la victoria de Salvador Allende en 1970– generó una expresión de contenidos, producidos en su mayoría por el talento de artistas anónimos, estrechamente ligado a los acontecimientos sociales y políticos que vivió la sociedad chilena en los períodos abordados por esta investigación.
La primera parte del libro (Tipografía y movimiento social) se refiere a la importancia de los tipógrafos en los orígenes del movimiento popular chileno. Su reconocimiento como parte del artesanado en las primeras décadas de vida republicana – junto a ebanistas, talabarteros y zapateros, entre otros –, dará paso al destacado papel de estos “obreros ilustrados” en la difusión de las ideas y la organización popular entre la segunda mitad del XIX y comienzos del siglo XX.
La segunda parte (El espacio público como soporte político), la más extensa del libro, aborda la ocupación del espacio público, proceso que se acrecienta hacia la segunda mitad del siglo XX, cuando la pérdida de espacios por parte de la izquierda chilena en los medios masivos, principalmente en los impresos, origina la búsqueda de nuevas alternativas de expresión y la intervención explicita de la ciudad. Este hecho generará estrechas relaciones entre el ámbito artístico, el medio gráfico, la actividad política y la participación popular, cuya mayor importancia y productividad se sitúa desde mediados de los años sesenta hasta comienzos de la década siguiente.
Posterior al período más activo del muralismo, Puño y Letra se ocupa de la evolución del grafismo político callejero de los años ochenta y su ocupación como soporte de expresión política, enfrentando de ese modo la restricción del acceso popular a medios intervenidos por el régimen de facto; época que recoge la influencia visual de décadas anteriores y nuevos referentes culturales en su mensaje, en especial a lo que refiere en la lucha contra la dictadura de Pinochet y los discursos oficiales reproducidos por los –intervenidos– medios de prensa dirigidos por grandes grupos económicos. Ejemplo de esto es la iniciativa mural surgida a fines de la década de los ochenta, en el momento en que el régimen militar enfrenta una crisis ante la sanción aplicada por Estados Unidos frente al envío de un embarque de uvas y el hallazgo de algunos granos de estas contaminados con cianuro. El gobierno culpa públicamente al Partido Comunista de Chile por el boicot, tras lo cual un grupo de militantes deciden responder a las acusaciones oficiales. Por entonces, las nuevas brigadas habían recobrado fuerza en la periferia capitalina. Sin embargo, la ocupación de espacios en el centro de la ciudad todavía significaba un asunto de alto riesgo y, en muchos casos, de vida o muerte. Ante ello, surge la opción de pintar consignas sobre papel para luego ser instaladas en un muro callejero.
La primera intervención tuvo como escenario un sector cercano a la esquina de Alameda con San Francisco, y la rubrica del grupo que instala el papelógrafo es una estrella roja, bajo la cual se inscribe con caracteres negros la palabra Chacón, en homenaje a Juan Chacón Corona, mítico militante comunista1. En los inicios de su labor, la declaración de principios del grupo señala: “Nos dispusimos desarrollar esta iniciativa de comunicación horizontal, enfrentando y venciendo las dificultades con respecto a la legalidad vigente”. Esta brigada reconoce también como antecedente al grupo del mismo nombre que realizó la propaganda para la campaña de Volodia Teitelboim a senador a comienzos de 1973.
Avanzada la década de los noventa, distante de la contingencia que motivó su regreso, las brigadas detendrán su actividad, a la vez que se ira perdiendo la huella de sus intervenciones en los muros de la ciudad. Así, la práctica del mural político ha tenido una presencia intermitente en la periferia urbana, y solo motivada por cada nueva elección, ya sea presidencial, parlamentaria o municipal.
El libro finaliza con un recorrido por las experiencias surgidas entre los años noventa y principios de la década siguiente, época en que esta expresión ha debido convivir con nuevas formas de comunicación urbana –el mejor ejemplo de esto es el graffiti, de gran penetración en nuestro país desde comienzos de la década de los noventa –. De esta forma, este notable trabajo no es otra cosa que un necesario rescate de nuestra memoria colectiva, desde la memoria personal de importantes actores del período comprendido por su autor, muchos de ellos artistas anónimos excluidos de la historia oficial del arte chileno. Al respecto, Eduardo Castillo Espinoza, su autor, señala: “Un modesto recado a los historiadores del arte local: este libro recoge distintos aspectos cuya comprensión y aceptación puede contribuir significativamente a ampliar los horizontes de la historiografía y la crítica especializada, más allá de un relato que suene a concordancia o paralelismo con el devenir internacional del arte…”, y agrega: “Varios de los artistas que son partícipes de la historia que aborda esta publicación, distan de un reconocimiento en la historia “oficial” del arte chileno, o al menos, en la historia que se enseña en las escuelas del área; sin ir más lejos, muchos logros o participación relevante en torno a los temas que nos convocan, han sido atribuidos de forma equívoca –o al menos arbitraria– hasta ahora; lejos de cualquier afán por resolver tempranamente esta situación, se aspira aquí a instalar una preocupación al respecto”.
De ahí la importancia del material recopilado, el que da cuenta de la gran cantidad de expresiones artísticas surgidas de organizaciones populares, las que fueron parte importante de un período crítico y fundacional en la construcción de nuestra situación política actual. Sin duda, meritos suficientes que otorgan al trabajo de Eduardo Castillo Espinoza un valor difícil de omitir.


Felipe Reyes F.


1 Ver Chacón, José Miguel Varas. edit Lom.

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