Joe Strummer (The future is unwritten): vida y muerte de un cantante



Notas sobre el documenta


Londres, 1975. El ruido que produce la intensa lluvia de la noche ahoga el crepitar del cigarrillo que cuelga de los labios de John Graham Mellor. En un instante todo ha cambiado. Este hombre, nacido en Ankara (Turquía) en 1952, criado en la vieja Londres, y al que sus amigos llaman Woody, esa noche acaba de convertirse definitivamente en Joe Strummer. Entonces da otra calada a su cigarrillo. Llueve a raudales. Ya nada será lo mismo. Atrás quedaba el adolescente hippie y okupa que creía estar triturando el sonido de la música con su primera banda, 101 ERS, hasta que estallaron sus tímpanos en un concierto de Sex Pistols; el joven rebelde que quiso cambiar el mundo y que renegó del “haz el amor y no la guerra” para rendirse a la revolución punk.
Joe Strammer, The future is unwritten, es un documental poderoso, vibrante, en el que Julien Temple, director británico ligado a la filmografía musical, homenajea al que fuera su amigo. Para ello reúne a personas que pertenecieron al círculo más íntimo del músico tales como su mujer, sus compañeros de banda, Mick Jones y Paul Simonon, así como a Steve Jones y John Lydon de Sex Pistols, o a gente del cine como a Matt Dillon, Johnny Deep o Martin Scorsese, y los sienta frente a una hoguera (símbolo por excelencia de Strammer) para recordar a Joe. Y lo hace nada menos que en el Centro de Interpretación de Sacromonte en Granada, España, en la ciudad andaluza que fue el paraíso místico del líder de The Clash.
Temple pinta un fresco tan romántico como realista. Así, aunque no se sumerge de forma obsesiva en las miserias de la vida de Strummer ni hurga en las desavenencias que tuvieron los miembros de The Clash, no deja de lado la parte turbia de la banda ni de su cabeza pensante. Lo demuestra una parte especialmente dura en la que se revive el momento en que Strummer “invita” a dejar el grupo al baterista Topper Headon debido a su adicción a la heroína. La formación en pleno había pactado no sacar a la luz su problema y reincorporar al baterista una vez superada la adicción. Pero, unos días después, el propio Strummer no tuvo reparos en comentar a los medios los motivos reales por los que se había apartado a Headon. Las imágenes en que Topper Headon cuenta cómo esta declaración de Joe lo sumió en una depresión, además de hacerlo necesitar cada vez más la jeringa y la cucharita, resultan inquietantes.

“La creación lo es todo”, pensaba Strummer, y quizá “todo” era demasiado. Para entonces Joe Strummer ya había devorado al joven Woody Mellor. “El futuro no está escrito”, solía decir mientras exhalaba el humo de su infaltable cigarrillo. Y realmente su vida fue huracanada, y él en el centro del círculo. Temple lo muestra con maestría en imágenes caseras, muchas de ellas inéditas, producto de una cantidad de material acumulado durante años. Con tanto género donde cortar, el director consigue crear el efecto de que es el propio Joe quien cuenta su vida dirigiéndose al espectador. Y lo logra. Entrevistas, grabaciones de ensayos de The Clash, videos domésticos, fragmentos de programas de televisión, mezcladas con grabaciones de los fans y colaboradores de las que Temple se nutre para construir un relato que recorre la vida de Joe con la banda sonora de sus propias canciones marcando el ritmo, poniendo el alma, aportando la densidad necesaria para subrayar los éxitos y los desgarros. Las mil caras de Strummer quedan pegadas a la pantalla y dan vueltas en la cabeza de quien mira: la imagen de Joe padre que, sin ser modélico, reconoció la esencia de la vida en los pequeños que corrían a su alrededor y que le hacían brotar dulces composiciones; el hombre insatisfecho que escondía entre su grueso ropaje a un poeta que necesitaba de la magia de Granada para desintoxicarse de la polución y el ruido de Londres y Nueva York; el genio que sacó de su lámpara una embriagadora música que conquistó el planeta. La obra gruesa de Temple es la de un futuro que sí estaba escrito. De fondo las joyas del protagonista, lo que parió con The Clash: canciones eléctricas que incluían todos los ritmos (punk, reggae, ska, pop…) y que fueron agregando una especie de sofisticación (vientos, teclados…) sin perder la urgencia sucia. La genuina conversión del punk inglés al punk rock mundial. Ese sonido crujiente de sordos chispazos y ahí, quebrajándolo todo, los aullidos de Joe.
La película de Temple se prende con temas como London calling, I fought the law, Rock de Cashba, Complet control o Should I stay or should I go? Y ahí está Strummer, sobre el escenario, los enormes focos cegándole, clavando su mirada a una multitud desaforada, completamente entregada. Y entonces comienza a desgarrar su garganta rugiendo sus letras. No hay nihilismo en su lírica, eso era cosa de Sex Pistols.
“El futuro no está escrito”, decía. Y ese principio que dominaba a Joe se comprende mientras va pasando el documental y presenciamos la autodestrucción de The Clash, la sobrevivencia de la banda gracias a la insistencia de su fundador (aunque fuera con otros miembros), y su final en 1985; también su incursión en el cine como compositor y actor, su presencia en The Latino Rockabilly War, sus colaboraciones con The Levellers o su segunda creación en terminos de banda musical: The Mescaleros (1999- 2002). Banda a la que no se le prestó demasiada atención, oscurecida por la pesada sombra de los Clash.
La parte final del documental muestra a un Strummer buscándose así mismo, caminando en círculos, alejado de los escenarios, asfixiado por las relaciones personales (probablemente arrepentido de algunas cosas), autoexiliado en la tranquilidad de la localidad española de Granada. Sin embargo, se ve también a un Strummer que continúa luchando, que renace, que se sacude la atrofia de la inactividad. Un hombre que aprecia la influencia de otras culturas y que no deja de escuchar –y pensar– en acordes nuevos en su cabeza, que no termina de encontrar al joven que un día fue y que necesita de los escenarios para reencontrarse consigo mismo. Un Strummer que canta por última vez, para su sorpresa, con Mick Jones, el que se le une en un recital de The Mescaleros en beneficio de los bomberos de Londres. Un Strummer que perdona y es perdonado en ese inolvidable último recital.
Joe Strummer muere el 22 de diciembre de 2002 a los cincuenta años de edad. Por todos lados suena Streetcare, su álbum póstumo. Su sonido penetra en los oídos de sus millones de fans a la vez que van secando sus lágrimas. Se suceden los homenajes y los obituarios (Elvis Costello interpreta London calling) y algo muere en la música internacional. Se ahoga el grito de su revolución mientras se agiganta el mito de su figura. El mito de su vida. Una vida que consumió con guitarrazos de pasión. En Granada todavía humea su hoguera. En Londres llueve a raudales.

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